El demonio de la sonrisa.

El demonio de la sonrisa.

Kramen

28/03/2018

Hace años escapó del infierno que le contenía, al igual que Dante inició un viaje sin retorno a lo más profundo de su alma y salió victorioso aunque repleto de cicatrices que por el camino se le sumaron, como un rosario de recuerdos encarnados escritos en braille sobre su piel canela.

Nació en Ciudad Real pero en esa época ya no quedaba rastro alguno de realeza, era una ciudad pequeña aislada en medio del abrasador campo de la Mancha. Uno de esos lugares a los que llegar sólo si te has extraviado y buscas un oasis donde refugiarte del agobiante sol que cae a plomo. No hay nada más que terrenos poblados de vides y olivos, mires por donde mires es un espejismo reflejado sobre sí mismo esféricamente. Un horizonte vacío de posibilidades donde los jóvenes pierden la esperanza de sobrevivir al día siguiente.

Creció entre carreras y baches… rehuyendo los problemas en la calle e impactando como un rompehielos en los que su casa proliferaban, era un pararrayos de conflictos, los absorbía todos para que el resto de la familia viviera todo lo posible en la calma que se respira dentro de una guerra continuada hasta la exasperación. Esquivaba y recibía, ponía siempre el otro lado de la mejilla para quizás así sentir la simetría de los golpes que la vida le proporcionaba. Aunque a pesar de todo, no perdía la sonrisa.

Al igual que un estúpido barco que encaraba un acantilado, su destino era chocar eternamente contra las rocas de espuma sin pensar siquiera en rodear el escollo. Su paciencia no conocía límites, su aguante rozaba el estoicismo aproximándose al infinito por ambos lados. Era la parábola perfecta de la vida de un mártir con rabo de diablo. La condena más injusta a la que nadie se había enfrentado.

El único momento de paz, llegaba al salir del hogar y quemar sus zapatillas corriendo lo más lejos posible que se puede con una cadena enganchada al cuello, la distancia disponible eran doce mil metros. Cuando llegaba al final, se sentaba y respiraba tranquilo, lejos de su calvario pero con el conocimiento de tener que regresar cuando la noche viniera acompañando al ocaso. Pero ni eso le turbaba su mente fantasiosa de lograr unas alas para escaparse del cautiverio de la jaula sin barrotes, a cualquier otro lugar.

Pasaron los años, creciendo como un árbol, sumaba anillos y restaba humanidad. En su tronco las muescas de la correa se marcaban como una escala de crecimiento, a mayor espacio disponible… mejor superficie de impacto. Seguía acaparando la violencia como un agujero negro que absorbe la luz, para dejar sus alrededores sumidos en la oscuridad pero a su vez escondidos y a salvo. Dicen que era su hiperactividad lo que exacerbaba al carcelero, al igual que un electrón siempre andaba por medio para recibir toda esa energía negativa que le ayudaba a seguir saltando de órbita en órbita. Ascendiendo a través del túnel de la infancia para quizás escapar alcanzado el límite del pozo.

Otros en cambio apostaban por su sonrisa como único motivo de sus problemas, ni aún con la boca partida la borraba de su semblante. En sus ojos crepitaba el odio como el rescoldo de las ascuas del averno. Mas su placida caja de perlas, siempre estaba presente por mucha sangre que corriera por sus labios. Era como un Gandhi con el trabajo de guardameta, lo paraba todo hasta que con el transcurso del tiempo agotó hasta la violencia y comenzaron los castigos impositivos como el IVA o las retenciones fiscales.

Por aquel entonces ni siquiera se sentía cristiano de tanto poner la otra mejilla, Dios siempre comunicaba o andaba sin cobertura, al igual que Stephen Hawking dictaminó que no existía ya con trece años. En aquel tiempo ya pasaba del metro ochenta y aunque dispuesto para recibir muchos más golpes que antaño, a su guardián ya le temblaban las fuerzas… Había criado a una bestia digna de mil infiernos. Entonces fue cuando comenzó a subir trepando desde el fondo del más negro agujero jamás cavado.

