Capítulo 01.

El sonido procedente de todos los aparatos ronroneaba en el cuarto a media luz, en una constante plegaria de suaves zumbidos y rítmicos ecos. El rostro de la madre, inclinado sobre su hija, se perfilaba en cambiantes tonos a medida que los pequeños pilotos de luz alternaban sus parpadeos desde distintos puntos de la habitación. La niña miraba hacia la pared opuesta sin dejar de notar cada uno de los cambios en el centenar de luces y todos los sonidos que envolvían el cuarto. Para su madre, aquello era una algarabía desconcertante. Para la hija, era como escuchar la respiración tranquila de un perro guardián. Mariona quería romper el hielo y sacar a la niña de su mutismo, pero ésta jugaba a anticipar los diferentes sonidos de los aparatos y casi siempre correctamente. La madre por fin retomó la conversación, acercándole la pastilla y el vaso de agua que sostenía. Vamos Adrianna, tómate la pastilla de dormir. Adrianna continuaba imitando los sonidos que tanto le reconfortaban. Adrianna, por favor, tómate la pastilla por mí. Y Adrianna seguía con la mirada el hipnótico iluminarse de pequeños flases. Finalmente la madre le puso la pastilla delicadamente en la boca y su hija la retuvo entre sus dientes mientras le daba golpecitos con la lengua.

Mariona y su marido habían incrementado la medicación de la niña a decisión del terapeuta, debido a las jaquecas, mareos y vómitos que padecía desde hacía una semana. Ahora miraba a su hija y reconocía a la niña de doce años que era, y no al genio con síndrome de Asperger que el resto veía. A veces, antes de acostarla, tenía con ella cortas pero esclarecedoras conversaciones y el vínculo madre hija, escarbado durante toda una vida a través del hielo que las separaba, se volvía un poco menos frío, un poco menos abrumador. Aunque Adrianna, cuando hablaba, lo hacía en aquella jerga informática que a su madre se le escapaba. A Mariona le llegó la era informática antes que la madurez y como inmigrante digital no era ajena a las computadoras, pero estaba lejos de ser una nativa digital de aquella era y a una vida de ser como Adrianna. Casos como el de su hija mostraban una inmersión total en el mundo digital y se autodenominaban Digitantes, en homenaje al clásico Blade Runner.

Adrianna era sinestésica, y como otros casos modernos de esta rareza perceptiva, era capaz de sentir a las máquinas en su propio ser, aunque con una peculiaridad añadida. También era capaz de sentir los ordenadores, su funcionamiento y su interacción en las redes; al punto de poder percibir cuando un ordenador se infectaba en la red y llegando ella misma a enfermar en el caso de su propio ordenador.

Hacía una semana del último ataque obsesivo de Adrianna que, como siempre, fue debido a lo que ella llamaba Willie, y su madre llamaba la cosa. Willie era un organismo informático, un gusano más que una computadora, que se alargaba y enredaba en toda la extensión del cuarto de la niña. Willie había sido la primera batalla de Adrianna cuando a los cinco años le declaró la guerra a la obsolescencia programada y creó su primera computadora; montaje al que ayudó su padre Alfredo de buena gana y sin saber muy bien qué hacía. Willie era una cadena tentacular de procesadores, unidades de memoria, módulos de energía, y una caterva de otros incomprensibles elementos que tenían incluso plantas integradas en ellos, las cuales Adrianna decía que hacían una labor de refrigeración y purificación de datos. Willie, o WiIIIie como lo bautizó su creadora, era la tercera versión desde que Adrianna mostrara aquellas aterradoras dotes. Las cuales alteraban a todos menos a su padre Alfredo, que las había recibido como una bendición para poder jubilarse, felizmente, a los cuarenta. Debido a una hija, de sólo nueve años de edad, a la que no entendía pero que amaba, y que les había hecho ricos al resolver la crisis que supuso el descubrimiento de un patrón lógico en los números primos. Números en que se basaba la mayor parte de la encriptación de datos conocida, y a los que se confiaban toda la seguridad informática mundial, desde bancos hasta seguridad internacional. Irónicamente, el matrimonio que permaneciera unido durante la odisea económica que supuso su peculiar hija, acabo divorciado cuando el dinero, por el que tanto habían rogado, llegó de repente y a borbotones.

