La herencia inesperada

La herencia inesperada

Ricardo Betoret

09/03/2018

1. MATÍN, EL BANQUERO

Martín había madrugado esta mañana. Eran todavía las 06.30 horas y ya estaba vestido y desayunado. Ultimaba los últimos detalles de su equipaje. Aunque el tren a Zarazoza salía a las 07.30 horas, ya estaba preparado. El trayecto en taxi hasta la estación de Teruel no excedía de 20 minutos, pero Martín siempre había sido muy puntual y esta vez no haría una excepció.

Su madre ya salía a despedirlo, dándole un abrazo y un par de besos, aderezados con una lagrimita.

-Mamá , vamos por favor, que no me voy a la guerra.

-Martín hijo, una tiene que hacer de madre -decía sonriendo-

Cargó las maletas en el taxi y salieron del pueblo, rumbo a Teruel del que les separaban unos 20 kilómetros. De allí tomaría el tren hasta Zaragoza, trayecto que le ocuparía dos horas y media más.

Era domingo. Martín había planificado el viaje precisamente ese día, con el fin de instalarse tranquilamente en el hotel y acudir al trabajo al día siguiente a las 08.00 horas

Había conseguido, mediante oposición, una plaza de administrativo en una oficina de «La Caja de Ahorros de Aragón», en Zaragoza. También habia conseguido una habitación en un hotel modesto, de las que llamaban «de residente», que consistía en una habitación pequeña con una mesa-escritorio con flexo, armarios y un pequeño cuarto de baño completo. Todo ello a pensión completa, a cambio de unas mensualidades asumibles. Teniendo en cuenta, además, que estaba a un paso de la oficina bancaria donde trabajaría y muy cerca de la estación, Martín estaba muy satisfecho de cómo se había organizado.

El padre de Martín había fallecido hacía dos años. Esta desgracia había supuesto un cambio de estrategia para toda la familia, que no nadaba en la abundancia. Tuvo que dejar sus estudios de Ciencias Económicas. Aprobó el tercer curso » a trancas y barrancas», y ahí tuvo que interrumpir su carrera, temporalmente, decía él.

De inmediato, se puso a preparar oposiciones a banca con gran entusiasmo. En un año ya había conseguido su plaza. Después, tuvo también que superar un curso de formación. Su madre estaba muy orgullosa de su hijo.

Subió su equipaje al tren, lo colocó en el altillo y se acomodó en su asiento. Inmediatamente, le sobrevino un amodorramiento que invitaba al sueño, pero él lo rechazó. Abrió un pequeño termo, que le había preparado su madre y se sirvió un café, faltaban todavía 20 minutos para la salida. El prefería relajarse y ordenar sus ideas, recreándose en imaginar la vida que le esperaba en Zaragoza y recordar la que dejaba atrás.

Tenía 20 años y dejaba en el pueblo a su madre, a su hermanita de 7 años y a un montón de amigos con los que había compartido toda su existencia. A su madre, le había quedado una pensión de viudedad realmente escasa, por lo que aceptaba trabajos caseros del ramo textil. El año que empleó Martín en preparar sus oposiciones a banca, fue un año de estrecheces. Tuvo que renunciar a sus estudios de Económicas en Teruel, porque sus gastos, sin ser muchos, eras insoportables para aquella economía familiar tan enclenque.

Ahora, con su empleo, aliviaría el pasar de la familia; por una parte habría una boca menos en casa, y por otra, aportaría lo que pudiera, que tampoco podría ser mucho, teniendo en cuenta, que su sueldo sería modesto y tenía que mantenerse él. Pero a pesar de todo, Martín con su caracter resuelto, estaba dispuesto a presentar batalla a todas las adversidades que pudieran surgir: trabajaría con ainco y entusiasmo, continuaría su carrera para poder ascender laboralmente y ahorraría todo lo posible para enviárselo a su madre. Había asumido la responsabilidad de que a su madre , Dolores y a su hermana , Lolita, no les faltara de nada. Esto incluía, que cuando su hermana se hiciera mayor, pudiera permitirse elegir sus estudios, sin restricciones.

Una leve sacudida y el tren se puso en marcha, sacando a Martín de sus reflexiones. Después, ya le fué más dificil concentrarse, con el entrar y salir de pasajeros en el vagón, el parar y arrancar en las estaciones, el revisor pidiendo billetes, en fin, el normal ajetreo de un viaje en tren. Durante los inérvalos más largos, entre las estaciones más distantes, se podía disfrutar de lapsos de relajamineto y de disfrute del paisaje, eso, si en el vagón no coincidían gente, para la que el silencio y aburrimiento eran sinónimos, que se empeñaban en entablar conversaciones intrascendentes, que no interesaban a nadie. Martín cerró los ojos, simulando dormir, por si aquello servía para que le dejaran en paz y no le solicitasen su opinion sobre los temas debatidos, o para que bajasen el volumen de sus voces, o incluso, para que se callaran.