Su sonrisa seguía brillando como un faro de esperanza que se cruzaba con él reflejado en los espejos y vitrinas. La gente le observaba mientras desaparecía con su cadena hacia ninguna parte para luego volver en dirección contraria horas más tarde. El juego de la pelota vasca le hubiese encantado pero prefirió escoger el lanzamiento de disco, primero porque no había frontón que aguantase su ira… y segundo porque el césped del campo de futbol le relaja tanto por el frescor como por el olor a hierba recién cortada. Lanzaba sus problemas y luego amablemente corría a recogerlos para volver a empezar.

Al igual que un termómetro hacia como los grillos, informaba del calor que había en el ambiente. La rabia es un perro que enseña sus dientes bramando espuma, pero sólo muerde si le das la espalda… Él sin duda era de dar la cara, contenía todas sus bestias coleccionándolas en un zoológico dentro de su pecho. Tardó casi una vida en perdonar a su padre, porque las lecciones que este había asimilado como norma, venían corrompidas desde la época del abuelo. Cuando te das cuenta de la ignorancia de tus progenitores tienes dos opciones, enseñarles o pasar página adjuntando perdón como moneda de cambio, digo dándolo, porque al igual que su viejo, no olvidaba anotar las cuentas pendientes en su libro rallado.

Debe y haber, fue un cuaderno plagado de números en rojo que tardarían un siglo en saldarse por la mucha sangre derramada, los nazis a su lado eran hermanitas de la caridad, pero sabiendo la realidad de la secta de la Iglesia, ni los alemanes le preocupaban demasiado.

Monstruos hay en todos lados, susurraba entre dientes, los peores no viven en las sombras sino a la luz del pleno día. Portan traje y corbata, dan los buenos días y se despiden correctamente, pero cuando nadie les ve, son tan terribles como la inquisición.

Los libros le apaciguaban en su celda de castigo, una vez cerrada la reja lo que pasaba en su cuarto era maravilloso, huía entre los recodos que quedaban entre las letras y el blanco papel, era una rata de biblioteca que viajaba a lugares lejanos sin llevarse la condena, respiraba aliviado, corría feliz, nadaba con delfines incluso a veces volaba lejos de la tierra allí donde la humanidad no había llegado todavía. Todos los seres fantásticos eran su propia familia, no tenía miedo a ciclopes ni dragones, la muerte era una dulce dama que ansiaba, el filo de una guadaña era un suspiro contenido en medio del patíbulo, apenas dolería si estaba bien afilada. Soñaba con la libertad a cualquier coste para su alma.

Tantas veces se suicidó, tantas otras resucitó entre los muertos quizás por no dejar solos a sus seres queridos, o puede que por no dejarlos en las manos de otro monstruo. Más vale lo malo conocido… recitaba como un mantra cuando abrían la cancela al amanecer. Cogía su mochila con el desayuno en la mano y corría a la escuela a jugar con otros niños mientras le quedase adolescencia. Las marcas de su cuerpo eran como el camuflaje de un tigre, no se veían a simple vista si andaba entre las ramas de los árboles. En su afición con los animales, encontró sin duda el arte del mimetismo.

Nunca sabías de su presencia, pasaba inadvertido como los fantasmas de las pesadillas, sólo aparecía cuando abría la boca y mostraba su sonrisa, era como un dejà vú, escondido en la memoria. Guardaba su energía reconcentrándola para la huida, antes de iniciar el instituto ya había recreado la gran evasión un millón de veces sin necesitar siquiera de una motocicleta, era como un galgo preparado para cazar al correcaminos, sólo necesitaba escuchar un disparo para poner pies en polvorosa.

