(Sinopsis) Carla y Alexia parecen dos amigas más charlando en una cafetería, pero no es una conversación cualquiera. Su conversación gira entorno a la relación que mantuvo Carla dos años antes con Lucas. Ella no le echa de menos, no tiene sentimientos hacia él, pero sigue presente cada día en su vida. Sus ataques de celos, los desprecios, los silencios que podían durar días… Todo lo que sucedió entre ellos convirtió a Carla en la sombra de lo que era. Ahora está tratando de recomponer su vida: ha recuperado a sus amigas, empieza a salir con otro chico y le gusta el trabajo que tiene.

Alexia está escribiendo un reportaje sobre la base del iceberg, es decir, la parte de las relaciones de maltrato que son psicológicas y le pide prestado su testimonio. A pesar de que Carla sabe que hablar de lo sucedido con su amiga solo le traerá dolor, siente que necesita hacerlo. Por las demás, porque hay muchas mujeres que sufren lo mismo y no saben poner palabras a lo que les está pasando.

Esta es la historia de Carla, pero también la de muchas mujeres que vivieron, viven o vivirán el maltrato psicológico por parte de sus parejas. Porque es difícil ver la punta del iceberg, pero saber reconocer todas las acciones anteriores lo es mucho más.

Prólogo

Elegí esta cafetería para verme con Alexia por su nombre: La ciudad invisible. Siempre he querido ser invisible a los ojos de todo el mundo, pero en los últimos meses esa sensación ha ido creciendo hasta ser un agujero en mi estómago. Es un punto negro que me quita cualquier instante de felicidad y no sé cómo deshacerme de él.

Es otoño, llueve y hace frío. No habría podido elegir mejor día para todo lo que viene en las próximas horas. Probablemente sea una tarde de contar más de lo que me gustaría, algunas lágrimas y que el agujero crezca y crezca hasta apoderarse de todo mi cuerpo.

El camarero se acerca e interrumpe el hilo de mis pensamientos futuros. Pero se lo agradezco porque ya tendré tiempo de pensar en todo esto.

—¿Qué desea tomar?

Ni siquiera he mirado la carta, solo la he sujetado con fuerza entre mis dedos durante varios minutos. Levanto la vista y miro unos segundos al hombre escondido tras una barba negra que tengo frente a mí. Pido un café con leche y doble de azúcar.

Se marcha y me deja sola, martilleando la mesa de madera con mis dedos. Quedan 23 minutos para que llegue, según mi reloj de pulsera. Después todo será rebuscar en la mierda, redescubrir sucesos que tenía escondidos…

Las dudas me envuelven y engullen. ¿Qué escribirá Alexia en su artículo? ¿Qué pensarán de mí las personas que lo lean? ¿Me creerán? ¿Pensarán que solo exagero?

Y a pesar de que no quiero hablar de él ni de lo que pasó, aquí estoy. Dispuesta a contarle a Alexia todo lo que recuerdo sobre él. ¿Por qué? Me pregunto una vez más. La respuesta es sencilla: por todas las mujeres que están pasando o que pasarán por lo mismo que yo.

El olor a café llega a mí antes que el camarero. En la bandeja lleva un batido morado y un trozo de tarta, además de mi simple café. Por el color, diría que la tarta es de zanahoria. No es para mí, pero ojalá lo fuera.

Siete minutos más y empezará todo. Le contaré a Alexia todas las mentiras que dije para que no me juzgara. Le contaré lo que realmente pasaba mientras le decía que todo estaba bien. Todo lo que hice para proteger una relación que yo misma, sobre todo los últimos meses, sabía que no estaba bien.