Adrianna, recostada en la cama y todavía con la pastilla entre los dientes, hizo contacto visual con su madre por un instante y le susurró que Willie III estaba muy enfermo. Mariona entendió entonces por qué el desorden compulsivo por Willie se había disparado recientemente. El terapeuta le había explicado en repetidas ocasiones que las personas sinestésicas podían sintomatizar en sus organismos factores externos, pero que este vínculo no era real persé. La madre discrepaba de aquel diagnóstico, pues cuando una antena de Willie I sufrió la descarga de un rayo nocturno, un grito de su hija le hizo volar hasta su cuarto y descubrió quemaduras en los brazos y pantorrillas de su pequeña. El rayo no había tocado a su hija pero aquella vez, como otras muchas, Mariona descubrió a las bravas que su hija estaba definitivamente unida a sus creaciones, tal y como ella misma estaba unida a Adrianna. Mariona insistió, acariciándole el pelo, en que se tomara la pastilla para dormir en paz. Luego miró alrededor a aquella creación incomprensible y recordó una desgraciada noche del pasado.

Cuando quiso deshacerse del peligroso Willie I, presa de un arrebato pasional, su marido, furibundo, la acusó de ser el origen de los males de Adrianna. Mariona empezó a desmontar a tirones a Willie I mientras gritaba a su marido imprecaciones descarnadas. La furia en contra de aquella máquina que simbolizaba el sufrimiento de su hija y el muro que las separaba, le hizo ignorar los gritos histéricos de su hija y su repentino cese, y solo se detuvo cuando su marido la apresara con manos de hierro y viera a su hija convulsionar en la cama.

Adrianna estuvo a punto de morir y Mariona se arrodilló en aquella lluviosa noche, al bajar de la ambulancia, y no se levantó hasta que consiguió que su marido volviera a casa a arreglar a Willie I.

Alfredo tuvo la más extraña noche de su vida, pensando que su hija moriría en un hospital por culpa de su madre, mientras él, como un imbécil, traía de vuelta a la vida a Willie I. El único proyecto para el que su hija le pidiera ayuda. Y en aquella noche fría y húmeda, tuvo que admitir, en un rincón de su ser, que no estaba en guerra con su mujer ni con ninguna otra cosa de la creación y que tal vez Mariona tuviera razón, pues cuando conectara al humeante Willie I, su móvil sonó y la sollozante voz de su mujer le dio las gracias en una letanía inteligible. Adrianna acababa de abrir los ojos susurrando una palabra. Willie. En ese momento agradeció como nunca haber sido un ingeniero frustrado, un electricista titulado y un chapuzas de toda la vida a tiempo parcial.

Mariona volvió al presente para oír a Adrianna decir que algo malo se había metido en Willie III mientras navegaba por la red. Su hija había trabajado, durante toda la semana, noche y día, en Willie III para salvarlo del fin de los otros dos. Mariona le preguntó que si era un virus como el que se llevara a Willie II; susto que a Adrianna le costó un fallo cardiaco y una cicatriz en el pecho con forma de platillo volante. Esta dijo que no, que esta vez era algo vivo. Su madre no lo entendió porque pensaba que para su hija toda creación informática era un ser vivo. Adrianna le explicó, impaciente, que la mayor parte de las creaciones binarias humanas no lo eran, pero que algunas amanecían a la vida, alejándose de sus creadores en busca de su particular destino. Insistió en que algo vivo había intentado dominar a Willie, solaparse con él, como una sombra mala. El día del ataque, una Adrianna histérica había activado todos los cortafuegos que había creado específicamente para aislar a Willie III del mundo. Y aun así reiteraba que una parte de aquella sombra se había quedado en Willie III sin hacer nada más que propagarse pero sin alterar su funcionamiento, que se entrelazaba como una hidra que no quiera matar al árbol huésped. Mariona seguía sin entender por qué Willie III estaba tan enfermo.

