La Sangre Negra de la Tierra

La Sangre Negra de la Tierra

Sofiya Volkova

25/03/2018


Entre las teorías sobre el origen inorgánico del petróleo está la teoría cósmica de Sokolov, según la cual el petróleo se considera producto original de la combinación de carbón e hidrógeno en la masa cósmica, durante la consolidación de la tierra.

Diario de Konstantín Dal

Domingo, 11 de agosto de 1985

Con total seguridad el año 1985 pasará a la historia como el más trágico de todos los vividos en la explotación petrolífera Tierra Negra. Han pasado siete semanas desde el inicio del fuego y todavía no hemos sido capaces de extinguirlo. Ha llegado a mis oídos que podría tratarse de la mayor catástrofe de este tipo en la historia. Las técnicas que hemos usado hasta ahora han fracasado, dos hombres han perdido la vida y cada día la estancia en estos campos se vuelve más agotadora. El aire está contaminado por gases tóxicos derivados de los residuos de la combustión. El ruido atronador —como de varios aviones—, generado por el chorro de petróleo que irrumpe desde las entrañas de la tierra, no cesa nunca. La columna de fuego alcanza más de 300 metros de altura, por lo que incluso de noche los campos están inundados por una luz roja, como si de una estampa del fin del mundo se tratara. Atraídas por esas llamas, bandadas de pájaros acaban consumiéndose y cayendo desde el cielo. La tierra alrededor del pozo amanece cubierta de pájaros calcinados.
Los medios callan. Tienen prohibido hablar de la catástrofe. Las consecuencias del incendio, desde luego, van a ser nefastas para la industria y el medio ambiente. En este país no pueden ocurrir accidentes de tal calibre, por lo que todas las labores son llevadas a cabo en secreto bajo las órdenes del Comité Nacional de Seguridad.
No puedo hablar con nadie sobre del incendio ni tampoco quiero compartir mis conjeturas acerca de su origen, pero necesito ordenar los pensamientos de alguna manera. Siento cómo la angustia crece en mi interior, y me veo obligado a llenar hojas y hojas con palabras para apaciguar la tormenta que está amenazando mi mente. Me siento enfermo estas noches cuando me quedo solo en la habitación que me ha ofrecido Albert en su casa. Al otro lado de la pared llora su hijo que se ha quedado sin su madre. No es el mejor lugar para desconectar de la situación. Todo me recuerda a M., que ha desaparecido hace dos meses. Entonces aparece Rom, su labrador, y pide que le atuse. Viejo amigo, no sé quién de los dos necesita más consuelo.

Jueves, 15 de agosto de 1985

Hoy cogí al perro y fuimos a recorrer la ciudad en busca de M. Siempre me había parecido extraño que tras permanecer unas semanas en Ohrm, tenía ganas de volver a la capital. Pero cuando estaba en casa, empezaba a echar de menos los campos petrolíferos de Tierra Negra. Cualquier motivo era suficiente para volver. Por eso, para cuando solicitaron la asistencia oficial de un geofísico y geólogo, ya me encontraba en la ciudad. No tenía una explicación oficial a mi visita, por lo que me inventé la excusa de estar de viaje particular. En parte lo era. Unos días antes de que se produjera el incendio, había recibido un telegrama donde se me pedía que volviera urgentemente. “Incumplí nuestro acuerdo. Entré en contacto. Descubrí el origen. Algo terrible está a punto de suceder. Necesito tu ayuda. Ven de inmediato. M.”, decía el mensaje.
Nada más leerlo comprendí de qué me hablaba, pero conociendo el carácter de M. quise tranquilizarme pensando que me había escrito un telegrama alarmante para que regresara. Pero la preocupación acabó venciendo cuando me llamó Albert. Me contó que se había producido un accidente en el yacimiento y que M. había desaparecido el mismo día. No podía ser una coincidencia. ¡Al final lo había hecho a pesar de haberme prometido mantenerse al margen! No quería imaginarme las consecuencias que podría traer su acto egoísta.
Dejé mi trabajo en el Instituto del Petróleo y las clases en la universidad y salí despedido hacia Tierra Negra. Esperaba alcanzar mi destino y descubrir que todo había sido un malentendido, pero cuando llegué a la explotación ya era demasiado tarde.
Hoy se cumplen justo dos meses de la desaparición de M y el inicio del incendio. La policía no tiene pistas. Albert y yo estamos desesperados. Mi amigo esta al borde de un ataque de ansiedad. Sin embargo, es al mirar al perro cuando siento una tristeza infinita. El animal no vive la desaparición de M. como la vivimos nosotros, pero puedo ver en sus ojos que sufre por su ausencia.

