Aquella madrugada desperté enamorado del sol. Salí a la calle con una presencia irresoluta por la interrupción abrupta del sueño. Quería ser el primero en verlo. Se alzó puntual y me mandó un cálido beso. Luego, me empezó a devorar con sus brasas románticas mientras lo contemplaba con los ojos aventureros de la imaginación. Le prometí con la voz estruendosa de mi alma que viajaría hasta su encuentro. Desde ese entonces, todas las noches muere la ilusión y en cada amanecer renace la esperanza.

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