El café aún quema. Me doy cuenta demasiado tarde, cuando siento que me abrasa las papilas gustativas y parte del paladar. Mañana tendré alguna ampolla en la boca. Las odio tanto…

El corazón me late más despacio ahora, pero cada vez que alguien abre la puerta, noto que se vuelve a poner nervioso. Siempre suelto el café, temblando. Pero ninguna de las veces es ella. Decido pasar los minutos que quedan distraída, así puedo evitar el dolor de estómago que empiezo a tener. miro el móvil y tengo varios mensajes, sobre todo de grupos. Entro en el chat de Marcos para decirle que no sé si cenaré con él o con Alexia.

M: Pues me prepararé la última pizza que tengo

C: Así no tendrás que comer piña jajajaja

Él me envía un par de caritas riéndose. Es extraño cómo hemos terminado así. Dedico unos minutos a repasar nuestra relación desde que nos conocimos aquel primer día de clase en la Universidad hasta que coincidimos en aquel bar a las dos de la mañana recordando los pocos recuerdos que teníamos juntos…

Una mano toca mi hombro y sé, desde antes de girarme, que es ella. Puntual por una vez desde que nos conocemos. Me mira con sus ojos azules y mi estómago comienza a revolverse. Mi mano toca una y otra vez la correa del reloj, intentando ponerlo bien. En el agujero correcto.

—¡Por una vez he llegado a la hora!-se ríe mientras toma asiento junto a mí y se aparta el cabello rizado de la cara—. ¿Qué tal todo? ¿Y el trabajo nuevo?

—Todo bien, el trabajo es… diferente a lo que he hecho hasta ahora, pero estoy encantada.

Trato de olvidarme del agujero negro que me engulle de forma lenta. Los últimos meses han sido extraños. Mi vida ha cambiado mucho en poco tiempo. Pero lo importante sigue igual: sigo destrozada por dentro, aunque no lo muestre.

—Me alegro mucho, Ce, necesitabas ya ese cambio de aires.

Asiento, nerviosa. Parece mentira que nos conozcamos desde hace más de diez años y yo no pueda parar de tocar la correa del reloj, nerviosa. La situación se ha vuelto tensa entre ellas, como cuando Lucas estaba siempre entre ella y sus amigas. Ahora es un reportaje el que ejerce el papel de mi ex.

—Bueno, ¿y tú… qué tal?

Alexia coge la carta y comienza a echarle un ojo.

—Ya sabes, como siempre, de trabajo hasta arriba.

Ella levanta la vista de la carta y llama a alguno de los camareros. Después me mira directamente a los ojos. Intento sonreír, como haría ante cualquiera que no sabe la huella que hay en mí. Invisible, indetectable e indeleble. Como un rotulador de tinta de limón que me ha marcado para toda la vida y, ahora, estoy a punto de exponerme al calor de la plancha para averiguar el mensaje secreto. Como hacíamos de niñas cuando nos escribíamos cartas.

—Antes de que te avasalle a preguntas, ¿quieres que compartamos un trozo de tarta?—me pregunta con voz suave para hacerme salir de mis pensamiento.

Asiento y decidimos pedir un trozo de la de zanahoria. La camarera apunta todo en su bloc de notas y nos sonríe antes de marcharse.

La ciudad invisible cada vez está más llena y las gotas de lluvia cada vez caen más despacio. Parece que la tormenta ahí fuera terminará pronto. ¿Aquí? No lo tengo tan claro.

—Me gustaría que hablemos un par de cosas antes de nada—me mira fijamente con amabilidad mientras sonríe con dulzura. Se le da bien tratar con otras personas—. ¿Puedo grabar la conversación? Me gusta poder repasar la conversación después.

Contesto que no hay problema y ella aprieta el botón rojo. Esto comienza ya.

—Si en algún momento te sientes incómoda con mi pregunta, podemos parar o dejarlo, ¿vale?

Asiento mientras jugueteo con el reloj.

—¿Puedo usar tu nombre para el reportaje?

Miro fuera de la cafetería unos segundo, después vuelvo a centrarme.

—Preferiría que no. Casi nadie sabe lo que pasó… Ni siquiera te he contado todavía la mitad de lo que sucedió con Lucas, imagínate a otras personas. ¿Puedes poner otro nombre?

