Me he enterado de muchas historias laborales en la vida, y vaya que dan de qué hablar, puesto que mis padres se dedicaron por mucho tiempo a la artesanía y la venta de piedras, moviéndose en este entorno que es todo una cuestión en América latina, conociendo a todo tipo de gente, pero ninguna como la que cuento hoy, es en esta clase de historias que recuerdo que la realidad tiene tantos enfoques como la fantasía y puede ser igual de improbable. La legitima dueña de las vivencias me las relataría mucho tiempo después, desde un sofá mullido y disfrutando de estabilidad, pero para poder contarlas como ella a mí, primero habrá que viajar en el tiempo, muchos años atrás.
Por aquel entonces, ella se encontraba de pie en la banqueta, su cuerpo se veía tan chiquito y delgado en contraste con el gentío, con el calor , las oficinas y los edificios, todavía llevaba puesta la pequeñez propia de los nuevos en el mundo. Sus diez y tantos le habían obsequiado aquella silueta de sirena, esa intensidad en los ojos pasionales, la vida se escaba de cada poro que poseía, y menos mal, ya que esa vitalidad era la que la había sostenía al filo del vacío, cuando dejó su casa porque en ella vivía un monstruo, cuando decidió que la suerte, patas arriba, quizá la tratase mejor si se fabricaba sus propias alas. No fue una decisión muy alegre irse de mochilera, cortar la comunicación con su familia, pero era suya, y la había llevado a recorrer lugares hermosos, el paraíso escondido en Chiapas, el universo paralelo de Guatemala, el desierto en donde a los dioses se les caían las respuestas, y allí se quedaban esperando en la arena hirviente, pisoteadas por las patitas diminutas de un camaleón hasta que alguien las encontraba. No se veía a si misma con lástima, eso era algo bueno, pero tampoco se ofrecía una imagen fidedigna de ella, porque aunque seguía siendo una niña lo ignoraba. Los transeúntes no sabían nada de esto, la mayoría, distraídos, solo eran capaces de contemplar a la muchacha osada que mojaba sus cadenas en gasolina, a la artista callejera, la princesa de fuego.
Danzando como ser etéreo, trazando círculos de luz en el aire, coexistía en la realidad como extraída de un cuento, se doblaba en arco hasta que su cabeza rosaba el suelo, y las llamas chisporroteaban sobre su cuerpo, «El trabajo con fuego es algo mental», me explicaría años más tarde, «juega con tu cabeza, tienes que perderle el miedo». Lo que ella hacía en aquella década no tenía nombre, pero hoy se conoce como «swing», en ocasiones, la chica conseguía tíner, otras combustible y hacía lo suyo cada mañana, a veces sacaba para comer, pero otras no, al menos, ella trabajaba para sí misma, pues había gente que no tenía el privilegio de ser su propio jefe, como las costureras que ofrecían sus servicios por una cantidad mísera. La princesa de fuego llegaba con la misma facilidad con la que se iba, su reino era de bolcillo, y lo traía consigo a donde quiera que se moviera, era pequeña, y se enfrentaba todos los días a un mundo gigante, su historia talvez se repita en muchos rostros jóvenes, mientras que nosotros, distraídos, dejaremos que se escapen en silencio sus testimonios .
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