Entre tazas de cerámica y paquetes de galletitas se lograba apreciar la aparición de dos figuras erguidas, con un mover rígido y seguro. Eran las siluetas de dos pequeños lobos de juguete, de mentira, pero extrañamente vivos. Caminando, aquellas figuras se acercaban a un lugar medianamente desierto, a un rincón liso y extenso. Justo allí, una energía aturdía a uno de aquellos dos: la energía del silencio, la cual le decía sutilmente que el mundo debía manifestarse a través de una voz.
—Hoy el jarrón con leche se acabó de vaciar —Expresó el lobo aturdido mientras daba pasos lentos a la par de su compañero, el cual respondió:
—Y los platos son colocados y quitados dos veces por día, ¿qué te asombra? las cosas simplemente son como son.
—Lo sé, pero definitivamente tiene una causa, todo efecto lo tiene, ¿no es así? —Cuestionó mirando la vastedad del escenario.
—Pues no lo sé. ¿Qué demonios obtengo con tal planteamiento?
—Vamos, ¿todo debe tener una utilidad para ti? Que decirte, supongo que… nada. ¿O sí? ¿Cómo saberlo? Yo creo que si logras descifrar el enigma de un planteamiento podrás llegar a saber si tiene una utilidad o no.
—Entonces supones que martillándote la cabeza es la única forma de tener la posibilidad de saciar la duda de saber si tiene o no una utilidad.
—Creo que me martilla más tu mala combinación de palabras. Tenga o no una utilidad, es… una forma de vida. Ocupa tu mente, y estás constantemente divagando en creativas ideas, lo cual… se siente bien si lo llevas con cautela y templanza. ¿Es acaso lo más importante su utilidad? ¿Dónde queda el disfrute de la curiosidad?
—Que decirte, no soy una persona curiosa.
—¿Pero por qué?
—Siendo honesto, me gusta lo simple.
—Bueno. Supongo que tiene sus ventajas. Me temo a que estoy privado de ellas —Miró a su compañero, fijando una mirada contemplativa para posteriormente seguir el rumbo en dirección al precipicio de la superficie de madera que sostenía a su mundo.
Paso a paso nuevos objetos se lograban apreciar en diversas direcciones. A la derecha observaban un vaso de metal, gigante para sus escalas, expulsando humedad de la superficie circunferencial. Caminando un poco más se podía ver que dicho vaso estaba tapando a un objeto circular, semiplano, con bordes levemente elevados. Era un plato con porciones de bizcochuelo que mágicamente iban reduciéndose en cantidad.
El lobo curioso sentía un éxtasis natural, una fascinación inefable por el movimiento y por las formas de todas las cosas que se encontraba en su camino. Era un escenario que le resultaba trascendente, o al menos por mucho tiempo lo sintió así, ya que en los últimos tiempos las cosas se habían vuelto monótonas por varios motivos, algunos conocidos y otros de naturaleza incierta. El lobo menos curioso siempre disfrutaba de su caminata y se sentía a gusto por la fascinación que su compañero transmitía en cada uno de sus andajes.
El destino final estaba esperando a unos cuantos centímetros, pasando los últimos objetos que los interrumpían. Cruzaron aquellas llamativas entidades, más llamativos para el curioso que para el otro, y luego de aquél ameno caminar, alcanzaron su ansiado paraje: el precipicio. Estaban serenos y contemplativos, esta vez ambos.
—Esta superficie aparenta ser de madera, pero te aseguro que no lo es —Dijo el lobo menos pensante.
—¿Qué quieres decir? —Respondió el curioso con cara de leve desconcierto.
—Lo noté el otro día. Había encontrado una especie de juguete de un material bastante rígido. Ese material era a la vista similar a esta superficie, al de este suelo que sostiene a nuestro mundo, pero de mucha mejor calidad, de madera de verdad.
—¿Se me hace a mi o últimamente andas bastante observador? Parece que mi amistad altera tu mente inconscientemente —Soltó una risa.
Los dos observaron la vista frontal. Un paisaje difuso, lejano para la pequeñez de sus cuerpos. Una conglomeración de objetos gigantes y distorsionados a la lejanía, mas allá de todo lo conocido. Todos los días con acceso a esa vista, con un desconcierto mayúsculo producto de un vivir sin comprender la naturaleza de lo que se hallaba mas allá de su pequeño mundo.
