MARCELO LEVI Y EL ACERTIJO DE LA CUEVA

MARCELO LEVI Y EL ACERTIJO DE LA CUEVA

Jose Valentin

26/10/2023

Hace mucho tiempo, en un lugar escondido cerca de la gran montaña «Pico de Orizaba» en México, vivían los Pucusuncas, extraordinarios guerreros y expertos maestros de la construcción. El gran Jefe Amdú gobernaba con justicia y sabiduría las 15 tribus de los Pucusuncas.

Un día, un gran terremoto sorprendió a todos. Sonaban los aerófonos desde las partes más altas de la montaña y desde lejos se veía levantarse una gigantesca nube negra. Una densa lluvia de cenizas cubría todo el lugar. ¡Era el gran volcán! El poderoso volcán había despertado.

Todos estaban muy asustados y preocupados, ya que las cenizas aún incandescentes caían en los campos y en los techos de las casas, amenazando con incendiarlo todo. Los pobladores hacían cuanto estuviera en sus manos para impedir que el fuego se propague. Unos transportaban agua en grandes cántaros desde el río, otros bombeaban el agua y la lanzaban a chorros utilizando una rudimentaria bomba de agua que ellos mismos habían fabricado.

Mientras tanto, los jefes de las 15 tribus se reunían de emergencia en la fortaleza del jefe Amdú. En tan solo unos días, la lava ardiente que emanaba sin parar de la boca del volcán llegaría hasta las aldeas y destruiría todo. Preocupados, discutían y se organizaban para evitar el desastre.

De pronto, irrumpió en la habitación Nandú, padre de Amdú, acompañado de Marcelo Levi, hijo de Amdú.

Nandú ya estaba viejo, pero guardaba mucha sabiduría en su interior. Con paso pausado atravesó el salón y, al estar delante de todos los jefes abrió un pequeño cofre que traía en la mano, mostró una extraña piedra de color blanco semitransparente. Todos, extrañados, comenzaron a murmurar.

—¡Querido padre, estamos ante una grave emergencia!. En poco tiempo, el volcán podría destruir toda la región y debemos evitarlo— exclamó preocupado Amdú.
Su padre le respondió:

—Lo sé, hijo mío. Por eso estoy aquí. Hace 85 años, cuando era una niño, ese mismo volcán enfurecido destruyó toda la región, sepultó a casi todas las aldeas. Todas excepto una: la aldea del este, cerca del bosque de piedras. En ese lugar, unos niños descubrieron una cueva llena de estas piedras, se llaman «congelitas», Esos niños al encontrar la cueva prendieron antorchas y se adentraron en ella. Ya habían avanzado cierta distancia cuando accidentalmente alguien dejó caer su antorcha. Al intentar levantarla, notó con sorpresa que la antorcha se había quedado congelada. llamó a los otros muchachos y, asombrados, trataron de descongelarla llevando el fuego de sus antorchas hacia ella. ¡Y vaya sorpresa! todas las antorchas también quedaron congeladas.

Los muchachos salieron corriendo del lugar, y fueron a contar lo sucedido a su aldea.

Los pobladores, al escucharlos, formaron una comisión para investigar lo sucedido y fueron a inspeccionar la cueva. Recogieron un pedazo de roca del lugar y la llevaron hasta la aldea para estudiarla. Encendieron una fogata, tomaron un trozo de madera ardiendo y la acercaron hacia la roca. Al instante, el leño quedó congelado, ante el asombro de todos el jefe de la aldea tomo la roca y la arrojó a la fogata; todos se quedaron boquiabiertos. Al contacto con la roca, el fuego se extinguió y toda la fogata se convirtió en hielo, inclusive las piedras y el carbón que estaban al rojo vivo.

Los pobladores de esa aldea utilizaron las rocas de la cueva para detener la furia del gran volcán en esa época.

—¡Deben ustedes ir en búsqueda de esa cueva y conseguir las rocas! para detener al gran volcán. Todos, impresionados por la historia, se miraban entre sí admirados con un brillo de esperanza en sus ojos, pues de conseguir las rocas las aldeas se podrían salvar.

—¡No perdamos más tiempo!, partamos hacia la montaña en búsqueda de las rocas— exclamó Amdú, luego abraso a su padre.

Marcelo Levi, emocionado por la historia de su abuelo, quería conocer la cueva de las rocas. En seguida, se puso su mochila de viaje, y cuando estaba a punto de partir su padre lo detuvo y le dijo:

—»Hijo mío, aún eres muy pequeño para esta misión, es un viaje peligroso, y tu tienes que cuidar a tu madre y resguardar el orden aquí en la aldea». Marcelo, decepcionado, obedeció y asintió con la cabeza.

