Me había acostumbrado a no ver a nadie más que a mí misma frente al espejo. No me reconocía en la persona que fui, ni reconocía apenas el pueblo donde pasé todos mis días.
No es que en sus tiempos de esplendor Siruela fuera muy grande, ni muy glorioso, pero su gente era noble, trabajadora y buena. Desde la capi, como dice mi nieto, son cinco horas de viaje, tres de ellas por carreteras serpenteantes concatenando curvas de herradura a izquierdas y derechas. Primero subir para después bajar, eso sí, entre espesos pinares verdes como la hierba buena.
Mi yerno casi se nos muere la primera vez que vino a visitarnos. Tuvieron que parar seis veces para que vomitara hasta la primera papilla, sobre un traje que en su momento debió estar bien planchado. Mi hija no le advirtió antes de venir, que aquí los trajes de chaqueta no se usan a no ser que vayamos de boda o de entierro. Ella siempre dice que “cada cual es como es y no sirve da nada cambiarnos”, por eso no tuvo a bien ponerlo en antecedentes de dónde se metía, o tal vez le dio miedo contarle la verdad.
Una vez recorrió las cuatro calles, antaño ocho, que quedaban con casas en pie, Gregorio, como se llama mi yerno, respiró y se atrevió a decir: “En fin, tendremos que hacer algo para divertirnos esta navidad por aquí”. Mi Carmen se encogió de hombros, luego se atrevió a preguntarle: “¿te has traído el chandal, o los pantalones de algodón?”, Gregorio negó con la cabeza. Yo le dije a mi Carmen que no se preocupara, que en las cámaras había un armario con ropa de su padre de cuando cazaba. “Tengo guardadas hasta las botas de campo por si queréis dar un paseo, están como nuevas”. No sé dar detalles de la cara de Gregorio, pero lo que es pasear nadie paseó. Fue una pena que se perdiera los colores ocres del invierno repartidos por doquier, la serenidad que transmite todo cuanto rodea la aldea, esa paz interior que solo en un sitio como éste se puede llegar a percibir.
Desde aquel día ya no apareció más por aquí, mi Carmen lo excusaba diciendo que tenía mucho trabajo, que estaba de viaje en el extranjero, o que tenía una reunión muy importante y que no podía faltar.
Poco a poco el pueblo se fue vaciando, de las cuatro calles quedaron dos y así nos hemos mantenido hasta el día de hoy. Me he acostumbrado a no tener compañía en las tardes al fresco en la puerta de casa. Recuerdo como si fuera ayer, cuando hacía labores con María la curiosa, y mi amiga del alma, mi querida Manuela. Manuela nos dejó tal día como hoy hace ya diez años y no pasa un día sin que la eche de menos. Era un manojillo de nervios en la cocina y sin embargo cuando se ponía a fraguar mantillas, tenía la paciencia del Santo Job entolando tules. Recuerdo cuando me dijo:
“Cuando tu Carmen se pasee este Viernes Santo en la procesión de nuestro padre Jesús Nazareno, con esta mantilla, va a ser la comidilla de la gente de Siruela. Con ese cuerpo y esos ojos que Dios le ha dao se va a llevar de calle a todos los mozos del pueblo”
Y yo le respondí un poco airada:
“Prefiero que se deje de novios, que estudie y se marche lejos de este pueblo perdido de la mano de Dios, que se va a quedar más solo que la una en ná de tiempo”
Y así ha sido, tal cual lo dije.
Don Ramón, el maestro, puso todo el empeño del mundo en que los pocos muchachos que había por aquí no fueran analfabetos, como los viejos. Don Ramón decía:
“Hay mucho mundo ahí fuera y muchas cosas que ver y disfrutar, aquí no hay más que vacas, ovejos y mucho frío”
Como si de un reto personal se tratara, una promesa, o un empeño cabezón, consiguió que casi todos hicieran carrera. Los volvió abogados, médicos y otras grandezas que ya no recuerdo, pero nos los quitó para siempre.
Se nos llenaba la boca de lo bien posicionado que estaban el uno o la otra, pero en el fondo, nos moríamos de envidia cuando Elvira, la mal casá, presumía de nietos y de nuera calle arriba calle abajo las tardes de sol. Los hemos criado entre todas, total, estábamos más solas que la una, y aburrías, que todo hay que decirlo.
Eleuterio, el padre de las criaturas, no se marchó, se quedó cuidando el rebaño de cabras de su padre, era terco de cabeza o eso nos pareció a todos cuando dijo que no se marchaba, que no se le había perdido nada por la capital. Y no andaba muy descaminado porque ha conseguido montarse por todo lo alto con sus rebaños. Elvira dice que vende ovejas a todos lados de España, con su teléfono. La verdad es que gracias a él tenemos todos teléfonos y dice además que ha conseguido que Siruela aparezca en el mapa y lo ha hecho tan bien que el pueblo parece otro, hasta mi yerno se ha venido una temporadita a vivir al pueblo, eso sí, se ha traído una colección de chándales y zapatillas de deporte a juego con unas mascarillas que se ve que están muy de moda en la capital. Mi hija dice que yo también debería de ponérmelas por no sé qué de un virus.
Y yo que me había acostumbrado a no ver a nadie más que a mí misma frente al espejo.
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