Martín, se concentraba entonces en sus amigos, en los recuerdos de su infancia y juventud. En un pueblo como el suyo, de menos de 3.000 habitantes, todo el mundo se conocía. Ello suponía ventajas e inconvenientes. Podías salir de casa, y en cualquier esquina, cualquier bar o cualquier otro sitio, encontrabas con quien hablar, con quien jugar una partida o tomar un vino. El inconveniente en este caso, sería si sales de casa y no te apetece encontrarte con nadie, ni hablar, ni jugar a nada. El vecino, que está parado en la esquina, no entendería que no te detuvieras a darle «el parte», de a donde vas y de donde vienes, o que le despacharas con un saludo breve de «adiós», buenos días» o «buenas tardes». Estas relaciones sociales no eran caprichosas, eran obligatorias. Entre los vecinos de un mismo barrio, se establecian relaciones, casi familiares. Era costumbre habitual, invitarse entre sí, a eventos tales como bodas, bautizos y comuniones. Los entierros, también eran motivo de reunión vecinal. Todas las alegrías y las penas eran compartidas por los vecinos. Por contra, también compartían todo tipo de informción de que disponían, para bien y para mal. Nadie podía pretender regresar a casa a las cuatro de la mañana y que al día siguiente no lo supiera todo el pueblo..

Así como esta relación fomentaba los afectos, también fomentaba las enemistades, los rencores, las envidias y hasta los odios. Había familias irreconciliables, entre las que fraguaron rivalidades o rencores feroces, ancestrales, que tenían su origen, casi nadie sabía donde , salvo los viejos del lugar. Los motivos podían ser del tipo: herencias entre hermanos, conflictos de lindes entre vecinos, relaciones amorosas, etc. Los descendientes de estas familias, estaba condenados a no poder relacionarse entre sí, generación tras generación, practicamente a perpetuidad. Resultaba paradógico, que en una misma comunidad, tan reducida, confluyeran unas relaciones humanas tan civilizadas, tan ideales, por una parte, con otras tan primitivas e irracionales, por otra. Es lo contradictorio del ser humano, capaz de lo mejor y de lo peor.

Lo del equipo de futbol, merece tratamiento aparte. Si alguien piensa que a este equipo le unía su afición al futbol, se equivoca. Era un grupo peculiar, muy desigual. Cuando Martín empezó a jugar en el equipo tenía 15 años, mientras el portero titular tenía 45 y no era otro que Manolo el carnicero, más ancho que alto, de los que se dice que «es más facil saltarlos que rodearlos». Se decía entre el equipo, en broma, que el motivo de su fichaje era, precisamente su anchura, sin considerar más cualidades deportivas. También había otro motivo, era el presidente del club y gran patrocinador del mismo. El porteno suplente era Manolín, hijo del portero titular y heredero de sus aptitudes deportivas, «la anchura». Se decía que, si estuviera permitido jugar con dos porteros, tendrían media liga resuelta.

Lo que nadie se atrevería a negar es que «los Manolos», como también se les llamaba, tenian una cualidad sobresaliente , que no era deportiva, su bondad. En la carnicería de Manolo, tenian cuenta abierta las familias más necesitadas del pueblo, que por supuesto, nunca se saldaban. Manolo, siempre tenía preparadas bolsas con arreglo para cocinar un buen caldo o un buen puchero: buenos huesos, puntas de piezas, recortes, etc.

-¡Hay que dar de comer a esos niños, entre todos! ,-solía dedir Manolo- .

Matín jugaba de central, con más voluntad que acierto, de «estorbo central», decian algunos, siempre pinchando. Falto de cualidades futbolísticas, trataba de suplirlas con pura voluntad, empleandose a fondo persiguiendo al delantero rival, dificultando y a veces impidiendo su avance. También hay que decir, que si alguna vez se encontraba con el balón en los pies, no sabía qué hacer con él.

En defensa del equipo había que decir, que era cierto, que cada vez que aparecía algún jugador que despuntara, era inmediatamente fichado por algún equipo de superior categoría y mejores posibilidades económicas.

