Oliver decidió subir a las habitaciones de la familia. Primero ingresó a la del matrimonio, cerrando los ojos, dejando que su sexto sentido lo guiase. Podía percibir un frío monstruoso, pero nada más en particular. Así que continuó con su búsqueda, visitando ahora la habitación de la hija. Observó sus cuatro paredes, tocó de vez en vez sus pertenencias: juguetes, osos de peluche, una caja musical. Pero no fue sino hasta que se cruzó con el espejo de cuerpo completo que sintió escalofríos. Miró con atención su reflejo, sabía que algo extraño sucedía con él, sin embargo, no era capaz de notarlo a simple vista.
—Tendré que hacerlo, ¿mh?
Bufó, arrugando el entrecejo. Durante sus prácticas había aprendido una forma para elevar el efecto de su poder. Simplemente tenía que cerrar los ojos y pronunciar unas palabras en latín. El chamán de un pueblo mexicano le había enseñado el truco. Aunque no le agradaba del todo, pues tenía cierto problema controversial con la oscuridad. No es que le diera miedo, pero una criatura del más allá lo visitaba y trataba de robar su alma cada vez que la negrura lo rodeaba.
—Hostis humanae salutis.
De inmediato, una serie de imágenes inundaron su mente. Pasaban con rapidez como si se tratara del flash de cientos de cámaras fotográficas. La hija de los Miller, una pila de cadáveres ensangrentados, un demonio de ojos amarillentos con destellos dorados, un vórtice de gritos arrancados a raíz de un profundo terror; y al final, de forma abrupta, miles de sueños consumidos. Cuando Oliver abrió los ojos, le tomó un par de minutos regresar a todos sus sentidos. Se sentía desorientado, ajeno al mundo real.
Al regresar con los Miller, una sola pregunta le martilleaba la cabeza.
—¿Su hija se ha sentido débil después de esa noche?
Ambos se le quedaron viendo con ojos de sorpresa, aunque en seguida se consumieron por el desasosiego de pensar en su pequeña hija.
—Sí, de hecho, a la mañana siguiente decidimos que lo mejor era llevarla a casa de sus abuelos que queda al norte del país —respondió el esposo—. Ellos nos comentaron que tuvo fiebre y tos en la madrugada. El doctor le recetó unos medicamentos que la pondrían mejor, pero, ¿qué tiene que ver con todo esto?
Oliver suspiró, apretando los labios y arrugando la frente. El rostro se le deformó en una mueca que trató de disimular, pero Mallory lo conocía bastante bien para saber que algo andaba realmente mal.
—Tuve una visión… Por lo que he obtenido de ella, al parecer nos estamos enfrentando con un demonio que se alimenta de los sueños. Este demonio es mejor conocido como Baku.
La mandíbula de Mallory se tensó al momento de escuchar que se trataba de ese demonio en particular. Sin poder evitarlo, a su mente llegaron mil y un recuerdos de su infancia, cuando solía tener aquellas pesadillas tan vívidas sobre una criatura espantosa y negra como el vacío, que le amenazaba con succionarle el corazón.
—Baku trata de escapar de su dimensión —prosiguió Oliver—; Sin embargo, la casa representa una cárcel para él, por lo que necesita alimentarse de sus inquilinos hasta que tenga el poder suficiente para salir. Y si logra hacerlo…nadie estará seguro por la noche.
—Lo más probable es que ha estado alimentándose de todos los dueños anteriores —concluyó Mallory—. Pero aún desconocemos el alcance de su poder. ¿Será posible que hoy podamos pasar la noche?
Sus ojos se encontraron con los de Oliver y en ellos descubrió un atisbo de nerviosismo, el mismo que la acometía a ella. A pesar de los años transcurridos en ese trabajo, el miedo era algo que siempre la acompañaba, pues enfrentarse con seres que rebasaban el raciocinio humano era algo que no debía tomarse a la ligera.
—Les prepararé la habitación de huéspedes —comentó la esposa, quien comenzó a subir por las escaleras con el señor Miller detrás de ella.
Mallory dejó salir un suspiro en cuanto se encontró a solas con su hermano. Era cierto que, en algún punto de sus estudios, se había atravesado con el demonio que buscaba escapar de su dimensión y que solo podía lograrlo al volverse más fuerte, succionando el elixir vital de los que se atrevían a dormir. Descrito y representado de diversas maneras, aquel engendro del mal era de los más temidos en toda la rama de la demonología, y por la misma razón, abandonar a esa familia necesitada no era una opción.
—Vamos a estar bien —dijo Oliver, colocando una mano sobre el hombro de Mallory en un intento por brindarle seguridad—. Como siempre lo hemos estado.
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