Los sentimientos de nuestro mundo

Irritante suena el despertador y mis imágenes oníricas se van diluyendo poco a poco hasta desaparecer en una sensación de realidad: una carga de angustia se abre paso sin ningún tipo de consideración desde la cabeza y se detiene en mi estómago, haciendo quese encoja. Abro los ojos y los dirijo hacia los afiladostriángulos verdosos que el palpitar de las lucecitas de los aparatos electrónicos emiten a la penumbra del dormitorio. Es otro día de mi existencia que tengo que afrontar.

Las luces del techo de amanecer artificial se encienden aumentado progresivamente de intensidad y, sin mucho entusiasmo, me siento al borde de la cama, cansado ante la dificultad de estar a este lado de la vigilia, en un estremecimiento de boxeador noqueado con la tentación de meterme de nuevo a la piltra pero con la exigencia del público, del entrenador, de los que han apostado a que llego al sexto asalto, de los organizadores, de los bares porque si el público sigue desgañitándose la garganta beberán más, de mi padrey susplanes para mi futuro, de no ser merecedor de la atención y de los labios de Jewelyn,de mis alumnos para que los apruebe sin estudiar, del jefe de estudios para que hospede historia política en los cogollos cerebrales de mis colegiales, de los sobrevivientes echándome alientos , de mis maestros que me asombraron con su sabiduría, de mis genes que me piden permanecer y también descendencia, de resistir otro asalto más.

Y recuerdo a mi madre, yo ya con cinco años con mi negativa de no levantarme,ocultándome bajo las ropa de las sábanas, ella dándose aires de gran sacerdotisa resoplaba sonoramente como para asustar a los malos espíritus que instalaban atascaderos en mis quehaceres cotidianos, prendía el difusor de aceites esenciales de romero en su esfuerzo de estimular mi actividad matinal para llenarme de entusiasmo y de vitalidad y desplegaba sus conocimientos de hipnotismo ortodoxo » uno-dos, abres los ojos y te sientes descansado», «tres-cuatro, una gran energía recorre todo tu cuerpo» «cinco-seis, te sientes alegre, optimista», «siete-ocho, y hoy vas a hacer todo lo que se te mande» «nueve-diez, ¡ya! ¡levántate!» Pero yo me enclaustraba entre la acogida cálida de las sábanas y la apatía. Mi madre metía sus manos hacia aquel bulto al encuentro de mis manos y tiraba de ellas hasta que me sacaba, entonces me quitaba el pijama de pingüinos dormilones y me vestía con una de esas camisetitas estampadas de científicos que tanto le gustaban que llevara para ir al colegio. Aquel día tocaba la imagen en blanco y negro de un señor ya mayor, con la fontanela y zonas craneales anexas pelonas, gran prognatismo frontal protegiendo sus globos oculares de británicas inclemencias atmosféricas y dededos traviesos de algún hermano mayor o compañero envidioso de clase, la nariz recta y carnosa, nutridobigote fusionado con multitudinaria barba que permite camuflar el tragadero. Alzacuellos y levita a la moda de la época. La exigencia gana por K.O. a la desgana.

Salto de la cama y camino del baño observo de reojo, a través del marco de la puerta abierta , como AB, el androide «niñera” colocado por mi madre para cubrir sus extensas ausencias, prepara el desayuno en la cocina. Cierro la puerta tras de mí y me doy una ducha de ondas cromáticas arcoiriscentes que limpia partículas de grasa, sudor, células muertas e inmundicias variadas por todo tipo de sinuosidades por muy retorcidas que sean. Salgo de la ducha oliendo a limpio, como les gusta anunciar a los mensajes publicitarios, y tras secarme con ondas caloríficas escarlatadas, me sitúo frente al espejo digital de cuerpo entero, lo programo para que me encuadre la cara, y tras examinármela , siento ganas de… y estas mismas ganas de…me azuzan a imaginar unas manos grandes de piel agrietada, carnosas y con las uñas roídas por la ansiedad, que introducen una bala en un vetusto fusil con mira telescópica, de alta precisión y bajo retroceso; corpulento, una silueta imprecisa, debe de ser serbio o de tipo balcánico, que camina balanceándose tenuemente hacia los lados, apoya el fusil contra un murete, me apunta mientras yo camino ensimismado a unos trescientos metros, arrastra el gatillo y dispara. La bala me impacta en medio de la frente, dejando un precioso círculo del cual manan unas tirillas de sangre. Antes de llegar al suelo ya estoy muerto.