Desde el ataque, Adrianna no había vuelto a conectar a Willie III a la esfera humana llamada internet ni a ninguna otra red global. Le pedía a sus padres que buscaran por ella información en ordenadores ajenos a su casa, en fatigosas e interminables sesiones en que deletreaba qué buscar y dónde, negándose ella misma a hacerlo. O les pedía ir a los trasnochados cybercafés rodeada de medidas de seguridad y excentricidades que rozaban la paranoia. Mantenía la televisión encendida sin prestarle atención, pero se alteraba notablemente cuando oía noticias sobre internet o la nueva plataforma mundial que copaba cada vez más titulares.

A pesar de que los telediarios estaban acaparados por un conflicto internacional en ciernes, originado por el extraño accidente de una nave de combate que apenas dejara información oficial, se informaba cada vez más de los recurrentes problemas globales con las redes. En medio de la agitación, y contribuyendo al caos general, PORTAL estaba a punto de nacer y cambiarlo todo. El prototipo, de financiación privada, prometía fusionar los mundos real y digital en un único plano, relegando a internet a los libros de historia. Bautizado así por sus creadores, los nuevos gurús de la informática, que afirmaban que como todo parto había de ser doloroso, pero que inauguraría una nueva era para la humanidad. Pronosticaban la revolución bio-digital y el fin de la era digital. La plataforma se había presentado como la solución definitiva a las dificultades sociales y virtuales de la humanidad. Sin embargo, muchos escépticos relacionaban los cada vez más palpables problemas en las redes globales con una vanguardia oportunista para facilitar la llegada de ésta. Una fuerte resistencia se había organizado y una rápida bipolarización de opiniones estaba tomando el control en todas las plataformas de comunicación. PORTAL era el nuevo sueño de la humanidad, pero la humanidad parecía reacia a quedarse dormida.

En su última colaboración en un blog flotante de la web oscura, Adrianna alertó de que cuando se hackeó la versión embrionaria de PORTAL, ella misma había entrado y encontró algo allá adentro. Algo que no era binario. Algo que no era creación humana. Contó cómo ese algo se le infiltró en su sistema apenas detectó su presencia, en una búsqueda casi instantánea de localización mundial. La comunidad Hacker, reacia a creer en esta nueva panacea y viéndolo como otra herramienta más del paranoico esfuerzo de control de las clases dominantes, buscaba obstinadamente a “LaeimieaL”, avatar de Adrianna, para esclarecer la alarma despertada.

La proeza de infiltrarse en el mayor proyecto digital de la humanidad fue motivo de portadas y muchos hackers reclamaban el logro, generando cantidades desproporcionadas de rumores y filtraciones. La IAPC, de sus siglas en inglés International Alliance of Portal Creation, terminó por emitir una declaración oficial negando haber sufrido tal flagrante ataque a su seguridad. Aunque pronto se unió a la caza de brujas en pos del hacker que vulnerara la primera plataforma digital inhackeable del mundo. “LaeimieaL”, que parecía la única vía de investigación viable, se esfumó de las redes.

Adrianna sudaba y anticipaba los sonidos de su máquina hasta que por fin se metió la pastilla en la boca. Su madre le acercó el vaso a los labios y la niña tragó el templado líquido.

—Mamá, no quiero que se muera Willie.

—Hija mía no se morirá, encontraremos la forma de salvarlo, ya verás. Pero ahora duérmete, ¿vale?

Lo dijo como si salvarlo pudiera tumbar aquel muro de hielo por el que veía a su hija distorsionada y siempre laboriosa en un mundo que se le hacía insondable. Un mundo frío y aislado, un mundo en que ella no podía entrar. Ni ella ni nadie. Pero al menos un mundo donde su hija parecía feliz. Y ahora aquella sombra se interponía, otro obstáculo más, nublando la transparencia de ese muro de hielo, tornándolo sucio y opaco. Esperaba de veras que su hija encontrara esa solución. Y esperaba que esa solución fuera a un problema de este mundo y no a una ficción tras los muros de hielo en que habitaba su hija.