Los quince jefes, representantes de cada tribu, partieron hacia las montañas. Salieron animosos muy de madrugada. Marcelo se quedó en la aldea ayudando junto a sus amigos a preparar barricadas de piedra. La lava avanzaba rápido y debían resistir lo más que pudieran hasta que los demas regresaran con las «congelitas».

Había transcurrido un día desde que marcharon, cuando de pronto un fuerte terremoto sorprendió a todos. El volcán nuevamente rugía, las cenizas incandescentes caían otra vez como lluvia de granizo. Hombres, mujeres, niños y ancianos, todos trabajaban para evitar que el fuego se propague. Marcelo y sus amigos también. Luego la lluvia de cenizas cesó y una aparente calma descendió sobre la región.

Un chillido muy familiar se escuchó a lo lejos. Marcelo levantó la cabeza. —Silencio todos— gritó. A lo lejos se veía venir una sombra desde lo alto. —Es «Lechuso»— volvió a gritar. Era la lechuza de su padre, que traía entre las patas una nota que decía:

—El volcan ha destruido casi todo el camino, nosotros hemos quedado atrapados, rodeados por un río ardiente de lava. Lo mejor es que huyan hacia las montañas del sur. Lleven consigo solo lo necesario y que Dios los acompañe.

Los sollozos y llantos no se hicieron esperar.

—¡No podemos abandonarlos!— gritó entre lágrimas Marcelo Levi —¡No podemos dejarlos ahí!. Tenemos que ir a salvarlos.

Todos los hombres estaban repartidos en las zonas más altas construyendo barricadas de piedra y tardarían mucho tiempo en organizar un equipo de rescate. Ante tal situación, Marcelo y sus amigos no dudaron en salir en búsqueda de Amdú y los otros.

—Hijito mío, ve con cuidado por favor, yo avisaré a los hombres de las otras tribus para que les den el alcance— dijo la madre de Marcelo.

Enseguida, los muchachos recogieron cuerdas y picos, cargaron algunas provisiones y salieron presurosos.

—¡Vamos por el camino de las lechuzas!— exclamó Marcelo. —Un día el abuelo me mostró un atajo secreto para llegar al bosque de piedras. Todos asintieron con la cabeza e iniciaron su marcha.

Al caer la tarde hicieron antorchas y caminaron sin detenerse hasta llegar a la cumbre de la montaña. A unos metros divisaron la entrada a una caverna.

—Esa debe ser la cueva— dijo Marcelo.

Todos corrieron hacia ella, pero cuando estaban por entrar, un viento muy frío los envolvió y se formó una pared de hielo en la entrada de la cueva.

—¿Qué sucede? pero ¿qué esta sucediendo?— murmuraron asustados los muchachos. De pronto, unas letras aparecieron sobre la pared:

—¡La puerta se abrirá solo a aquel que entregue lo más valioso que posee!.

Los muchachos se miraban confundidos, pues este contratiempo no lo había mencionado el abuelo en su relato.

—¿Lo más valioso que poseo?— murmuraban

—No podemos perder tiempo— dijo uno de ellos.

—Es verdad, intentemos cada uno— dijo Marcelo.

—Yo iré primero— dijo Bastián, el más alto y corpulento del grupo. Se acercó a la puerta y sacó de su bolsillo un antiguo reloj de oro.

—Este reloj me lo regaló mi padre, y también su padre se lo regaló a él. Es el objeto más valioso que poseo.

Enseguida tembló la tierra y la pared de hielo, en lugar de abrirse, se endureció más.

Era el turno de Lao, hijo del jefe de la tribu del río, se acercó y susurró a la cueva:

—Yo te doy mi nombre y mi herencia como príncipe. Mi nombre y mi herencia son mi orgullo y representan lo más valioso que poseo.

Nuevamente retumbó el suelo y la pared de hielo se volvió a endurecer aun mas.

—¡Qué esta pasando! – exclamó Táro, de la tribu del oeste, se acercó a la cueva. y le dijo:

—Yo soy el mejor arquero de toda la región. Nadie puede superarme con el arco y la flecha. Yo te doy mi talento.

Nuevamente la tierra tembló y la pared de hielo volvió a endurecer más.

Los muchachos estaban muy ansiosos. Se acababa el tiempo y nadie lograba dar con el acertijo de la cueva. Marcelo, que observaba atento, decidió intentarlo. Se abrió paso entre sus amigos y, mientras se acercaba, pensaba en su padre y en su familia. Llegó hasta la pared de hielo, respiró profundo, empuñó las manos con coraje, cerró los ojos y susurró a la cueva.