Semicierro mis ojos y relajo unánimente los músculos de mi mandíbula inferior que se queda ladeada hacia la derecha. Pulso «Enter» y el espejo digital toma la foto. Abro mis párpados y observo en la pantalla mi aspecto de dolor y ausencia que yo tendría si mis padres me encontraran algún día así. Guardo la imagen junto a las otras.

Estos espejos digitales son la órdiga, no solo sirven para ver el cutis y la barba diaria si no que según la temperatura, la humedad u otros parámetros atmosféricos, recomiendan sobre qué trapos cubrirse las vergüenzas, qué calzado y maquillaje iría bien (en el caso que procediera) y se puede comparar con la exterioridad que emitías desde laprimera vez que lo usaste. Con sus imágenes tridimensionales son un magnífico asesor de imagen. Tengo mi vestuario clasificado según mis emociones, si es para ligar, para sentirme bien, para sorprender, para cautivar, ropa de batalla sin ninguna conexión emocional (ropa de trabajo), ropa para ceremonias. La pantalla del espejo me aconseja que para el primer día de clase después de las vacaciones de navidad, ropa holgada: pantalón de pinzas de algodón y un niqui blanco “vía láctea” para llevar por fuera; zapatos deportivos marrón claro y me desaconseja masticar chicle cuando doy clase.

Y el androide, no necesito verlo, sé que gira su cabeza para cerciorarse de que he entrado en el baño. Desde ahí le es imposible suministrar información de mis actividades a mi vieja “que todavía eres muy joven” “que no sabes cuidarte solo” “que no puedo ir porque tengo que acabar el diseño de las literas y así me quedo más tranquila”. Es lo que suelen decir las madres que no se han dado cuenta que sus hijos están creciendo. Yo sé que AB espía para ella y diariamente le reporta un popurrí de datos de mis comidas, de mis comportamientos, sobre mi peso, qué cosas leo, veo, además sé que este ladino es especialista en sacar información de todo tipo de aparatos que tengan un mínimo de disco duro en su estructura. En una ocasión,en un imprevisible regreso del consejo de profesores, le pillé cagando y sin papel cuando con varios cables en la mano, intentaba, para que le cediera datos, profanar mi espejo digital. Fingía disculparse con que había tenido una bajada de tensión eléctrica y se había conectado apresuradamente para hacerse una obligada transfusión de electrones pero los cables eran de los de transmitir datos y no electricidad. ¡Menudo gilipollas! Es difícil de creer pero dejando aparte las misiones que le haya encomendado mi madre, pone tanta energía que, yo diría, si esto fuera posible, de que está celoso o ávido de apañar datos para luego intercambiarlos con sus semejantes, así que cuando me interesa, como por ejemplo follar con Jewelyn, le suelo dejar previamente bloques de datos infectados de virus y al pobrecito ¡ja! le dan convulsiones en los brazos como si estuviera endemoniado. Entonces, le ordeno que recoja los platos y cuando tras un buen rato consigue coger uno ¡ja! lo lanza al aire y yo, intento cazarlo con unas pelotas de golf aunque lo realmente divertido es, verlo avanzar para que lo detenga la pared del saloncito y que comience a darse golpecitos rítmicos contra ella hasta que viene el técnico (otro androide), lo reprograma o cambia las placas electrónicas dañadas y arregla los desperfectos de la pared.

Todavía vivíamos en el centro de Bradbury City, no ya en Barrio-Nigeria sino en Sandford. A mis viejos se les veía animados, contentos, les iban bien los negocios. Yo tendría unos ocho años y jugaba en el suelo con unas piezas coloreadas de madera, explorando las posibilidades trigonométricas en el espacio del saloncito cuando por el marco de la puerta, aparecieron mis viejos junto a un muñeco de rasgos perfectamente humanos. Le reconocí rápidamente, tenía un extraordinario parecido con Michel Caine en sus tiempos de “El hombre que pudo reinar”, su misma gestualidad y sonrisa. Yo hubiera preferido a Gregory Peck en el papel de Atticus Finch en “Matar a un ruiseñor”. El androide me estrechó la mano(programada a temperatura humana 36 grados) y se presentó con una dicción perfecta.

