La maleza y la buganvilia se ansían
en un quemarse entre musgos,
un liquenarse en gránulos,
difuminarse en grises verdosos.
El océano se aplaca en remolinos
para ellas. Las lame y regala el chal de pétalos nocturnos.
La resaca espía y succiona,
como al descuido,
por si descansan las plantas,
para encandilarlas, mecer y
arrastrastrarlas al latir de las olas.
La buganvilia y la maleza sucumben a la marea,
al torbellino de sus savias
han perdido hojas y anillos.
Enmarañadas, sus raíces se acarician.
Se besan, de nuevo se ansían.
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