Otros jugadores dignos de mención eran: Antonio, estudiante de Magisterio, también defensa. Era un gran estratega, un gran teórico. Dicho de otra forma, era un «charlatán». Si los partidos de futbol se pudieran ganar hablando, ya habrían ganado la liga varias veces. Sobre el terreno de juego, cualquiera podía advertir, que Antonio rehuía al enemigo, cruzaba su trayectoria por delante o por detrás, pero nunca se enfrentaba a él. Podía pasar un partido entero, sin tener contacto físico con el adversario, lo cual también tiene su mérito.

Por las bandas, no podemos olvidar a los hemanos Simón, Miguel y Lucas respectivamente. Eran gemelos, panaderos de oficio, rápidos como liebres. Solo tenían un problema, carecían de lo que se denomina en el futbol «cintura». Solo eran capaces de correr en línea recta, con lo cual, cualquier adversario que quisiera frenar su carrera, solo tenía que colocarse en su trayectoria rectilínea, para que chocaran con él.

Podemos citar a otros elementos, también calificables como «paquetes»: podía ser Alberto, agricultor, casi tan voluminoso como los Manolos, cuyo único peligro consistía en la posibilidad de chocar con él. Fernando, también merce ser mencionado. Inventor, junto a otros, del negocio universal, diversificando hasta casi el infinito los objetos de negocio. En su comercio se podían adquirir mercancías tan diversas como: carne, pescado, legumbres, frutas, verduras, botones, agujas, tornillos, puntillas, zapatillas, caracoles, bombillas, cable electrico, cuerdas, cadenas, y así hasta el infinito. En la tienda de Fernando se podía comprar cualquier cosa y si no lo tenían, se encargaba. Fernando y su compañero Alberto eran jugadores de los denominados multifunción, lo que significa, que en realidad no estan cualificados para nada en concreto.

Sin ánimo de ser exhaustivos, no podemos olvidarnos del delantero centro de equipo, Miguel Sastre, apodado «el guapo»,.Su cometido en el equipo, era merodear por el area contraria y aprovechar algún rechazo o despiste del contrario. Así había conseguido algunos goles, nada que mereciera mención en la historia del futbol. Sus verdaderas habilidades no correspondían al campo de lo deportivo, sino al de las artes amatorias. Joven, guapo, adinerado, hijo del alcalde, derpertaba pasiones entre muchas mujeres del pueblo. Pocas de llas se habían librado de sus acosos. Carente de escrúpulos, nada representaba un freno ni una limitación para satisfacer sus deseos; jóvenes o maduras, casadas o solteras, mujeres o novias de sus amigos o vecinos. Por sus caracter y sus aficiones, por todos conocidas, el círculo de sus relaciones sociales era muy reducido. Nadie quería darle entrada en su casa a semejante depredador.

Había que desengañarse, a este grupo humano no le unía su afición al futbol. Sin embargo, en otras aficiones respondían como un solo hombre, Las únicas copas que habían ganado en su vida, eran copas de cazalla, unos a otros, jugando a las cartas. Cualquier excusa era buena para organizar una comida o una cena: si se fichaba a algun jugador, se organizaba una comida para celebrarlo, si se vendía otro, procedía una cena de despedida. Este era el «Mellín CF», entrañable club, a pasar de todo.

A media mañana, el tren llegó por fin a Zaragoza. A pesar de estar a mediados de octubre, hacía bastante calor. Martín decidió coger sus maletas y encaminarse andando hacia su hotel, que solo estaba a dos manzanas de la estación. Llegó a su habitación cansado y sudoroso. En recepción le habían ofrecido la posibilidad de disponer de un televisor en la habitación, a cambio de un pequeño suplemento en la mensualidad. Martín rehusó el ofrecimiento. Disponía de un pequeño transistor, suficiente para escuchar las noticias y un poco de música, de vez en cuando, además de que el poco tiempo del que dispusiera, pensaba emplearlo en estudiar y reeemprender su carrera lo antes posible.

Abrió sus maletas y colocó su ropa con cuidado en los cajones y perchas del armario. Ya todo en orden, le sobrevino el deseo de echar un sueñecito, pero inmediatamente se sobrepuso y decició dejarlo para después de comer. Hoy, como excepción, comería en la calle, después de dar un paseo por los alrededores. Lo primero fue localizar la oficina bancaria donde empezaría a trabajar al día siguiente. estaba a menos de 10 minutos andando desde el hotel. Después, paseó sin rumbo por las calles del que sería su barrio en adelante, no sabía por cuanto tiempo. Martín era una persona positiva y encontraba satisfactorio todo lo que veía a su alrededor. Encontró un pequeño restaurante con terraza en la que se acomodó. Desde allí podía ver su oficina bancaria. Se emocionó un poco, pensando que ese día era el primero de la siguiente etapa de su vida. Comió muy a gusto y después volvió al hotel. Esta vez sí, se derrumbó sobre la cama. El cansancio del viaje y el madrugón, demandaban un sueño reparador. Durmió hasta media tarde, se duchó y bajó a cenar al comedor de residentes. Se trataba de un autoservicio en el que cada huesped pasaba por un mostrador, donde el personal de cocina le servía el meú del día, sin posibiliadad de eleccción. seguidamente, el huesped buscaba una mesa donde acomodarse.

