.
Acepté encantado las reglas difusas de su juego.
A mi solo me importaba estar cerca, poder
perderme en esa magia que se producía cuando la miraba.
Estaba convencido que podía incluso dejar pasar
la vida así.
Pero llegó el momento,
en que el propio juego
reclamó un paso más.
La ilusión de ganar
me insistía
para que lo
diera.
El miedo
a perder me
paralizó.
Una vez más me
fui al mazo, sin
mostrar mis cartas.
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