La pandemia había tenido consecuencias devastadoras para la economía de México, quebraron empresas, se perdieron empleos y expectativas de tener carro o vivienda propia. Por eso cuando Ana María fue notificada de que su visa de empleo temporal en Disneyland, California, había sido aprobada, no pudo menos que llorar de la felicidad. Habían sido 2 largos años, llenos de adversidades, tuvo que vender su antigua casa y su auto para poder subsistir, tras haber sido despedida, luego de un recorte de personal en la compañía. Como si eso fuera poco, había perdido a su madre por culpa de ese maldito virus… Pero todo eso quedaría atrás, pues este sería un nuevo comienzo para ella.
Así, abordó el vuelo hacia la tierra de las oportunidades.
Al principio, le fue difícil adaptarse a su nuevo trabajo. No podía quitarse la botarga bajo ninguna circunstancia, no podía hablar en frente de los niños, y siempre tenía que estar alegre y radiante. Alexander, el gerente y su jefe, tampoco ayudaba mucho, era un hombre de nula paciencia, autoritario y déspota, el tipo de persona que piensa que el mundo es suyo y los demás sólo están para alquilar y gritarles:
– ¡Escúchenme ineptos, dejan caer otra manzana con dulce y se la descontaré de su miserable salario! –
– ¡Cuidado con ese accesorio, vale más de lo que ustedes ganan en un año, ¿Escucharon?!-
– ¡Es increíble, 16 horas diarias de trabajo y no son capaces de dejar bien preparado un maldito desfile! –
Día tras día, aquellos incesantes gritos, órdenes y amenazas iban atormentando cada vez más a los trabajadores, hasta el punto en que la vocación de hacer felices a los niños fue reemplazada por el resentimiento de un empleo agotador y mal pagado.
Una noche, poco antes de terminar la jornada de ese día, Ana y unos 10 empleados se reunieron en el comedor de los túneles secretos.
-Estoy harta, debemos ocultar nuestro sufrimiento bajo la cabeza de una botarga y aparentar mientras todos la están pasando genial, no es justo, en verdad, que no es justo- sollozaba Jennifer.
-Deberíamos hacer algo, no podemos permitir que nos sigan tratando como mercancía- exclamó Mark.
-Pero ¿qué podemos hacer?, ¿crear un rumor falso?, es la palabra de unos muertos de hambre contra todo un imperio del entretenimiento- aseguró Mary.
– ¿Tú qué opinas, latina? -inquirió Joseph.
-Yo pienso que ya es hora de demostrarle a todos esos tiranos quiénes son los que realmente le dan vida a este parque- sentenció Ana con voz firme.
Los demás estuvieron de acuerdo. Consideraron que debían llevar a cabo algo más impactante que un simple rumor, algo más trascendental, algo que pusiera en tela de juicio la seguridad del parque, algo como un accidente…
Bajo el juramento de que se asegurarían de que no hubiera ningún niño ni adolescente y que nadie sufriera lesiones graves, decidieron sabotear una atracción. Optaron por atacar durante la celebración del Día de la Independencia, al haber tanta gente, sin duda alguna, se unirían para demandar a Disney y le echarían la culpa a Alexander si algo llegase a pasar. Además, los favorecía que el evento fuese a altas horas de la noche, el intenso ruido de los fuegos artificiales y el hecho de que, al haber tantos desfiles y espectáculos, la mayoría de los supervisores estarían algo alejados de las atracciones.
El plan sería que la mitad de los empleados se quedarían a servirles bebidas a los anfitriones para no levantar sospechas, mientras empezaba el Show y el Tren de la Gran Montaña de los Truenos quedara vacío, luego, darían la señal y la otra mitad se infiltraría y dañaría los frenos. Ana y Joseph los ayudarían a pinchar las llantas para amortiguar el choque. A simple vista, no parecía tan aterrador, pero la gran altura y las enormes piedras alrededor lo hacían ver más amenazante.
Cuando estaban terminando la macabra tarea, aunque lo ocultaban bastante bien, los invadió un profundo remordimiento, pues en el fondo sabían perfectamente que los visitantes no tenían la culpa de nada. Sólo pagaban por servicios y tenían todo el derecho a disfrutarlos, pero ¿Qué hay de sus derechos? ¿Qué acaso, frente a la compañía, valían menos? Estaban en esas divagaciones cuando vieron algo que les heló la sangre.
Un hombre de origen musulmán subía corriendo las escaleras hasta llegar a la cabina de control de la atracción, cargaba lo que parecía ser un tarro de cenizas y se le veía bastante nervioso. Los 4 corrieron despavoridos a esconderse detrás de unas rocas. Poco después, subieron dos personas más discutiendo, los reconocieron por la voz y se quedaron petrificados. Era uno de los ejecutivos, vestido con un traje del Tío Sam y Alexander, que llevaba una botarga de Mickey Mouse. Por lo poco que alcanzaron a escuchar, el hombre les suplicaba que le dejaran regar las cenizas de su hijo muerto en la que era su atracción favorita, pero el supervisor se negó diciéndole que era ilegal y que, si no cooperaba, lo arrestarían. El tipo se desesperó y amenazó con demandar al parque por discriminación hacia su nacionalidad, el ejecutivo comenzó a perder la paciencia e intentó arrebatarle el tarro. Durante el forcejeo, cayó al pisó regando gran parte de su contenido. El padre estalló en cólera y le dio una bofetada, el ejecutivo respondió con un puño, iniciando una pelea que terminó con el sujeto siendo empujado hacia la parte delantera, su pierna activó la palanca, cayó de espaldas hacia las vías, siendo posteriormente triturado por el tren que pasó a toda velocidad.
Jennifer pegó un grito ahogado, lo que hizo que se percataran de su presencia. Luego el ejecutivo dirigió la vista hacia los trabajadores y les hizo un gesto de hacer silencio, ellos asintieron. Por mantener la boca cerrada, les aumentaron considerablemente el salario. Aunque quedaron consternados al leer el titular del periódico del día siguiente: Heroico empujón salva a parque Disney local de intento de sabotaje a atracción por parte de un árabe.
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