Capítulo 1: Carlitos

–Claro que lo creo de verdad –procuré asegurarle–. Hoy es el día, ya lo verás.

Con renovada confianza, Carlitos asintió, como afirmándose a sí mismo que, efectivamente, había llegado el día: el día en que por fin le confesaría a Alicia –niña de once, pelo rubio, sonrisa pre-brackets y gafitas azules– que le gustaba.

–Te quedarás cerca, ¿no? –Me preguntó.

–No me moveré ni un milímetro de mi sitio –. Le guiñé un ojo y señalé con la mirada hacia mi habitual escondite: una esquina que daba a una calle en obras y que me ofrecía la cobertura necesaria para apoyar a mi hijo en sus cruzadas amorosas desde la clandestinidad. El plan era sencillo pero infalible: a la salida del colegio, que los grupos de amigas se empiezan a dispersar, Carlitos abordaría a la niña en solitario para declararle sus intenciones con la labia heredada de su padre. Y si algo, por razones imprevisibles, salía mal, yo abandonaría el anonimato para entrar a su rescate.

–Gracias, papá –. Carlitos me dio un abrazo fuerte y salió del coche despepitado hacia la entrada del colegio, la mochila del Mandaloriano botando y rebotando con todos los materiales dentro.

Se me rompía el corazón.

Porque esa tarde, como tantas antes, debía enfrentarme a un Carlitos cabizbajo, con las manos en los bolsillos y la voz chiquita, preguntándome si podíamos ir a por un helado. Ya ni siquiera hablábamos de por qué no se había atrevido a hablar con Alicia; nos mirábamos, asentíamos en reconocimiento mutuo, y así quedaba todo dicho. Mañana sería otro día.

Pero yo tenía un plan.

Se acercaba Halloween y estábamos en pleno debate sobre disfraces. Habíamos conseguido acotar el universo de opciones a una sola saga de películas: Star Wars, y mientras él se decantaba por su personaje favorito, Han Solo, yo insistía en un cambio de aires algo oscuro: Darth Vader.

Como no podía ser de otra forma, para zanjar el asunto, vimos todas las películas desde el principio. Para la última película me presenté, además de con un par de cubos de palomitas, con una sorpresa.

Cuando Carlitos me vio llegar con el disfraz completo en la mano, comprendió enseguida la razón por la que yo había elegido Darth Vader. El casco, grande y oscuro, ofrecía justamente lo que necesitaba: la oportunidad de enfrentarse a sus miedos desde el anonimato completo.

–¿Entonces tú llevarás el de Han? –Fue su respuesta.

Capítulo 2: Halloween

Entre la manada de personajes en miniatura –Iron Mans, Mandalorianos, Thors, Draculas– pude distinguir a Carlitos, vestido de pies a cabeza como el Lord Sith Supremo, saliendo por la puerta del colegio. Parecía aturdido. Miraba de un lado a otro, presumiblemente en busca de Alicia, y fue en ese momento cuando comprendí mi error. Al igual que Carlitos, la niña podría tener tapada la cara, y nosotros nunca la encontraríamos.

Mientras debatía internamente nuestras opciones, un mocoso disfrazado de C3PO se acercó a mi hijo para decirle algo. Maldije mi suerte. Debía intervenir cuanto antes, o el colega lo atraparía en divagaciones sobre Star Wars y Carlitos se olvidaría de su objetivo. Estaba ya a punto de intervenir cuando ocurrió algo increíble.

C3PO y Darth Vader se cogieron de la mano.

No comprendí al instante. Claramente, algo se me había escapado. Mi cabeza buscó entre mil posibilidades –quizás me había equivocado de Darth Vader, o cogerse de la mano era algo más común entre las nuevas generaciones de lo que yo pensaba– hasta que por fin llegué a la explicación que indudablemente era la correcta.

Tan solo me quedó la duda de si Alicia, a sus once años, había llegado a la solución de taparse el rostro por ella misma, o si existía, escondida entre los arbustos, una mujer de mediana edad que en esos momentos celebraba como yo que su hija había ligado.

URL de esta publicación:

OPINIONES Y COMENTARIOS