Siguió creciendo, huyendo de la oscuridad… tenía tantos talentos como disfraces Mortadelo, la paciencia es un arte para los que fabrican maquetas tan detallistas como una ciudad lo es para un gigante. Sabía esconderse, camuflarse y huir, pero seguía siendo adicto a la confrontación, el héroe más imbécil de la faz de la tierra, hubiese tocado con gusto la flauta mientras se hundía el Titanic, incluso en su rebeldía llegó más lejos que nadie podría haber imaginado en el seno de un machismo superlativo. Se encargaba de los quehaceres de la casa, porque le sobraba energía y ayudaba a su madre. Eso le hacía brotar pelo a su padre, a pesar de ser calvo.

La vergüenza es algo que tiene hasta el mayor de los depravados, continuó jugando a la guerra de los limites, dándole siempre una vuelta más a la manivela, cuando se quiso dar cuenta, ya podías cortar el aire con la cuerda tensada, pero seguía siendo cual mimbre, no se partía… solo se mantenía firme por mucha presión que soportase. Cuando se cansó de tentar la suerte, de seguir los caminos indicados con flechas luminosas, se apartó del camino y concluyó su planificación.

Fue en la época que cumplió en número mágico. El 23 de Jordan. Cogió sus cosas favoritas, las embutió en dos maletas y salió de casa con la cabeza alta y los bolsillos vacíos, en aquella época poco le importaba lo malo que hubiese fuera, peor no le podría ir… ya asustaba hasta a los otros salvajes. Así que rompió la cadena, se despidió de todos, de mejor o peores formas, acumuló su dignidad y abrió las alas en busca de la libertad que se vislumbraba al otro lado de la ventana.

Camino de Madrid, se deshizo de los malos recuerdos que pesaban una tonelada y le lastraban demasiado, aquello que desechaba era anotado con lapiceros de colores en una agenda, comenzó así su interpretación de la alquimia, dejó de leer para escribir sus pesadillas puesto que por el camino había perdido hasta la capacidad de dormir. Soñaba despierto y su incombustible sonrisa le seguía acompañando, era el baluarte de una torre jamás conquistada pero asediada desde el principio de los tiempos. Cambió las matemáticas y la física de una ingeniería por un mandil y un juego de cuchillos, en recuerdo a la muerte, siempre los tuvo perfectamente afilados.

Acudió allí donde se mueren las estrellas, bajo el peso de las enanas blancas, gastaba toda su energía en un servicio férreo como el ejército dando el amor que aprendió de su abuela en sus platos. Dibujaba como los ángeles con biberones llenos de colores y cada plato era una réplica exacta del anterior, porque durante años ganó dinero haciendo las láminas de dibujo técnico de todo el instituto. Copiaba lo que le enseñaban y vomitaba textos en texturas al caer la noche. Echaba de menos los firmamentos nocturnos de su tierra, porque en mitad de la jungla urbana ya no se veían las constelaciones con tanta contaminación de farolas y edificios.

Las noches eran la libertad que todo gato deseaba para su reino, las bestias seguían abriéndole paso cuando su sonrisa brillaba en mitad de cualquier problema absurdo. Quien nace muerto no tiene demasiados miedos a los que aferrarse cantaba cuando las avalanchas intentaban morderle los pies… el que sale de un infierno entero, no puede caer batido por el cruce de miradas y tampoco teme para nada la sangre. No es de metal, tampoco de hielo… sencillamente siempre fue el demonio de la sonrisa.

Por mucho que duela la vida, por si sola no es capaz de matarte hasta que la cuenta atrás llegue a cero, por eso ocultan la caducidad a los humanos y les llenan de sueños la cabeza, su padre le enseñó que las casas se empiezan por los cimientos, quizás no lo hizo de la mejor de las formas, tampoco puede acusar al loco de estarlo si no ha conocido nada más. Con tiempo todo llega a conjugarse de la manera acertada. Existen mil formas de solucionar un problema, el aprendió simplemente que mientras tuviera una oportunidad no había guerra del todo perdida.

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