Por, Karol Bolaños
Yo, la que siempre parece caída, la que no hace otra cosa que quejarse, la que no se sabe querer, la que suele ver todo en colores degradados, la de mirada profunda e intimidadora, la generadora de curiosidad, la creativa de noche y de día y la de sonrisa pasajera.
Yo que nada puedo ver completamente blanco o negro, y prefiero verlo en los dos colores o tal vez en alguna escala del gris dependiendo el periodo.
Yo que siempre preferí el color naranja, el café, el azul claro, el rosa caramelo, el fucsia, el violeta, el verde, el rojo y el amarillo; me resigno al gris porque a pesar de todo sigue vivo.
Este genio de mierda que no soporta nada más que su propio nicho, se abre camino entre la nada para sobrevivir a la invisibilidad, que al cabo es su única y exclusiva protección.
Trato de no levantar la mirada porque en realidad la tengo pérdida, trato de guardar silencio porque cuando hablo ni yo misma me comprendo, trato de hacer lo que me apasiona por salvarme y es lo único que logra rescatarme de la nublada soledad que me aprisiona el alma.
Podría encontrar a otros y otras, ensayar la conversación, pero yo no suelo estar ahí, cuando pierdo interés miro la ventana, escucho, contesto, sonrío al son de las tonterías, me enojo con mi hija por sus crisis públicas, me comparo, me amargo y me voy.
Entonces con ese resultado casi repetitivo, prefiero quedarme en casa. Si, me distancio, me encierro, me aguanto y afronto con rudeza mi desaliento, mi aburrimiento, mi amargura y mi soledad.
Para algunas personas que tienen sentimientos bonitos por mí, les suelen asustar este tipo de instantes; honestamente, creo que, de prolongarse, a mí también me asustaría. Sin embargo, me temo que conozco mi limite, se hasta donde me permito sentirme de tal o cual manera.
Así que, aunque todo siga gris y mi realidad no vaya a cambiar; siento que no es tan grave porque estoy segura que un día este sentimiento se va a transformar y algo bonito surgirá.
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