La verdad es que estoy durmiendo mal o, muy poco. Pueden ser tres horas, desde las 10 de la noche hasta la una o dos de la mañana y otras dos o tres luego de una angustiosa vigilia. Después de asimilar el cansancio que me produce ese inmisericorde desvelo, no puedo decir que no sueño. Sueño, incluso puedo adivinar su borroso motivo, pero recordar, no puedo.

Pero hoy día casi llegado el momento en que me debo despertar para dejar la cama por un momento tuve un sueño muy vívido.

Soñé que estaba caminando por una de las aceras del Parque Ocampo cuando como si lo estuviera buscando y por fin lo encontré, del otro lado de esa orilla venía hacia mí, no solo lleno de contento, sino que, por escribir, diría, cubierto de una espiritual alegría, a pesar de que siempre lo recordaba y lo recordaré cómo alguien apaciblemente triste. Era mi entrañable amigo Gustavo Chirinos Zegarra, el “Tostao” de quién como diría Miguel Hernández de su amigo Ramón Sije en su Elegía: “Temprano levantó la muerte el vuelo, temprano madrugó la madrugada, temprano estás rodando por el suelo”. Antes de mirarnos a los ojos y abrazarnos, vi que estaba más alto, más garboso y risueño que cuando andaba por las calles y las campiñas del pueblo. En buena cuenta estaba mucho mejor que cuando atravesaba por las tribulaciones de esta vida o lo que en cristiano se dice “por este valle de lágrimas”.

Me desperté contento por haber soñado y con quién había soñado y cuando estaba acabando de despertarme me vino a la memoria un cuento que no sé si lo leí, lo soñé o recién lo estaba imaginando, que cuenta la historia de que en algún lugar remoto vivían como vecinos un poderoso terrateniente y un humilde campesino.

El primero tenía una gran fortuna que le obligaba a ocupar todo su tiempo en cuidar que no mermara, sino que se multiplicara y para ello debía atender muchos negocios y todos los demás modos de ganar dinero en abundancia. Y como correspondía a su riqueza vivía en un gran y hermoso palacio con enormes habitaciones que fueron colmadas de suntuosas alfombras, finísimos muebles, regios espejos, bellas pinturas, lujosas lámparas colgantes, caros jarrones llenos de flores y plumas, donde debían vivir sus familiares cubiertos con ricas vestimentas y cargados de preciosas joyas que además tenían que llenar sus estómagos con los más sabrosos manjares y que por cierto debían distraer su tiempo hablando, caminando, pensando, alegrándose, riéndose, aburriéndose y otras banalidades más que sólo ellos entienden.

Y como todos los días de su existencia tenían mucho miedo a perder lo que atesoraban, para el ejemplo o la envidia de todos, acabaron comportándose muy circunspectos, como a su parecer debían hacerlo los miembros de una de las principales familias de aquella comarca, sociedad y tiempo.

El otro tenía una pequeña chacra que apenas le daba para que durante una parte del año alimentar a su mujer y sus hijos. Los otros momentos de su tiempo los dedicaba a su oficio de albañil, carpintero y hasta picapedrero. La choza que ocupaban tenía dos habitaciones, una le servía para comer y cocinar y la otra era su dormitorio. La verdad era que todos vivían trabajando en los quehaceres de la chacra, pero también jugaban y se alegraban en la campiña, las montañas, los ríos, las lagunas, los bosques, las alturas, los caminos y en el pueblo cuando lo visitaban, de manera que siempre llegara algo nuevo a sus vidas.

No hubo un año que su familia no viviera al borde de la miseria, pero siempre tenía la esperanza que lo rescatara la alegría de las cosechas, la crianza de los animales menores y de los pequeños dineros que ocasionalmente recibía de sus otros oficios, así como de la caza menor y la recolección de los frutos que le ofrecía la naturaleza que lo rodeaba. En buena cuenta siempre vivió con desenfado, aunque acabara vaciándose de lo poco que se procuraba.

Llegado el tiempo, como correspondía a una vida de trabajo y privaciones el campesino murió tempranamente, y cuando le tocó llegar al lugar que le sigue a la muerte comprendió que el más allá sólo era un profundo y oscuro vacío lleno de todos los que dejan de existir para este mundo.