Nadie logró oír lo que decía, pero de pronto, otra vez retumbó la tierra. Y cuando todos creían que la pared de hielo se endurecería más, esta comenzó a derretirse. Marcelo lo había logrado.

Todos, alegres y emocionados corrieron hacia la cueva y cargaron con todas las rocas «congelitas» que encontraron, llenaron cuatro carretas grandes y salieron presurosos. Cuando estaban afuera, se dieron cuenta que faltaba Marcelo.

—Marcelo date prisa— le llamaron.

Muy triste él les dijo:

—Por favor, rescaten a mi padre y protejan las aldeas. Yo no podré seguir con ustedes.

—¿Pero por qué? ¿Qué sucede?—decían extrañados los muchachos.

—He ofrecido mi vida a la cueva, y ella la ha aceptado. En cambio, nos ha permitido llevar las rocas.

Un frío silencio congeló el tiempo unos segundos. La pared de hielo lentamente volvía a formarse, dejando adentro a Marcelo. Sus amigos, en una emotiva reacción, trataron de romper la pared de hielo y rescatarlo, pero era inútil. El hielo era tan fuerte como roca.

Desde adentro de la cueva se escuchó la voz de Marcelo:

—Vayan pronto y salven a los demás. Yo estaré bien

Entre sollozos, los muchachos tuvieron que marcharse solos.

Marcelo Levi estaba muy asustado. Era totalmente oscuro dentro de la cueva, ni siquiera podía ver dónde estaba pisando. De pronto, una voz que retumbó en la cueva se hizo escuchar:

—Marcelo Leví, has demostrado sabiduría, valentía y coraje con tus acciones. Pero lo más importante es que has descubierto el verdadero sentido del amor: el darlo todo, incluso la vida, para salvar a otros. Estar dispuesto a sufrir con tal de que otros no padezcan, dejar a un lado la vanidad, el orgullo, las riquezas o el poder y darlo todo, eso es el significado del amor.

—Por ese mérito, te voy a regalar este cristal. Guárdalo y utilízalo con sabiduría. Cada vez que el peligro aceche, el cristal se tornará de un color rojizo, así podrás advertir cualquier peligro. Ahora te dejo en libertad para que puedas rescatar a tu padre y a los demás. Las puertas de la cueva siempre estarán abiertas para ti.

Marcelo, muy emocionado, agradeció a la cueva y salió corriendo en búsqueda de su padre. Como él conocía el lugar mejor que nadie, llegó al lugar donde estaba su padre al mismo tiempo que los otros muchachos, quienes se sorprendieron al verlo.

—Pronto, arrojemos las «congelitas»— gritó Marcelo.

Al echar las rocas sobre el río de lava, al instante quedó congelado. El río incandescente que rodeaba a su padre y a los otros jefes quedó convertido en un camino de hielo.

Amdú emocionado corrió hacia Marcelo y lo abrazó muy fuerte. Todos estaban felices, daban

vivas y se abrazaban celebrando.

—No perdamos tiempo, debemos llevar las rocas antes de que la lava consuma todo— exclamó Bastián.

—Sí, tienes razón. Vayamos rápido— respondieron todos.

Partieron inmediatamente y se dividieron en cuatro grupos para cubrir el norte, el sur, el este y el oeste, cada grupo con una carreta llena de «congelitas».

En todas las zonas, las barricadas de piedras que los pobladores habían construido estaban a punto de colapsar. El desastre era inminente.

Al llegar los grupos a cada lugar asignado, arrojaron las «congelitas» sobre los ríos de lava ardiente, y ante el asombro de todos, quedaban convertidos en hielo.

Pasadas unas horas, se juntaron todas las tribus, agradecieron a Dios y celebraron una gran fiesta. Los jefes de las tribus estaban reunidos con Amdú. Públicamente llamaron a Marcelo Levi y con mucho orgullo, su padre lo nombró guardián de la montaña y guerrero honorario de los Pucusuncas.

Pasados 5 años, Marcelo se había convertido en un gran guerrero, con mucha sabiduría y muchas habilidades, pero, sobre todo, con un corazón fuerte y noble. Guardaba siempre el cristal mágico que la cueva le regaló, y cada vez que este se tornaba rojizo, reunía a todos los líderes y superaban cualquier reto. El territorio de los Pucusuncas se expandió grandemente. 

Marcelo Levi ocupó el lugar de su padre y gobernó con justicia y sabiduría por muchos, muchos años, convirtiéndose ese pueblo en el mas próspero de toda la región.

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