Café que enamora

Raegan presiona el desgastado timbre rojo.

Le ha tomado más de lo esperado dar ese sencillo paso, pero es comprensible teniendo en cuanta el gran paso que le sigue a éste. Mientras tanto, yo me he limitado a permanecer callada a su lado, esperando a que estuviese listo para hacerlo.

En momentos como este podría decir una bobada como “todo va a estar bien”, o “aquí estoy contigo”. Pero sobra decir que lo típico no es lo mío, así que opto por algo más de mi estilo, que bien podría definirse como originalmente revolucionario.

—¿Te gusta el café?—suelto sin más.

Los nervios lo tienen agarrado del cuello, apenas y lo dejan respirar.

—¿Eh?—la pregunta lo toma totalmente desprevenido, y por poco pega un bote cuando hablo.

—El café, que si te gusta.

Se lo piensa un segundo sin dejar de mirarme directo a los ojos. Algo dentro de él parece relajarse visiblemente cuando sus labios se curvan hacia arriba. Aunque confundido todavía, accede a responder mi pregunta.

—Sí, me gusta.

—¿Dulce o amargo?

Se lo vuelve a pensar, nunca desviando la mirada.

—Ambas—responde, y añade—: Cada una tiene su encanto.

—¿Con leche o negro?

Esta vez pasea la mirada por mi rostro, tan intensa que me cuesta no demostrar el estremecimiento que sufro, antes de volver a mis ojos.

—¿Por qué no un poco de ambas?

Entrecierro los ojos hacia él, buscando cualquier indicio de duda. Pero no la encuentro. En su lugar, me cruzo de brazos y le lanzo una mirada desafiante, aquella que tiene tanto efecto en las personas y que en consecuencia me encanta ostentar con desmedido orgullo.

—Interesante elección, vaquero.

Raegan hace un movimiento, y de pronto su cercanía es exorbitante. El poder que su sonrisa tiene en mí es demasiado para mi corazón, que late sin control ni medida; la profundidad de su mirada perspicaz, no poniendo reparos en hacer mella en mi interior. Casi no puedo respirar, pero todo se ve interrumpido de golpe cuando la puerta al lado se abre, llamando nuestra atención sin lugar a objeciones.

—¿Raegan?

Un hombre delgado y entrado en años, de aspecto garboso al caminar y una calva reluciente en lo alto de su cabeza, nos mira desde su alta estatura, claro factor que heredó a su hijo. Por lo demás, no se parecen ni un pelo.

Dios, qué mal sonó eso.

Disimulo la sonrisa rebelde mordiéndome los labios y usando la espalda de Raegan como protección, en lo que se pasa el efecto de la gracia en mis pensamientos imprudentes.

Calma, Alison, que no es momento de sacar a relucir tus dotes de bufón.

Mientras tanto, el chico a mi lado traga saliva con dificultad, obvio indicio de que los nervios lo volvieron a sobrecoger.

—Papá—consigue murmurar luego de unos segundos de absoluta tensión.

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