Cuento recursivo

Cuento recursivo

Cyá

18/10/2023

Estaba Julián observando por la ventana la ciudad aún dormida y los cerros lejanos que empezaban a tomar el sol, contemplativo y algo abatido. Se había despertado hacía casi media hora y estaba aún en pijamas, somnoliento.

La noche anterior, refugiado en la lectura de cuentistas famosos en busca de inspiración, había quedado rendido de letras y de cansancio para luego sufrir pesadillas en las que quedaba inmovil en su cama, se esforzaba por despertar (porque ya conocía este tipo de sueños) y lo lograba, para luego darse cuenta de que estaba aún dentro de la misma pesadilla desesperante, lenta y que le aplastaba el corazón.

Todavía frente a la ventana, recordando los acontecimientos de su noche penumbrosa, le pareció, con algo de gracia, que había tenido una pesadilla recursiva (1) y que estaba escalando un nivel en su rango de abatimientos. Pensó también, ahora no con tanta gracia, que su desvelo en letras no había sido el más eficaz y que estaba aún en blanco, lento, y sin nada que agitara su alma a escribir. Se movió, dispuesto a hacer brotar de su corazón las palabras, aunque sea a escupitajos sobre el papel.

¿Sobre qué escribir? La pregunta lo incomodaba y su disposición se escapaba ante esas imponentes tres palabras cada vez que sostenía el lápiz. Hasta cierto punto le parecía molesto estar inmerso en un bloqueo mental, aletargado, dormido en vida en un sueño con filtro “soft”.

Recurrió entonces a rebuscar memorias, palabras, como quien buscar sostener algo, lo que sea, cuando se está ahogando o como cuando en su pesadilla buscaba casi inútilmente inspirar profundamente, retener la respiración y exhalar tan espasmódicamente como pudiese esperando que al hacerlo su cuerpo se moviera en la vida real y el movimiento lo despertase. Pero como en su pesadilla, la solución de la inspiración profunda no lo estaba salvando sino que reverberaba una y otra vez. Tomaba una idea y no le parecía lo suficientemente profunda, llamativa, digna. Entonces volvía al abismo en blanco, al cerco de cero ideas y cero ganas, y comenzaba nuevamente la búsqueda de algo por el que escribir.

Añoraba los días dorados en los que su brazo escribía tan rápidamente como de su mente brotaban manantiales de palabras e historias, los días en los que no tenía espacio ni tiempo para aquellas cosas.

“Irónico”, pensó. Muchas cosas en la vida le parecían desfasadas; recibir amor cuando no estaba listo para amar o amar cuando ya no lo querían, cantar cuando debía estudiar para el examen de gramática de la facultad y el quedarse callado, mudo como estatua, cuando estaba en el escenario de un karaoke los fines de semana.

Le pareció que muy pocas veces estaba en el tiempo y lugar adecuados, que el era mas como una semilla voladora tirada acá y allá por el viento; que ahora que quería escribir estaba atorado, que el viento que lo manejaba era la tirana inspiración que venía cuando quería y se iba cuando más la necesitaba. Que la inspiración era tal vez como Dios.

Una sensación de ardor e incómodo calor en su hombro izquierdo lo distrajo de sus reflexiones. En algún momento se había quedado sentado en la silla de escritorio de espaldas hacia la ventana, y el sol prolongado en su piel empezaba a molestarlo.

Se incorporó. Ya había amanecido con esplendor para entonces, el barullo empezaba a dar sus primeras voces, las calaminas hacían brillar como plata los techos de algunas casas y las ventanas tornasoladas de los edificios daban la sensación de que el día prometía intensa vitalidad y calor.

El papel estaba sobre su escritorio, el lápiz había ido a parar justo al lado de la hoja en blanco y al verlos posicionados de esa forma sintió de ellos un profundo reproche y una extraña sensación de torpe y satírica derrota similar a la que se tiene cuando crees haber alcanzado a un mosquito de un aplauso pero luego abres las manos y ves como el irritante “patas de palito” se escapa de lo más dichoso, y uno hace berrinches y gesticula con los brazos para alcanzar a la presa de nuevo, pero se ha ido, se ha escapado de las manos, como las palabras se escapan de la mente, escapan las palabras dichosas por no quedarse quietas en el papel.

Soltó una leve risilla por lo dramáticamente trágica que parecía su situación y entonces pensó que acaso podría escribir acerca de ese dilema. ¿Por qué no?, razonó y respondiéndose a sí mismo dijo: El que sufre de amor, suele escribir de amor, para mal o para bien, pero escribe. Y en los artículos científicos, donde se describen investigaciones y estudios que evalúan hipótesis, se arrojan resultados que respaldan o refutan ideas particulares. Escribimos de lo que funciona y de lo que no y sin importar mucho eso siempre se llega aprender algo. Los “no” enseñan tanto como los “sí” y las puertas cerradas tanto como las que están abiertas. 

Tomó el lápiz con firmeza comprometido a escribir sobre su falta de inspiración como un antídoto contra eso mismo. Tal vez con mucha tinta y con mucho tiempo (como dice la canción de Jorge Drexler) podría aparecer algo, algo que podría ser leído y en la hoja colocó:

Estaba Julián observando por la ventana la ciudad aún dormida y los cerros lejanos que empezaban a tomar el sol, contemplativo y algo abatido. Se había despertado hacía casi media hora y estaba aún en pijamas, somnoliento.

(1) La idea de recursión en este cuento se inspira en el concepto de recursividad utilizado en programación. Recursividad en programación es la capacidad de una función o acción de llamarse o invocarse a sí misma cuantas veces lo requiera, aplicando las mismas reglas a diferentes niveles o capas, lo que da lugar a una estructura en cascada. Así, una pesadilla recursiva es un sueño dentro del sueño, acontecimientos repetitivos que tienen la misma escencia y que crean una experiencia de miedo que se retroalimenta.

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