“Buen polvo, como siempre”. Se escuchó el repiqueteo del dinero al caer en la mesita de noche. “Te llamaré, no te pierdas bombón”, le lanzó un beso y cerró la puerta tras de sí.

Desde la cama Zaffir desnudo se incorporó y contempló inmóvil lo que había dejado el transeúnte nocturno. Anotó:

                                                     Valente 253.55 dólares

   Un nuevo tachón en su libreta. Habían pasado once años y aún no lo encontraba, su sombra se extendía y desvanecía entre la Favela. Antes de que los demonios de su pasado terminaran de hacerse presentes, dio una calada al cigarro a medio consumir del cenicero, terminó de alistarse y salió del tugurio a su siguiente locación.

   El reloj marcaba las cinco de la madrugada cuando se detuvo en un bar que permanecía eternamente abierto a sus clientes predilectos y acompañantes.

    En la barra lo estaba esperando un whisky doble, cigarros y un botiquín de emergencias. Sacó la cartera para pagar, pero a excepción de un desgastado sobre que guardaba como recuerdo de aquella vez, estaba vacía, gracias a que Valente decidió cargar el servicio a la habitación.

“Lo anoto a tu cuenta”, dijo el barrista sin dejar de darle la espalda.

El mancebo guardó la cartera y comenzó a desinfectarse las heridas de las muñecas. Empezaba a odiar la moda del bongaje. A diferencia del multimillonario Christian Grey, las personas eran tan avaras que utilizaban cualquier material a su disposición, incluidas cadenas de carga. Así que sus encuentros se parecían más a los relatos del Marqués de Sade que a las Cincuenta Sombras de Grey.

Acabando su labor, se dispuso a degustar la bebida ámbar, seguido de varias caladas al tabaco. Y entre sorbo y bocanada cedió al pasado, cuando abandonado al nacer fue errando por la vida hasta llegar al corazón de la Favela. Entre el agotamiento, la hambruna y el tráfico de personas perdió el conocimiento en un recoveco esperando su final. Sin embargo, aún no había llegado su tiempo. Todo lo contrario, despertó en una buhardilla bastante lujosa con un gran banquete. Acicalado y saciado se percató de una caja de rojo satín en medio de la cómoda. En su interior había una tela negra y una tarjeta con una sola instrucción.

                                                                Póntela

Obedeció, vendó sus ojos y aguardó. No fue mucho el tiempo de espera. La perilla giró y escuchó rechinar la puerta. El ambiente fue embargado por un aroma a hombre, poder y lujuria. 

    Zafir se puso en pie de un saltó. Unas manos grandes, pero tersas lo mantenían clavado en su lugar en lo que exploraban cada centímetro de su cuerpo. El extraño se tomó el tiempo de mostrarle un nuevo mundo, del cual sería imposible salir. 

    Preparó su virginal cuerpo con maestría, robándole sonoros gemidos, creando y descubriendo puntos altamente erógenos, llegando al clímax en innumerables ocasiones y en posiciones que desconocía que podía tomar el cuerpo humano. Aquella noche entre tempestuosas embestidas conoció el paraíso.

    A la mañana siguiente, despertó solo en la mullida cama. En la mesa: comida, ropa, una mochila con lo necesario para sobrevivir una temporada y un sobre que contenía 253.55 dólares.

    Desde entonces había buscado a su misterioso beneficiario, pero cuando parecía que más cerca estaba de él, se esfumaba como espejismo en el desierto. Inconscientemente, había adquirido el hábito de sacar el sobre y acariciar el bajo relieve de la flor de loto. Desde aquella vez, aun estando de nuevo ante la muerte, no había gastado centavo alguno. Pues sabía que solo así lo reconocería.

“Cortesía de la casa”, el barman lo sacó de sus ensoñaciones, dejando un pequeño muffin de cereza, con una vela, “Feliz cumpleaños, Zafir”, sonrió. Lo había encontrado a las afueras de su bar hacía once años, había tomado posesión de su cuerpo y no veía el momento de hacerlo otra vez.

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