—Hace un largo tiempo me acerco a este lugar. Inspira… cierto respeto. El fin del mundo ¿Lo es acaso? A veces trato de agudizar mi visión, como si ese deseo vaya a alterar mis sentidos para poder ver con claridad lo que hay mas allá —Relataba el curioso.
—Bueno, yo, en algunas caminatas cuando recorro este terreno, observo huellas recientes provenientes de distintos lugares. Concluyen aquí, justo aquí. No hay huellas de regreso. Aparentemente quienes vienen hasta aquí desean un viaje de ida, pero no de vuelta.
—¿Dices que ellos solo saltan?
—Es… lo único que se me ocurre.
—Pero, ¿por qué lo harían? ¿qué afán persigue a la determinación de dejar este escenario, de abandonar todo lo conocido?
—Es curioso, por que supongo que la curiosidad que tanto te caracteriza tiene una relación muy intima con el abandono de lo conocido. Entonces, ¿por qué te abruma tanto?
—Es que estamos hablando de saltar de un precipicio sin fondo aparente. ¡Es diferente!
—Sin fondo aparente no es lo mismo que sin fondo. Deben tener sus motivos, no puedo entrar a sus mentes y desentrañar sus motivaciones, y de igual modo tú tampoco puedes.
—Tal vez… estén en la búsqueda algo. El horizonte está a la vista de todos, y con ello te permites contemplarlo y reflexionar acerca de él, aún más estando en este limitante lugar. La falsa madera, ¿crees que este suelo no esté hecho de madera? Quiero buscar novedad, pero solo encuentro cotidiano furor por mis imaginativas especulaciones, pero no son más que eso, especulaciones. Es como si mi era dorada se hubiera extinto, como si una fuerza externa hubiera cortado el suministro de emociones excitantes. Y por otro lado las huellas, ¿por qué tanta gente salta del precipicio? ¿Qué enigma espera tras ese impulso?
Los días pasaban y pasaban, las hojas de calendario iban siendo quemadas, o cortadas, o tiradas. Lo cierto es que luego de aquella caminata con su buen amigo, el curioso comenzó a acudir con mas frecuencia a aquel sitio, floreciendo en él una nueva obsesión, esta vez no fijada en los eventos de su mundo, sino en lo exterior, en su cielo estrellado, en la incógnita de lo que está mas allá de lo conocido.
Día tras día, ideas emergentes surgían en la singularidad de su imaginación, pensando en aquellas huellas que iban pero no volvían, en lo dicho sobre la falsa madera, en el desconcierto del moverse de las cosas; de las tazas, de los platos y de las galletas que desaparecían. Buscando un propósito, una esperanza de tener una aventura completamente novedosa, donde pudiera buscar preguntas, pero sobre todo respuestas que él no pudiera imaginarse.
La espera fue en vano. El reloj giraba y él rezaba por la aparición de algún objeto que nunca haya visto. Tal vez una elegante copa, u otro juguete con el que pudiera interactuar, o tal vez algún libro con el que pudiese encontrar valiosa información.
La espera fue en vano, puesto que nada nuevo aparecía.
Largos periodos de nulo incentivo, de otros animales de mentira que se dejaban de ver de un día para el otro, de huellas de ida, pero no de vuelta. Nada resplandeciente, nada motivador, nada mas que la rondeante pregunta que en su psiquis emergía: ¿qué demonios hay mas allá y por qué tanto atractivo en él?
Luego de una larga espera, aquellos dos amigos se volvieron a reunir, caminando con sus charlas tan amenas y dinámicas, cuando luego de algún tiempo, el lobo curioso comenzaba a relatar lo siguiente:
—Definitivamente el horizonte esconde algo, y ese algo es buscado por los otros de los nuestros, o por algunos de ellos. Este escenario se habrá empezado a ver corto con su necesidad de novedad, y creo que eso es exactamente lo que me está sucediendo a mi. De hecho, hace bastante me estoy sintiendo así. Mis preguntas, y seguramente las preguntas de muchos sobre el inentendible movimiento y aparición de las cosas, sumado a inconsistencias como tu descubrimiento de la falsa madera suelen parecer motivos suficientes para decidirse a tomar una decisión radical pero necesaria, ya que al menos en mi caso, vivir sin motivación es estar muerto en vida. No sería extraño el enterarme que esa fue la realidad de quienes saltaron y posiblemente la es de muchos otros. Al final, el horizonte está a la vista de todos, y esa visión invita a la reflexión sobre su naturaleza. Si podemos ver mas allá es por que existe algo, y no podremos conocerlo si no accedemos a los misterios que nos oculta.
