El hombre que no supo vivir…

El hombre que no supo vivir…

Wilberth

20/09/2022

Esta es la historia, la historia de aquel hombre que, al ocaso, ya piensa en el día siguiente. Aquel hombre que en el desayuno ya imagina el desayuno del día siguiente. Aquel que en el último día del mes ya piense en el depósito del siguiente. Es tan paradójico, este asunto es un mal necesario. Pensar que, a eso de la mayoría de edad, pensó aquel hombre que, había tocado el cielo, que aquel sueño infante, por fin la vida había sido justo y había cumplido tan anhelado sueño.

Viajar de provincia a la gran ciudad, pensó que sería la mejor manera para cumplir y hacer ese sueño de infancia realidad. Maldita la idea de mi padre, aquel consejo aún retumba en mis odios y pálidos pensamientos, el consejo de vivir de lo que mejor convenga y no de lo que más guste.

Pareciera que el sueño comenzaba a construirse, de a poco, comenzaba todo a girar de mejor manera. Una casa de alquiler, una mesa, un plato, una silla, un armario y una cama. Todo, absolutamente todo se reducía a uno. El comentario de los inquilinos no tardo en susurrar por los pasillos del condominio. Eran dos las hipótesis, o había descubierto que el sexo que Dios le estipulo era el equivocado, o simplemente la mujer que imaginaba en su cabeza aún no llegaba a la existencia. Así que llego el momento de que todo, en aquella pequeña morada, se multiplicara. De pronto, hay dos sillas, dos batas de baño, dos juegos de cubiertos y una pequeña semilla que germina en el vientre que decidió aquel hombre que fuera la encargada de llevar el fruto de su amor.

Las ausencias comenzaron a notarse en aquel calor de hogar. El todo de aquel hombre se resumían en un horario de seis a seis, bueno en realidad de seis a tres. Pero ya saben, las deseadas horas extras hacían que en aquel hogar no faltará nada. El comentario de los inquilinos volvió a notarse, pensando ellos que aquel buen hombre, ordinario y amable había fallecido y que aquella mujer en cinta había quedado con la fortuna de aquel hombre. Y la verdad no estaban tan lejos de la realidad, era un cadáver, en vida, pero cadáver. Su hogar era un hotel de carretera, los horarios más extensos y las hojas del calendario se desvanecían de manera rápida como un árbol en pleno otoño

Diez años después de tocar el cielo, comenzaba a saborear lo fulminante que es la maldita rutina. Aquel trabajo que lo único que conseguía era cubrir las cuotas de cada mes se volvió en su pesadilla. La compañía en la cama era fría, tan fría que un día de tantos, aquella mujer que conoció en una noche de lluvia copiosa, desidia dejarlo, la idea de convivir con un muerto en vida, no cumplía con el sueño que de niña tenía: un hombre laborioso, bueno para el trabajo y placentero en la cama.

Nuevamente, los comentarios de los inquilinos, hacían saber que aquel hombre había sido olvidado por su mujer, al parecer, la había cambiado por una más joven.

Las canas comenzaron a ser población común en su cabellera, aquella piel comenzó a tornarse un poco más sensible, el trabajo, que siempre hizo volviese muy pesado, el trabajo aumentó, las deudas y los compromisos también, los 2 herederos que aquella mujer se llevó, debía mantener, sin embargo, el dinero era el mismo, eso jamás aumentó a pesar del pasar de los años.

Un buen día, un sobre blanco con una carta membretada anunciaba la llegada de la tan esperada jubilación. El estado agradecía los años de servicio, lamentaban la tardanza, pero debía entender que así era la burocracia, este hombre entendía, ya que después de cuarenta años, él había entendido como trabajaba este sistema.

Parecía que su suplente, instruido debía ser por él, enseñarle en un mes todo aquello que por más de tres décadas el aprendió por sí sólo, volviéndose así una autodidactica. Como deseaba este hombre tener la instrucción que este joven tenía, si tan sólo hace cuarenta años atrás le hubieran explicado a él, cuantos errores se hubiese ahorrado. Y lastimosamente para la vida tampoco existe una orientación para padeceré menos de viejo, y no por las enfermedades, sino aquellos sueños que alguna vez este hombre en su mente tuvo.

El primer mes en casa, todo parecía ir bien. Aunque el despertador canceló, su mismo reloj biológico en punto de las cuatro le avisaba que el sueño debía cancelar. El uniforme de aquel trabajo que le dio de comer, al viejo de la esquina poniente de su trabajo regalo, para que este en las noches de frío tuviese con que abrigarse en la cera de aquel lugar. La máquina de escribir, obsoleta se volvió, sirve más de antigüedad en museo que en una oficina. ¡Cómo cambia la vida en un abrir y cerrar de faroles! Al finalizar este primer mes, el deposito llego a su cuenta bancaria, así este hombre sus cuentas podría cancelar.

Por las tardes, se sienta en una vieja mecedora, en el jardín de su casa, y ve la vida pasar. ¿Será que cuarenta años fueron en vano? Al final, hoy disfruta de su descanso y viajar podría, conocer todo lo que debió conocer en juventud, pero hoy se dio cuenta que el tiempo ya no regresará, que debió vivir de lo que amaba y no de lo que mejor convenga, que la opinión de la gente son simples volcanadas de mierda, que el pasar hambre es mejor que perder a los suyos. Y aunque el tiempo regresar ya no pueda, mi reflejo en el espejo me indica que soy producto de una sociedad condenada al trabajo, al cansancio, al olvido, al reemplazo y a la maldición ser lo que la sociedad establezca que sea y no lo que el corazón me dicte

Esta es mi historia, la de aquel hombre que, al ocaso, ya pensaba en el día siguiente.

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