Alvarito el Gigante

En un valle escondido de Nepal, cerca de la India, vivía Alvarito junto a sus padres Cincitia y Elerón. En ese lugar, todos eran fuertes gigantes, muy trabajadores e inteligentes.

Cuando Alvarito cumplió 5 años, sus padres lo observaban preocupados, ya que él no crecía como los demás; era el más pequeño de todos los niños del valle. Sin embargo, sus padres decidieron no decirle nada, esperando que con el tiempo Alvarito creciera.

Los niños gigantes de ese lugar eran muy pequeños hasta antes de cumplir los 5 años. A partir de esa edad, comenzaban a crecer y convertirse en gigantes.

Pasaron tres años y Alvarito comenzó a darse cuenta de su estatura; los demás niños ya le doblaban en tamaño. Aunque amaba mucho a sus padres y era hablador e inteligente, también era travieso y renegón. Si algo le incomodaba, se ponía muy serio y comenzaba a gritar muy fuerte. Sus padres lo amaban mucho y siempre buscaban calmarlo, pero Alvarito perdía la paciencia rápidamente.

Un día, su madre escuchó hablar de un viejo místico que vivía en las montañas de Nepal y que era muy sabio. Los gigantes acudían a él cuando tenían problemas graves e imposibles de resolver. Para llegar hasta él, tendrían que viajar cinco días caminando.

Cincitia decidió emprender el viaje y llevar a Alvarito en busca del místico, con la esperanza de que la ayudara a descubrir la causa de por qué Alvarito no crecía más.

Alvarito era tan pequeño que cabía en la palma de la mano de su madre, ella lo cogió y lo puso sobre su hombro derecho, y comenzaron el viaje hacia las montañas.

A mitad del camino, se toparon con la entrada a un gigantesco laberinto. Avanzaron y avanzaron hasta que se perdieron; no lograban encontrar la salida. Ya era de noche, así que decidieron descansar bajo un gigantesco árbol. Al día siguiente, muy temprano, emprendieron nuevamente el viaje. Cincitia estaba muy preocupada, pues tenía miedo de no encontrar la salida y quedarse atrapada en el laberinto. De pronto, salió a su encuentro un anciano con un bastón largo que lo ayudaba a sostenerse y a caminar.

–¿A dónde se dirigen? – preguntó el anciano.

–Vamos en busca del místico de la montaña – respondió Cincitia, – mi hijo ya tiene 8 años y no crece como los otros niños de su edad.

–Oh, ya veo, ¿y dónde está tu hijo? – preguntó el anciano.

–Está aquí, en mi hombro, ¿No lo ves? – dijo ella.

–¡Oh! Es verdad, tiene el tamaño de una papaya, jo, jo, jo – comenzó a reír el anciano.

Al escucharlo reír, Alvarito se enojó muchísimo y comenzó a gritar. Su madre lo bajó tiernamente del hombro y le pidió que no se enojase, le dijo:

–Hijo mío, muchas veces escucharás cosas que no te agraden y te harán sentir mal. Tú no debes dejar que esas cosas maltraten tu corazón. La vida es un regalo especial de Dios, y no hay por qué vivirla enojado, sino más bien siempre alegres.

Alvarito se calmó, y el anciano en seguida le dijo:

–Tiene razón tu madre, pequeño niño. No quise incomodarte al decir que tenías el tamaño de una papaya. Te pido perdón si te molesté, y te aseguro que cada vez que tú perdones, tu corazón se hará más grande.

Alvarito se quedó tranquilo y pensativo.

El anciano les mostró el camino para salir del laberinto. Cincitia y Alvarito, agradecidos, se despidieron de él y continuaron su camino.

Luego de unas horas, llegaron al fin a la cabaña del místico. Muy emocionados, llamaron a la puerta, enseguida esta se abrió y apareció el mismo anciano del laberinto.

Madre e hijo estaban confundidos. Luego de unos segundos, recién entendieron que el anciano que encontraron en el laberinto era en realidad el místico que buscaban.

Cincitia se recuperó del asombro y bajó a Alvarito de su hombro. Al mirarlo de pies a cabeza, se sorprendió, ya que Alvarito estaba más grande. – ¿Cómo es esto posible? – dijo ella. Enseguida, el místico le dijo:

–¿Sabes por qué Alvarito creció? Ahora ya no tiene el tamaño de una papaya, sino más bien el de una sandía, jo, jo, jo – rió el anciano.

Alvarito, al escucharlo, cambió de aspecto, se puso serio y cuando estaba a punto de gritar, el anciano le dijo con voz grave y actitud enérgica:

–Recuerda las sabias palabras de tu madre, cuida tu corazón, domina tus emociones. ¿Acaso no te das cuenta de que cuando tu corazón crece, también creces tú? Cuando atravesaste el laberinto, tu corazón era más pequeño; cuando te calmaste y me perdonaste, creció, y por eso creciste tú.

Alvarito se calmó, respiró hondo y suspiró. Sonrió y le dio la mano. En ese momento mágico, Alvarito creció otra vez; ya le llegaba al tamaño de la cintura de su madre. Ella, muy admirada, lo abrazó fuertemente.

El anciano les dio de comer y les preparó provisiones para el camino de regreso. Muy agradecidos, Cincitia y Alvarito se despidieron del místico. Él se despidió diciendo:

–En el camino de regreso, encontrarán muchos obstáculos. Alvarito, debes recordar: controla tus emociones, sé paciente y perdona. Así llegarás a ser un gigante.

De regreso a casa, cerca de un pequeño riachuelo, Alvarito se disponía a cruzar el agua. Cuando dio un salto y no calculó bien la distancia, cayó al agua. Se enfureció mucho, y cuando estuvo a punto de gritar, su madre lo miró fijamente y le sonrió. Alvarito sintió el gran amor que solo una madre puede transmitir con la mirada y recordó las palabras del anciano. Respiró profundamente, se puso de pie y siguió su camino. Enseguida, volvió a crecer. Esta vez, ya llegaba hasta el hombro de su mamá.

Así, en el camino, le sucedieron muchas cosas a Alvarito: se pinchó el dedo con unas espinas, perdió las provisiones y se quedaron sin comida, se asustó con un insecto que casi lo picó y enfrentó otras situaciones difíciles. Pero Alvarito, fortalecido, superó todas esas situaciones. Fue paciente, no se enojó y, en cambio, cada vez que algo lo incomodaba, él buscaba calmarse y sonreir.

Finalmente, llegaron a casa. Cincitia estaba muy feliz y orgullosa. Alvarito ya no era pequeño; se había convertido en un gigante. Era el más grande de todos sus amigos en el valle, y todos lo miraban admirados y lo felicitaban. Su padre, al verlo, también quedó sorprendido. Lo abrazó fuertemente y le dijo que estaba muy orgulloso de él.

Desde ese momento, Alvarito, cada vez que siente ganas de renegar, recuerda lo que vivió en la montaña. Trae a su mente las palabras de su madre y las enseñanzas del anciano, y sonríe ante la situación.

Él se convirtió en el gigante más grande de toda la provincia.

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