Dejó a Adrianna, ya dormida, y rezó una silenciosa plegaria para conciliar el sueño sin tener que tomarse una pastilla ella también. El timbre de la puerta sonó a la vez que su móvil se puso a vibrar en el corredor del primer piso por el que cruzaba. Miró impotente el techo de luces led, sensibles a su paso, agarró el móvil que zumbaba en la larga mesilla y se encaminó al piso inferior. Eran las nueve y media de la noche, por el amor de Dios. Bajó las escaleras de roble y contestó al móvil mientras atisbaba, en una pantalla, la cámara de seguridad de la entrada principal. Era una pareja de la guardia civil.

Una frase con voz distorsionada se filtró entonces desde su móvil.

—No abra la puerta Señorita Leccio. No abra la puerta. Vienen a por su hija. No abra la puerta, le repito.

Mariona se alteró y preguntó quién era. Aquella voz le dijo que eran amigos de su hija y que habían tardado meses en dar con ellos.

—El único problema es que ellos también la han encontrado a usted. Así que no abra la puerta.

Amenazada en la intimidad de su casa, vio en aquella pareja una representación del orden y se decidió a abrir. El dispositivo no respondió y por la actitud inexpresiva de los perfiles de los agentes en su pantalla supo que no la oían. Apagó el móvil y se dispuso a salir de su casa por la puerta principal.

—No le parece extraño, señorita Leccio, que se presenten de noche en su casa —la voz distorsionada sonaba ahora por el hilo musical—. No le parece extraño que no haya un coche de la guardia civil en toda la calle. Y que sea la guardia civil y no la policía quien se presente en su casa ¿No le parece todo muy extraño Señorita Leccio?

Mariona sacudía el pomo de la puerta, que permanecía firme. Quería gritar, quería rompe el cristal, pero sabía que no la oirían y que el cristal de seguridad sólo emitiría un sonido sordo y amortiguado.

—¡No tan extraño como tú hablando por mis altavoces! —logró articular para nadie en particular.

—Solo queremos ayudarla; a decir verdad solo queremos proteger a su hija, usted sólo importa indirectamente. Lamento mi avasalladora honestidad, pero al igual que su hija yo sufro de algunas irregularidades. La sinceridad es una de ellas.

Esta usted violando mi intimidad. ¡Salga de mi casa! ¡Déjeme salir!

—Yo no estoy en su casa Mariona y, usted misma, activó los protocolos de seguridad de su hogar.

Recordó que así era y se sintió estúpida y furiosa. Fue a desactivarlos y para cuando volvió la pareja de la guardia civil se había desvanecido. La voz se despidió de ella dándole otro susto de muerte.

—Están ustedes a salvo por ahora Mariona. Descanse bien, pues mañana será un largo día para vosotras. Nos encontraremos en su cafetería favorita.

Y la voz cesó.

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SINOPSIS

En un futuro próximo ha llegado PORTAL, la nueva promesa de la humanidad, una iniciativa privada y de alcance internacional. El prototipo en desarrollo fusionará el mundo real y virtual en una nueva existencia donde la humanidad podrá evolucionar a una sociedad post-humana, bio-digital e igualitaria.

PORTAL ha distraído la atención pública de un accidente aéreo que desatara un conflicto militar entre dos potencias mundiales y algunas teorías apuntan a que la plataforma no es más que una cortina de humo para distraer el ojo público.

Sin embargo, rumores de su pronta aparición activan el interés mundial y generan una polémica internacional entre los creyentes de una nueva era y los escépticos, que ven la sombra del poder detrás de la iniciativa.

Una caza se inicia cuando el invulnerable prototipo es asaltado por un hacker desconocido, generando una serie de filtraciones y rumores que hablan sobre un ente de origen no binario y no humano que habita el prototipo. El hacker se ha convertido en una amenaza global y su información privilegiada en un reclamo para todas las naciones del mundo, que en busca de una ventaja estratégica, inician la caza encubierta del pirata informático.

Un potencial conflicto internacional y una nueva realidad pugnan por un futuro incierto en torno a la figura de una singular niña que parece ser la emisaria de la nueva era por llegar.

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