-­-Hola. Soy AB, a partir de ahora soy tu cuidador.– Yo giré rápidamente la cabeza para tantear los ojos a mis padres. Yo hubiera preferido un abrazo, una caricia, una mirada de pertenencia…

AB me tiene preparado el café, auténtico café y tostadas con auténtica mermelada, no ese Nutrij® guarro que nos obligan a comer cuando los transportes se retrasan. No tengo nada de hambre, doy un par de mordiscos a las tostadas y bueno, al final me las como todas por obligación para no ver la campanilla, las admígalas y el paladar de mi madre en acción arrojándome sus feroces filípicas. Sobre la superficie del café, junto al borde de la taza, flotan unas minúsculas plaquetas, brillantes, más oscuras que el café. Esto es obra de AB.¡Será panoli! Él se cree que no me doy cuenta. Llevo la taza hasta mis labios y sin abrirlos los humedezco con el café para a continuación verterlo en una maceta cercana con un bambú, que desde que está sometido a intenso regadío, se propulsa hacia las alturas. De nuevo, en su papel de confabulado, me ha echado con disimulo una yema de huevo en el café. ¡Los brazos de mi madre son muy largos! En su intento de que yo esté bien alimentado, de que coja peso, de que aparte ese color cadavérico de mi cara. Pero yo no tengo apetito y no voy a comer. Me gusta mi delgadez, cómo se subrayan las costillas sobre mi desnudez, me gusta, y no sé porqué, parecerme a los judíos de los campos de exterminio, pesar sesenta y dos kilos. Estoy bien así. En cierta manera me gusta pensar que soy uno de ellos, un resistente rodeado de muerte y de devastación.

Entro en clase, he aquí a mis alumnos sentados encima de las mesas-pantallas táctiles formando grupúsculos, debatiendo embalados entre ellos, aquí los hijos de los pudientes que son formados para ser los mejores, ganar dinero para que puedan regresar por sí mismos a la Tierra. Algún día.

Desde hace un mes, la iniciativa arrancó de los chicos, luego las chicas, que con ayuda de una Hair Clipper Tatoo se perfilaron los contornos de los continentes terráqueos sobre sus barbilampiñas cabezas y también me hicieron aceptar sus decisión de cambiarse de nombre. Ahora se llamaban Siria, Nauru, Myanmar, Zairena, las hermanas Alsacia y Lorena(sus padres luchando constantemente por ver quien se queda con su custodia), los gemelos Saint Pierre y Miquelon, Tokelau, la simpática y amable Nauru, Naucalpan con su acento mex.

Y todo surge cuando les enseñé los conceptos de revuelta y revolución, que en la historia muchas cosas no se dicen y que la literatura aunque sea ficción crea la realidad que no se puede ni dejan contar, que ya han visto » El motín de la Bounty» «La noche de Varennes» «Cromwell» … y teatralizamos un contexto: por un lado, los alumnos más crecidos y robustos anuncian al resto de sus compañeros, la imposición de una norma redactada por y que beneficia descaradamente a un par de alumnos que actúan en el papel de privilegiados. Les molesta la medida pero la mayoría no parece enfadarse demasiado, yo les increpo. ¿Vais a tolerar eso? ¿Vais a sufrir esa desigualdad? Masisea, Bujará manifiestan algo de su malestar al resto de sus compañeros pero no prende el descontento. Entrego a los privilegiados un tarro de auténtica mermelada, auténtico pan tostado y cubiertos para que se lo coman, diciéndoles que esto, refiriéndome a la mermelada, es el beneficio de la aplicación de su norma y les pertenece.Vanwyksvlei arremete ceñudo contra mí, yo le indico que han sido ésos los que han escrito la norma. Húsavik, Shadad comienzan a abuchearles y el resto acaba por lanzarles todo tipo de objetos hasta que los alumnos robustos intervienen, hacen callar y disuelven a los descontentos. Doy por terminada la teatralización. Les pregunto por sus características: suele ser espontánea, con bajo nivel de violencia… La teoría se la saben perfecta aunque la revuelta ha sido un poco inerte.

Nueva contextualización. Los mismos grupos. Entrego a los privilegiados un par de tarros de auténtica mermelada de fresa y ellos están dispuestos a dar al resto cuatro cucharas de mermelada. Los otros protestan, se quejan, deliberan, hay propuestas, votan a mano alzada, se organizan, apilan sillas, mesas y percheros y hacen una barricada, siguen protestando, lanzan consignas. Los privilegiados con actitud recelosa y ante las malas perspectivas, tienen la intención de comerse toda esa delicia pero la chusma encorajinada, gritando, salta las barricadas,consigue someter a los pasmados alumnos robustos y capturan a los privilegiados…»a partir de ahora todos nos tendremos en cuenta» ,»todos cuidaremos de todos»…

Debido al escándalo, por el marco de la puerta asoman las jetas curiosas de Cabeza Cúbica, de Gausardo y de Jewelyn que me da un breve y húmedo pico en los labios al acercarme a ella. Miran el follón que hay montado y después de explicarles regresan sosegados a sus aulas. Se recolocan los pupitres, sillas, se recoge el desorden y se sientan. Un ambiente de alegría y fresa sale de las sonrisas de mis estudiantes, sintiéndose tan valerosos que a alguno todavía le late la vena del cuello. Pregunto: ¿características de la revolución? Respuesta: organización, violencia, retirada de la antigua forma de gobierno, nuevos reglamentos. En ese momento me comunican que vaya inmediatamente al despacho del subdirector.