Sábado, 24 de agosto de 1985

Esta noche el niño no dejaba de llorar y no me quedaba dormido. Por eso cogí a Rom y nos fuimos a dar una vuelta. El perro estaba intranquilo durante todo el paseo. Le solté para que corriera. Quise vaciar la cabeza, pero en cuanto cerré los ojos, empezaron a sonar en mi cabeza las conversaciones que tuvimos durante las reuniones y los textos de los informes leídos. Intenté juntar todas las piezas de las que disponía para encontrar la respuesta a cómo pudo haber ocurrido.
Durante la perforación de exploración del pozo Nº137 hubo un fallo a la profundidad de 4467 metros y un chorro de petróleo irrumpió con fuerza en la superficie. Una fuente negra brotó hacia el cielo sin control. Unas horas más tarde el petróleo y el gas liberados se encendieron. Se ha culpado oficialmente a un ingeniero que probablemente terminará en la cárcel por negligencia. Aunque, yo sospeche de la verdadera causa del accidente, me tengo que callar al respecto. En las reuniones de planificación de la extinción del fuego hablo con términos científicos y emito juicios racionales, mientras mis pensamientos están a miles años luz de la ciencia y la lógica convencionales. Pero solo puedo admitirlo ante mí mismo en este momento.
M. me quiso alertar del peligro que sabía que excedía los límites de lo conocido, y yo, a pesar de ser un hombre de ciencias, tengo motivos para creer en sus palabras.
No sé cuándo podremos poner fin a esta catástrofe sin precedentes, cuya naturaleza se encuentra más allá de las explicaciones técnicas. Al no tener constancia de averías de este tipo, es difícil elaborar un plan de acción. Estamos esperando maquinaria extranjera, porque con nuestros medios no hemos obtenido resultados. Cada día crece en mí el temor a que fuerzas de naturaleza de las que no tenemos conocimiento, aquellas que no sabemos dominar, se hayan alzado contra nosotros en un tenebroso acto de venganza. Esta noche en el parque ese temor se transformó en auténtico pavor. No vi nada pero sentí la amenaza como si fuera algo físico. Y lo que fomentó más este terror fue el extraño comportamiento del perro. Se había parado en el medio del paseo de aquel desértico parque y ladró a la oscuridad durante varios minutos.
Creo que hasta el animal se ve afectado por toda esta tensión en el ambiente. Tengo que encontrar a M. cuanto antes.

Viernes, 6 de septiembre de 1985

Cuando me desperté esta mañana Albert me dijo que el perro había desaparecido. Aunque nos daba pena, no podíamos dedicar tiempo a buscarlo. Pero tuve una corazonada. Había un restaurante que solíamos frecuentar todos en estas fechas. Decidí probar suerte y visitar el local por si M. se había acordado de esta tradición y de paso preguntar si no habían visto a Rom por ahí.
El primer viernes del mes solíamos quedar en el restaurante Cosmos para celebrar nuestros triunfos del mes anterior. Una vez al año organizábamos allí una cena para conmemorar el día de la inauguración del primer pozo. Hoy es el primer viernes del mes y el 20 aniversario del descubrimiento del yacimiento, pero ninguno estamos de humor por razones evidentes. La columna de fuego en el horizonte va a convertir esta memorable fecha en un duelo.

Esperaba encontrar a M. y que todo hubiera sido un malentendido, una excentricidad de las suyas, un mal sueño. Pero estoy solo en la mesa y el pozo sigue ardiendo. A veces me parece que todo es una broma pesada de M. para verme sufrir. ¿Me estará castigando por haberme ido? Me volví a la capital hace cinco años porque se me presentaron otras oportunidades: el trabajo en el Instituto del Petróleo, la enseñanza, y también porque a los cincuenta años prefería la comodidad de un despacho y quería estar más cerca de mi familia. Pensaba que mi presencia sería más útil allí, quería poner en marcha mi proyecto de investigación, que no iba a poder llevar a cabo en otras circunstancias. Pero M. no estaba de acuerdo con que ese tipo de investigación tenía que realizarse en un laboratorio. Siempre había admirado su mente, pero si su proceder no iba a ser científico, tenía que actuar a mi modo. En el Instituto del Petróleo disponía de todos los medios necesarios para estudiar y documentar el descubrimiento que habíamos hecho nosotros dos en los campos petrolíferos de Tierra Negra. Mi objetivo era conducir un estudio serio en un ambiente científico. El suyo —como lo ha demostrado— usar ese conocimiento de forma egoísta.
Sin embargo, nunca pude haberme imaginado que fuera capaz de traicionar nuestro acuerdo. Aun así, tengo que dar con su paradero.

