En mi última visita a México me contaron de aquel peculiar destino.

La curiosidad se instaló en mi pecho. Era un lugar desconocido, húmedo y oscuro. Requería de una capacitación previa ahondar en las profundidades de su complejidad. No podía viajar sola. Era imprescindible la compañía de un guía.

La idea daba vueltas en mi cabeza. Debía romper las leyes naturales de espacio

tiempo.

El transporte era la hipnosis, el piloto el psicoanalista y el destino: el útero de mi madre.

Aun no lo decido.

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