Cuando Efigenio, el «Madalena», el «Estrellita», «fray Papilla,» el «Celedonio exiliado» me llamaba a su despacho era para recibir alguna murga o recriminación. Esta entraña enamorada de su trabajo, desde la superioridad que le aupa al ocupar este despacho, siempre dispuesto a informarme de los mi muy muchas imperfecciones, aunque luego cumplo holgadamente con todos los objetivos pedagógicos y de calidad que llevaron al colegio a lucir en su publicidad los certificados de calidad y de gestión ISO 9000, 9001, 9004, sin duda me valora más por ser un mero vigilante que por mi actividad docente, como cuando me soltó que debía de descubrir y malograr las relaciones sexuales de mis alumnos de sexto para arriba, sobre todo, a los hermanos Sporades, que siempre andaban muy pendientes uno del otro y esos besitos que se daban. «¿No estarán durmiendo juntos en secreto?» Que Efigenio lleva toda su vida dirigiendo colegios y su experiencia le dice que hay que vigilar los comportamientos entre hermanos para que ni se maten ni se follen entre ellos. Y yo con Jewelyn, él comprende que con una moza así no es fácil contenerse pero que podíamos ser más recatados con los besitos en los pasillos, con los chupones en el cuello, con mis manos largas, él no se opone a las relaciones entre profesores, él también ha pasado ¡y mucho! por esas etapas de juventud apasionada, que este colegio está en el punto de mira y puede cerrar en cualquier momento a causa de algún escándalo» pero ¿quién nos mira? ¿a qué se refiere? A mí todo este me parece una gilipollez, algo tan neurótico que ni me molesto en encogerme de hombros aunque por educación a mi superior, finjo una expresiva e irónica preocupación mirándolo a sus ojos postrados de alegría mientras me pregunto cómo este rascapochas ha podido llegar a ser lo que es, y más preocupante todavía, es saber quién tuvo las molleras tan contraídas para contratarle.

A sus cincuenta años, a Efigenio, se le ve cortado ante la turbadora presencia de las féminas, patoso y sin ningún encanto, no ha transcendido ningún chisme sobre de su vida sentimental. Tras haber mantenido una conversación con la madre de algún alumno, entraba intrépido a la sala de profesores donde estábamos, Cabeza cúbica, Gausardo y yo y con exagerada fonética, acompañada de violentas onomatopeyas, colocaba sus manos con los dedos extendidos a la altura de su pecho como si sujetara algo curvo, amplio y nos daba su opinión. » Una tíaaaaa…!buuaaaa¡ ¡Guapísima! ¡ Un escoteeee…buuuuuuaaa! !Así…así!

Entre nosotros corre el comentario de que todas estas dramatizaciones son producidas para disimular su tendencia homosexual, sobre todo, por su evidente acercamiento azorado que despliega al hablar ante la juventud de Gausardo y entonces, aprovechamos para vacilarle a nuestro compañero, de que el subdirector le quiere borrar el cerito. Luego por casualidad, veíamos a lamadre bombón del alumno y era una mujer con sus atributos, agradable pero sin ser ningún tipo de Venus subyugante.

Después de una de las típicas introducciones intrascendentes de Efigenio en la cuál me expone que él nunca ha sido marcianófilo ni terraqueófilo, sino que se considera neutrófilo, me obliga a que acepte el marrón de hacer la autopsia sicológica de un alumno que se ha suicidado ya que, dispongo de las capacitaciones mínimas necesarias que ordena la ley y así poder aclarar todos los porqués a los padres y redactar un informe a la dirección del colegio. Mientras tanto, él impartiría las clases de historia a mis alumnos.

Sinopis

Josefelio es un melancólico profesor que imparte clases de historia en la nave espacial «Galaxi College» que orbita entorno a Marte donde vive actualmente la gran mayoría de la población mundial. Su superior, para quitárselo de encima, le obliga a que realice la autopsia sicológica de un alumno que se ha suicidado, lo cual le llevará a tener que viajar hasta Marte, donde vive la madre; a la Luna donde se alojan todos los organismos oficiales internacionales; y a la Tierra donde vive el padre y un par de millones de adinerados.

Tu puntuación:

URL de esta publicación:

OPINIONES Y COMENTARIOS