—Sin considerar que diste un grandísimo sermón, creo que es una posibilidad bastante coherente, pero no sabes que tan amigable sea lo que veas del otro lado.
—No lo sé, pero de lo que puedo estar seguro es que aquí ya no me queda nada por encontrar, nada por lo que vivir. Mi destino está en la continuidad del horizonte.
—¿Y que piensas hacer?
El silencio volvió a tomar protagonismo, ese silencio que ya había experimentado aquél primer día: el de la necesidad de una voz que hable por las cosas.
Suspiró. —Desprenderme, abandonar este sitio ahora que mi instinto me lo pide a gritos.
E inesperadamente, flexionando las patas se desprendió de la llana superficie, saltando hacia delante, a un sitio donde no había suelo. La gravedad completó el trabajo. Había cumplido con la voluntad inherente a su alma curiosa. El otro lobo se acercó al precipicio mirando hacia abajo, mientras la silueta de su compañero se hacia cada vez mas pequeña hasta desaparecer en un escenario difuso.
La visión volvió a ser clara. El curioso se encontraba vivo sobre una superficie dura y brillante. Había logrado atravesar el espacio entre su viejo mundo y lo que se hallaba más allá de él.
La escena era relativamente familiar, pero con particularidades jamás antes vistas. En adición, los objetos eran inmensamente mas grandes que los que había presenciado en su anterior hogar. Ahora no eran vasos, platos, leche o porciones de bizcochuelo, ahora eran un sillón, un horno, una puerta y unas raras entidades que caminaban sobre dos pies y que también poseían otras dos extremidades con las que podían hacer tareas muy delicadas. El lobo caminó hasta un espacio cercano al de uno de estos seres sin pelaje. De la misma suerte una especie de bandeja cayó al suelo muy cerca de él. Por el simple hecho de no tener un rumbo fijo, se subió a aquella pieza de metal negra y cuadrada para que posteriormente aquél ser gigante la levante con una de sus sofisticadas extremidades. Sintió una fuerza gravitatoria atrayéndolo hacia abajo, pero él iba hacia arriba. Todo se aquietó, y dirigiéndose al borde de la bandeja vio que se encontraba en una superficie similar a la de su anterior mundo, solo que esta no era de falsa madera, era de un material verdadero, de un pino brilloso.
Miró hacia su derecha y en la lejanía todo se volvió ensimismante: era capaz de observar un sitio muy familiar, pero con esta perspectiva nueva todo se veía diferente; ese escenario era su viejo hogar. Y en ese momento su espíritu novedoso se elevó estrepitosamente, como un coche alcanzando su máxima velocidad. Su viejo mundo resultaba ser una pieza en un escenario repleto de otras piezas. Era una mesa de falsa madera entre muebles, lámparas, ventanas y juguetes. Algunas piezas familiares pero otras completamente diferentes a muchas de las que jamás había visto. Comprendió el porqué tantos lobos de mentira decidían saltar de aquél precipicio, y sobre todo, ahora podía darse cuenta de que lo que provocaba la mágica movilidad de los objetos de su anterior mundo era ejercido por algo que apenas había descubierto: las personas. Si, aquellos entes eran seres humanos, quienes eventualmente quitaban y ponían los objetos de la mesa que conformaba su anterior suelo. Que eran ellos quienes hacían desaparecer las porciones de bizcochuelo, que eran ellos quienes colocaban los platos dos veces por día, que ellos eran la naturaleza haciendo las cosas suceder, mientras los pobres lobos que aún permanecían en su limitado mundo de falsa madera eran expectantes de un desconcierto que solo requería de una cosa para que deje de serlo:
Saltar del precipicio.
Para todo aquél que tema entregarse al conocimiento
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