Siéndote sincera, no pensé que nuestros caminos debieran juntarse. No lo veía factible o realizable.
Pero lo hicieron, y te lo agradezco.
Gracias por esos momentos saltando de estrella a estrella aunque a veces cayéremos en cráteres.
Para siempre quedarás tatuada en mi memoria como una media sonrisa y una frunción de ceño, como unas lágrimas negras y unas ligas turquesas.
Al ver una sandía azucarada será inevitable pensar en nuestros abrazos disparejos y la complicidad que invariablemente existió en nuestras miradas ingenuas y curiosas. Recordaré la forma en que, a veces, nuestras palabras nos servían como un castillo de puertas de cerezo, protegiéndonos de los inciertos destinos que nos deparaban nuestras inmaduras decisiones.
Si bien ahora no entendemos nada, puedo hacer el esfuerzo de explicarte las conclusiones a las que he llegado mientras pienso incansablemente en nosotras.
Somos dos pequeñas muñecas controladas por las pequeñas manos de una pequeña consciencia, cubiertas de ropitas de mentira y calzadas con zapatillas diminutas que no nos permiten caminar más allá de las cosas que nos susurran al oído.
Guiadas y, en realidad, no tan genuinas.
Dirigidas a lo que tenemos que hacer y a lo que debemos ser. Nos portábamos más como unos canales que como verdaderos emisores o receptores. Con mucho más filtro que el que debimos aplicar desde un comienzo.
Tal vez cuando seamos de carne y hueso, cuando hayamos decidido nuestros propios principios y cuando sepamos moderar nuestros desórdenes, tal vez ahí todo sea más fácil.
Y lo lamento tanto, tanto, pero era una verdadera conversación entre dos figuritas de porcelana. Lamento que mi estado de descontrol constante irritara tanto tu órden compulsivo y que tu desconfianza haya hecho lo mismo con mi búsqueda de estabilidad.
No hay duda de que fue tormentoso en ocasiones mas los momentos bonitos, de disfrute y de risas, llevan la delantera.
Me alegra bastante verte completar tu vida. Ver cómo sigues siendo la misma de antes, alcanzando tu esplendor por tus propios medios. Me enorgullece que hayas dejado en mí este par de enseñanzas que necesitaba. Gracias a tí me sé pintarrajear la cara y resaltar mis atributos, fuiste una hermana designada por el Universo; probando cómo y qué saldría al juntar dos especies completamente diferentes, dando como resultado evoluciones inesperadas, tanto para nosotras como para Él.
Mi carta de despedida llega a su fin recordándote que las cosas no son tan malas como parecen y que tu pensamiento es todo lo que puedes controlar en este mundo.
Espero haberte servido de algo bueno en todo este tiempo.
Te quise un montón.
Y lo sigo haciendo.
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