Domingo, 8 de septiembre de 1985

Me desperté de un ladrido sonoro en mi oído. Pude sentir incluso el aliento húmedo del perro en mi cara. Cuando abrí los ojos, estaba solo pero podía notar el olor a perro en el aire. Había restos de barro en el suelo y pisadas que no eran de un animal, sino de un ser humano. Juraría que M. había estado aquí. Conociendo su carácter, me temo que haya hecho algo insensato y ahora se esconde y nos tortura a todos. Aunque Albert se ve destrozado, envidio su ignorancia, si supiera todo lo que yo sé, hace mucho tiempo que habría tocado fondo. Los dos hemos recorrido la ciudad y los campos en busca de M., al final hemos ido incluso a la aldea para descartar todas las opciones. No sabía si se acordarían de nosotros después de veinte años. Por suerte, un par de personas nos reconocieron. Desgraciadamente, no habían visto a M., pero pude discernir en sus rostros una sombra de sospecha y preocupación. Agitaron las cabezas y nos lanzaron unas miradas reprobatorias. “Habéis cometido un gran error”, nos dijeron, “habéis despertado una fuerza que no podéis controlar. No es fuego, es la ira que la tierra os envía”, señalaron al horizonte donde se veía humo. “Os habéis olvidado del respeto y habéis destruido el equilibrio natural. Vais a necesitar algo más que vuestra tecnología para sofocar esa furia”. Albert no lo entendió, pero detrás de aquellas palabras veladas se escondía un mensaje cuyo significado capté en seguida, y eso hizo que me preocupara con una renovada intensidad. Me veía incapaz de contar a Albert, mi compañero y amigo, ingeniero de perforación, con quien perforé aquí nuestro primer pozo, el secreto que compartimos M.y yo. Tampoco le voy a contar que estuvieron aquí. No tengo pruebas y no puedo darle falsas esperanzas.
Encontrar a M. es primordial, pero igual de importante es acabar con el fuego. No se lo puedo decir a nadie, pues no tengo una explicación, pero sé que hay una relación entre su desaparición y la avería.

Miércoles 11 de septiembre de 1985

Unos operarios me dijeron que habían visto en los campos a alguien cuya descripción coincidía con la de M., que iba en compañía de un perro. Debo encontrarlos sin esperar la asistencia policial. Nadie conoce este yacimiento mejor que yo. Fue mi expedición la que hizo la primera perforación. Cuando habíamos llegado aquí por el río en 1965, no había nada salvo inmensos cenagales y maleza. Al este, a orillas del río, vivía el pueblo autóctono. Al comienzo de nuestras labores, estábamos en contacto, pero cuando la industria empezó a crecer, dejaron sus casas de madera y se marcharon a 100 km río arriba. En el emplazamiento del pueblo se construyó una ciudad por y para los trabajadores. La gente confluía de todas partes de nuestro gran país y se mezclaba en este lugar. Se necesitaron cuatro años desde el descubrimiento hasta ver la explotación funcionar a pleno rendimiento, debido a su compleja estructura geológica. Más otros cinco años hasta que se construyó la ciudad y la línea ferroviaria que la unía con el resto del mundo. Fui testigo de la construcción de la ciudad de Ohrm y del consecuente cambio del paisaje. La naturaleza salvaje había sido sustituida por un paisaje industrial. Las bombas trabajaban día y noche extrayendo el petróleo desde el subsuelo, llegando a obtener 25 millones de toneladas en la época más próspera a principios de esta década. Los recursos naturales que ofrecía esa región eran el orgullo nacional. Pero nadie conocía los verdaderos misterios de esta tierra mejor que M. y yo. Misterios que descubrimos al llegar aquí, los que juramos mantener en secreto y cuyos límites acordamos no sobrepasar.
Si hubiera acudido a tiempo como me lo pidió, quizá nada de eso habría ocurrido…
No tengo tiempo para escribir más. Debo salir a recorrer los campos. Si encuentro al perro, quizá encuentre a M. por fin.

