En la carta aún se podía leer:
Como el temerario se lanza al incierto viaje, así me atreví a volar desde mi tierra envuelta por tres solemnes volcanes.
(…) El clima hermano al cual he visto y respirado vestía su celeste abrazo y sus verdes ojos sobre su amplia y maciza arquitectura… ¡Oh rostro reluciente de la metrópolis! Y, sonriendo con su peculiar elocuencia y la curiosa garúa en verano, clamé a su prominente obelisco: ¡Corazón mágico, eres la propia esencia del amor de Buenos Aires!
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