—Sí, tranquila, usaré un nombre falso. Se hace en ocasiones para evitar exponer a la persona que nos da su testimonio.

Nos centramos unos segundo en otras cosas. Ella bebe de su batido, yo como un trozo de tarta. Son solo unos segundos, pero es lo que necesito antes de comenzar.

—¿Empezamos?

—Adelante

—¿Cómo os conocisteis? ¿Cómo era la relación con Lucas al principio?

Capítulo I

<<Empezamos siendo amigos. Acababa de llegar Madrid para estudiar la carrera y todo era bastante nuevo para mí. La primera semana de clase me encontré con un compañero que repetía una asignatura en la cafetería y estaba hablando con Lucas, eran buenos amigos. Hablamos un rato los tres, él hizo un par de bromas y me cayó bastante bien.

Al final, después de un par de charlas más por los pasillos de la facultad esa misma semana se decidió a pedirme mi teléfono. En teoría era para mandarme algunos apuntes, pero él quería otra cosa.

“Tenía ganas de hablar contigo, pero el inicio de las clases está siendo más difícil de lo que esperaba”, me escribió esa misma noche. “Muchos trabajos”.

Después me preguntó por mis clases y qué tal llevaba vivir en una ciudad desconocida. Como si tú y yo no nos hubiéramos recorrido ya la ciudad buscando piso y conociendo todos los rincones desde un mes antes de empezar las clases…

“Oye, ¿qué te parece si quedamos el sábado?”, me preguntó cuando terminé de contestar a sus otras preguntas. Él era así, de escribir con comas, interrogaciones iniciales y puntos finales. Eso me gustó. “Podemos desayunar por Ópera y te enseño el Palacio Real y el Templo de Debod”. Acepté.

Lucas era, al principio, una persona maravillosa: podíamos hablar de cualquier tema, me escuchaba hablar de mis peleas con mis hermanas o mis padres y siempre tenía buenas palabras para mí, para reconfortarme, o para cualquier persona. Siempre estaba sonriendo y haciendo bromas. Era la clase de persona que no te imaginas yendo a ningún sitio con una chupa de cuero porque sus ojos dulces hacen que no te creas la pose de chulo… Pero ahí estaba, con la chupa negra y sus ojos verdes brillantes. Sonreía y parecía tranquilo, pero no paraba de meter y sacar las manos del bolsillo de la chaqueta.

Me imaginé a qué venía tanto nerviosismo. Para él eso era una cita y me sentí tonta por no haberme dado cuenta antes. Sin embargo, al pensarlo, no me pareció tan mala idea.

Nos saludamos y comenzamos a andar hasta aquí. Extiendo las manos y señalo la cafetería. Ese sábado fue muy interesante, aunque en realidad no me enseñó nada nuevo de Madrid, que era su intención. Pero sí que pudimos conocernos más, me habló de los problemas con sus padres y que tenía una hermana por parte de padre a la que ni siquiera conocía, pero también de las clases, cine, series… Un poco de todo.

En Debod nos hicimos algunas fotos. Recuerdo que nos reímos mucho. Él me pidió que las subiera a Facebook y así lo hice. Nos estábamos haciendo la última y aprovechó que estaba posando para besarme.

Los primeros meses fueron todo atenciones, regalos, piropos y buenas palabras. Me hacía sentir en una nube, en el paraíso… Pero la caída fue muy dura, creo que ni siquiera me he recuperado del todo>>.

Alexia asiente y apunta un par de cosas en una pequeña libreta. Mi mirada se desvía hacia la ventana. Recordar las cosas buenas es fácil, no duelen. Lo difícil es saber reconocer lo que vino después, lo que sentí.

—¿Cuándo empezó a torcerse todo?

Me muerdo el labio e intento recordar cuál fue la primera discusión. O, más bien, trato de acordarme de todos los detalles de la pelea que tuvimos por culpa de sus celos. La primera de muchas.

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