En la antigua Grecia, esa, la de Platón, Sócrates y Descartes, la prostitución no era un acto tan burdo como lo imaginas. Ellos, los sabios tenían derecho al placer y los viajeros también. Para clases de inteligencia, clases de prostitutas, aquellas entrenadas en la política, la filosofía y hasta en las ciencias. Ellas consentían a los hombres no solo con el cuerpo, también con la mente, algunos incluso creían que ellas tomaban decisiones por los políticos de la época, tanta era su sapiencia y belleza que no tenían comparación. 

Ahora dime…

Dime tú, más allá de la piel, las formas de tu cuerpo, las vestimentas que te cubren, las alhajas que te adornan y por supuesto el infaltable escote, dime quién te mirará más allá. Dime, quién te mirará más allá de esa boca bañada de carmín que siempre está lista para imprimar el beso o pronunciar los nombres de tus benefactores. Dime, quién esperará de ti no solo el cuerpo si no también el arte de la palabra, la interpretación y la buena conversación. Dime tú, mujer preciosa que no compite por hermosura, cantidad de hombres rodeando su patio, lluvia de poemas y coplas, y, por supuesto de atención.

Dime, quién te mirará más allá. Quién te considerará para compartir el lecho no solo por una noche si no por aquellas que rocen la eternidad. Dime, no te detengas, dime qué harás cuando los años asechen tu belleza, la nieve del tiempo visite tu cabeza, no solo en los cabellos también en la acuidad de pensamiento. Dime, acaso tus amantes volverán para adorarte con las palabras, beneficiarte con dádivas y gozar de tu piel. No, no volverán.

El fin no es este, mujer, no tienes respuesta digna, quizá digas que la vida es una sola, tonta es aquella que no sepa aprovechar, esa se quedará sola, pobre, desengañada y desconocida. No dejes que tu lengua inculta hablé sin permiso del cerebro.

Yo te diré mujer, la belleza es un don divino, pero la belleza por ser belleza no es más que un adorno efímero. La belleza, esa que te volverá inolvidable, más allá de una noche de cama es aquella que a los ojos de los hombres se ve, en los ojos del alma se graba y en la mente se guarda.

Dime tú, mujer, ¿Acaso no quieres ser verdaderamente bella?

Etiquetas: relatos

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