Trabaja haciendo algo que odia. Vive quejándose, apurando el tiempo para que llegue la hora de irse a su casa. Se pasa el día imaginando cómo disfrutará esos momentos. Llega a su casa mentalmente destruido. Íntimamente, le molestan las demandas de atención de sus familiares y durante la cena, simula prestarle atención a lo que hablan. La verdad es que lo único que quiere es pensar en nada, entretenerse sin el mínimo gasto de energía.  La televisión cubre perfectamente esas necesidades. Sin embargo, al poco tiempo empieza a cabecear de cansancio. Se acuesta temprano y se duerme sin poder atender a los reclamos de amor de su esposa.

Los cinco días de trabajo, se lo pasa anticipando el anhelado fin de semana. Imagina numerosos paseos y salidas, se imagina haciendo el amor apasionadamente, dedicándose a su vocación y a sus hobbies, jugando con sus hijos, reuniéndose con amigos…; haciendo, en fin, todo aquello que la demanda anímica de su trabajo le impide hacer.

Cuando llega el fin de semana, lo único que realmente desea es descansar. Cumple otra vez con su familia como si se tratara de una obligación, y sólo es feliz cuando finalmente puede tirarse a dormitar un partido de fútbol. En su letargo, sueña con la vida que podría tener y que no tiene.

El domingo lo pasa batallando la angustia que le produce tener que volver, al día siguiente, a su odiado trabajo.

Y el lunes, el ciclo repetido vuelve a comenzar…

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