Viernes 13 de septiembre de 1965

Esta mañana, al salir de casa, me encontré con Rom al lado de mi coche. Quise acariciarlo, pero no se dejó. Me ladró y salió corriendo. Después de unos metros se detuvo y se giró hacia mí. Ladró de nuevo, como si me llamara para que lo siguiera, y echó a correr por la carretera.
Todavía confiaba en que me llevara hacia M. y decidí seguirlo.
Cuando salí de la ciudad, me di cuenta de que íbamos en dirección a las Cuevas Ígneas. Es la traducción literal del nombre que reciben en lengua autóctona. En primavera de 1968 M. y yo las descubrimos. Se convirtió en nuestro lugar secreto durante muchos años hasta que la ciudad creció. Empezaron a venir curiosos para contemplar el fuego eterno generado por el gas que salía por las grietas en la tierra. Para los antepasados del pueblo autóctono, los adoradores del fuego, era un lugar sagrado, pero hoy en día es un punto turístico más.
M. también solía decir que no eran cuevas comunes. M. posee una intuición especial, impropia de alguien de nuestro campo, donde nos basamos continuamente en las mediciones. Suena extravagante, pero sin su ayuda no habríamos tenido el éxito que tuvimos. Nos decía: “Perforad aquí”, y acertaba. No necesitaba estudiar el terreno como yo, simplemente lo sentía. Era un secreto que compartíamos los tres: M., Albert y yo, mientras para el resto era el triunfo de la ciencia. La sensibilidad de M. es un don, pero siempre había dicho que le iba a traer desgracias algún día…

Cuando llegué el perro no estaba por ninguna parte. Encontré el coche de M. a unos metros del cráter, pero no había ni rastro de su presencia. Las cuevas están situadas dentro de un cráter de unos 50 metros de diámetro y 25 de profundidad. Nada crece a su alrededor. Los animales que acaban cayendo dentro son incapaces de salir. Desde el borde del cráter no vi nada, me preocupaba que les hubiera pasado algo. Nadie ha bajado todavía al fondo de la concavidad para explorarla. Nadie sabe qué se podría hallar allí a parte del fuego y el gas. Solo nosotros dos conocemos —a nivel muy superficial— los misterios que esconden esas cuevas.
Rodeé la oquedad llamando a M. sin apartar la mirada de las llamas del interior. Me sentí como un poseído, mi serenidad habitual me había abandonado por un instante y me había entregado a la desestabilizadora sensación del pánico. Sin embargo, al no haber visto nada en el fondo del cráter, me encontré más tranquilo. Estaba a punto de regresar al coche, cuando oí una voz. Provenía desde el interior del cráter. Me quedé paralizado. La voz me llamó por mi nombre. En realidad no era una, sino muchas voces que susurraban mi nombre, pero era un susurro que sonaba muy cerca de mis oídos, casi dentro de mi cabeza.
Me alejé del borde tan rápido como pude y volví al coche.
Se ha hecho de noche y las llamas del cráter se ven aún más impactantes, aunque ya había visto esta imagen decenas de veces. No puedo no pensar en mi familia. No sé si volveremos a reencontrarnos. Me pregunto si M. es más importante para mí que los lazos familiares. No debería pensar así. Lo que de verdad importa ahora es acabar con esta catástrofe que, mucho me temo, tiene que ver con la temeridad de M. y su egoísmo.
P. D.: Si al final no regreso, pido que este diario sea entregado al departamento de geología de mi universidad. Mi discípulo, Leo Ader, encontrará aquí las instrucciones necesarias para continuar con mi investigación.

Nota:
Ader, me cuesta admitirlo, pero podrías tener razón. Sí, sobre el origen.

SINOPSIS

En 1985 en algún punto de la URSS, un yacimiento petrolífero corre peligro debido a un incendio accidental de un pozo, mientras el gobierno se esfuerza por ocultar el incidente. Algunos fenómenos que se presencian en el lugar de la catástrofe parecen tener un origen inexplicable. Tras varios meses de infructuosos intentos por controlar la situación, uno de los miembros del comité para la extinción del fuego, el geofísico Konstantín Dal, desaparece sin rastro en extrañas circunstancias. Solo queda su diario con algunas pistas de lo que podría estar ocurriendo.
Diez años más tarde, una expedición, encabezada por el discípulo del científico desaparecido, se dirige a la explotación para estudiar su posible rehabilitación. Los integrantes del grupo se verán envueltos en una serie de peligros, cuya naturaleza podría estar relacionada con el misterioso origen del petróleo.

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