Y así todo bien, pero una mañana de entre la roca empezaron a salir huesos, una pelvis gigante, unos dedos largos como fémures, unos dientes afilados que parecían lámparas apagadas, huecos para ojos gigantes. Siguieron picando y surgieron las vértebras, las costillas como una casa a medio construir, y al final, parte de un cráneo de reptil con tamaño de elefante. Lo subieron todo y la mina se paró. Se quedaron mirando los huesos y alguien dijo:

─Un monstruo.

─No ─dijo otro─. Un dinosaurio.

Los encargados llegaron y dijeron:

─Pero esto qué es.

─Un monstruo ─dijeron todos.

─Pero de dónde ha salido.

─De la roca, en el último nivel.

Los encargados se marcharon a llamar a la empresa, “hay un dinosaurio en la mina”, y los mineros bajaron otra vez al último nivel a ver si había más huesos. No sabían muy bien qué esperar. Pero siguieron picando y fueron saliendo más huesos y nada más que huesos, y de carbón nada. Y la empresa dijo es una mina de carbón que se saque carbón ¿los huesos? haced lo que es dé la gana.

Los mineros repartieron los huesos por sus pueblos, y entonces los alcaldes tuvieron un bastón que terminaba en el cráneo de algo parecido a un cocodrilo, los platos en los armarios fueron pezuñas, y los pomos de las puertas fofas falanges blancas. Así pasó el tiempo: puesto que de la mina sólo seguían saliendo esqueletos (los pueblos ya llenos de huesos por todas partes), la empresa terminó diciendo que si no sacaban carbón no cobraban. Los mineros decidieron excavar un nivel más.

Bajaron en sus ascensores y empezaron a picar. Al principio no encontraron nada, sólo piedra; pero luego se toparon con algo que no era carbón, pero tampoco huesos. Cubiertos de hollín, delgados pero sanos, niños y niñas fueron saliendo de las rocas. Se despertaban, abrían los ojos, y se ponían a jugar y a correr entre los mineros. Una vez fuera, los mineros no supieron que hacer con ellos, salvo el más mayor de todos, que nunca había tenido hijos y decidió llevarse uno y lo llamó Daniel.

El valle se llenó de niños. A medida que los mineros seguían picando, más niños iban saliendo: los huesos de los dinosaurios fueron utilizados entonces para hacer camas y casas nuevas, o cualquier cosa que los niños necesitasen. Pero no se podía alimentar a todos. Y la empresa, aunque les había pagado un poco para que pudieran seguir excavando, dijo sin carbón no hay dinero. Los mineros decidieron entonces hundirse un poco más en la tierra a buscar el carbón.

Por supuesto, no lo encontraron. Al contrario: distintos niveles se fueron sucediendo con los años, cada uno más hondo que el anterior y cada uno con un nuevo hallazgo: alfombrillas de baño, juguetes a pilas, caballos desbocados y grifos sólo de agua fría. Pero carbón nunca. Los encargados ya ni se molestaban en molestarse, y es que se habían convencido de que el carbón nunca más volvería a aparecer. Esta era, en general, una opinión bastante extendida. Por eso, aunque el valle se había llenado de curiosos haciendo fotos a las casas de huesos, a los niños que no crecían y que sólo jugaban, a los remolinos de alfombrillas cuando hacía viento, a los cochecitos rodando por las calles con un molesto ruido sordo, a los caballos locos y los grifos esos que daban un agua tan fresa; aunque todo esto, los mineros iban cada día a la mina a por carbón, y es que ya se escuchaban rumores de que la empresa cerraría la mina. Decidieron entonces probar una última vez, y excavaron un nuevo nivel.

Picaron la piedra. Y aunque al principio no encontraron nada, absolutamente nada, de repente, negras y finas, unas vetas de carbón empezaron a perfilarse sobre la piedra. Con un grito de felicidad, picaron con más ahínco, y pronto todos los carros estuvieron llenos de carbón hasta los topes. Fuera de la mina, se miraban entre ellos y decían:

─Carbón.

─Sí, sí, carbón.

Los encargados aparecieron, los felicitaron y llamaron a la empresa. La empresa dijo que ya iba siendo hora. Y ya de noche, los mineros volvieron a los pueblos cantando, esperando un gran recibimiento. Pero al llegar cada uno a su casa, cada uno escuchó:

─Los grifos hoy dan agua caliente, los caballos sólo pacen o duermen, a los juguetes se les acabaron las pilas, las alfombrillas se volaron todas, los niños se han marchado a otro valle en fila india y los huesos primero se pusieron amarillentos, luego marrones y al final se rompieron.

Sólo uno de ellos fue capaz de reaccionar: salió corriendo al bosque, sin casi taparse a pesar del frío, gritando sin parar Daniel, Daniel.

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