-¿Esto es todo? -Le preguntó a uno que se había muerto mucho tiempo antes que él.

-Parece que sí. -Le respondió y agregó. -Esto está vació porque aquí nadie ha traído nada, ni siquiera la luz que alguna vez alumbró sus mentes. Aunque la mayor parte de los que llegan supongan que siguen siendo lo que fueron allí donde vivieron.

-¿Y sí todo lo que sigue a la vida que llevamos está así de vacío, no te parece que mejor sería que no quede nada, ni nosotros mismos? -Le preguntó.

-Pero como la energía es igual al producto de la masa por la velocidad de la luz al cuadrado dividido entre dos, y como la masa no se crea ni se destruye, sino que solo se transforma, resulta que es así cómo nos quedamos inmediatamente después de la muerte, pero con la certeza de que aun así, en algún instante que no es de este tiempo nos transformaremos.

-No sé porqué entiendo perfectamente todo lo raro que me estás diciendo. -Le confesó lleno de desconcierto.

-Aquí se sabe y se entiende todo, porque aquí todo ese conocimiento no nos da ningún poder sobre nadie ni nada. Además qué poder podemos tener en medio de este vacío.

-¿Y dónde está Dios? -Le preguntó lleno de curiosidad.

-Tú crees que Dios, en cualquiera de sus formas, sería tan sonso para andar por aquí. Los dioses están dónde están los hombres suplicando fortuna, demandando salud, implorando consuelo y llorando por todas aquellas necesidades que les hace falta para seguir viviendo como en su ilusión desean. Pero aquí para qué nos servirían, sí ya estamos muertos y por eso ya no tenemos que pedir nada a nadie. -¿Estás preocupado? –Le preguntó.

-No. Sólo que como he vivido lleno de necesidades y sobresaltos se me ha quedado la costumbre de preguntar para saber cómo salir de cualquier apuro. Aunque me imagino que para nosotros esto ya no representa ninguna angustia, porque todo lo que fuimos quedó atrás.

-Según me he informado al parecer esto no es todo, pues dentro de algún momento que puede ser una eternidad, porque el tiempo ya no transcurre aquí, se iluminará un número del 1 al 9 en el lugar donde estuvo nuestros pechos y algunos de los que estamos aquí desaparecerán, porque serán signados con el 0 que no vale nada. O sea, igual a este vacío.

-¿Y luego?

-Para los que no desaparezcan, todo seguirá igual.

Más tarde, al igual que todos los mortales, llegaron a ese enorme vacío los otros egoístas y codiciosos muertos que durante su existencia terrestre fueron grandes líderes religiosos y políticos, extravagantes multimillonarios, sanguinarios guerreros, ilustrados eruditos, consumados científicos y aquellos muchos mas que con todo su poder temporal no le dieron sentido a la vida ni fin al sufrimiento de la muerte, incluso su vecino el rico, con la pretensión, de que todos los aplaudieran o los saludaran muy respetuosamente y los colmaran de halagos, porque se habían encargado de llenar ese vacío con todos los demás, pero no pasó nada, porque allí todos eran iguales a esa misma nada.

En algún momento de un tiempo que no existe se iluminaron los números en el lugar donde antes estaban sus pechos y luego que el campesino vio las cifras de los que estaban a su lado, desapareció de aquel vacío. Pero justo en ese pequeño instante todos los que ya no eran lo que fueron entendieron que al nacer para el mundo de los vivos llevamos encendido en el pecho el número 1 y con el correr de los años, conforme a la vida que llevaron fueron pasando al 2, luego al 3, al 4, al 5, etc. Pero los que en vida no se habían vaciado de todas sus ambiciones, ansiedades, vanidades y banalidades hasta convertirse en 0, no podían agregar al 1 que al nacer trajeron el 0 que lograron vaciándose para llegar a ser 10 y luego 11, 12, 13….. y después de otro vaciamiento seguir sumando 20, 21, 22…, y así sucesivamente.

Después de salir de la ducha sentí que en mis sueños vi a mi amigo “Tostao”, allá donde quiera que esté, seguir creciendo 30, 31, 32, 33…. y por eso será que lo soñé cubierto de un aura de mística alegría.

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