El tipo de huesped que optaba por este tipo de modaliad «residencial» era de lo más variado: estudiantes, jubilados, empleados de nivel medio,etc. Allí se sentían atendidos en sus necesidades básicas: se iban a su quehaceres por la mañana y volvían al mediodia o por la tarde con sus habiataciones arregladas y la comida o cena preparada.

En el banco, la hora de entrada para los empleados era las 08.00 horas y la hora de apertura al público, las 08.30 horas. A las 07.45 horas, ya estaba Martín en la puerta de la oficina bancaria. Para él, la puntualidad era un principio básico en su vida. Llegar tarde, suponía una falta de respeto hacia el que espera. Su llegada a la puerta coincidió con la salida de dos o tres «indigentes»,»sin techo», que habían pasado la noche en el cajero.

-Buenos dias Eugenia, -dijo alguien que llegaba por detrás de Martín- en el bar te está esperando un café con leche, que te he dejado pagado.

-Gracias Federico, buenos días.

Martín se volvió, un poco sobresaltado; le había pillado desprevenido.

-Buenos días, -repitió el tal Federico, dirigiéndose a Martín esta vez- supongo que eres mi relevo.

-Bueno, no se, supongo, a trabajar vengo.

-¿Cómo estas?, soy Federico Ortiz, a tu disposición -tendiendole la mano-.

-¡Hola, gracias!, mucho gusto, soy Martín Juan.

Entraron en la oficina y Federico encendió las luces y puso en marcha la calefacción, que a primera hora se agradecía.

-Siéntate aquí conmigo, ahora cuando vengan los demás, ya te los iré presentando. Yo no soy el director, soy el segundo interventor. Hoy me ha tocado abrir a mí porque el director tenía que hacer una gestión de firma notarial en un pueblo cercano. Vendrá a media mañana. Yo me jubilo dentro de un més o dos. En realidad no me relevarás a mí, sino que correrá el escalafón y ocuparás la vacante que quede libre.

Podemos empezar, comentando un asunto que ya has visto nada más llegar: los indigentes que duermen en el cajero. Existe un pacto no escrito, que yo sepa, entre los bancos y el ayuntamiento, por el cual y por razones humanitarias, todas las oficinas admitimos que los «sin techo» pasen las noches en nuestros cajeros, siempre que cumplan determinadas normas, que son de imperativo acatamiento. Su quebrantamiento supone la expulsión inmediata y definitiva: . Cada cajero tiene su capacidad: tiene un número de plazas limitado, el nuestro tiene 3 plazas. . Deben instalarse dejando libre el acceso a los cajeros. . El horario comprendía de 22.00 a 08.00 horas, ni un minuto antes, ni un segundo después. . Por supuesto, el cajero se abandonará limpio, sin resto alguno, orgánico o inorgánico. . No permitimos riñas ni broncas entre ellos ni tampoco manifestaciones afectivas excesivas, endiendase, actos sexuales.

Como ves, las normas pesponden a la pura lógica, nada extraordinario, pero hay que exigir su cumplimiento. Esta gente, como te puedes imaginar, tiene una cosa en común, su adicción al alcohol, en la mayoría de los casos, a las drogas en otros o a ambos. En condiciones normales, cuando no han consumido, son gente bastante razonable, incluso agradables. Esta mujer que he saludado al entrar, Eugenia, es una persona agradable e incluso cariñosa, cuando está sobria. Cuando bebe, se vuelve gritona y hasta faltona. En otros casos es peor.

SINOPSIS

Una persona corriente, recibe un buen día una carta de una notaría, en la que se le informa de la existencia de un testamento en el que figura como beneficiario de una herencia. La carta proviene de un lugar desconocido para él, en el que no tiene ningún familiar, ni siquiera un conocido. Poco a poco, se va aclarando el asunto, resultando que el testador era una persona sin descendencia conocida, que había tenido una relación de amistad con el protagonista, hacía tiempo, a la que, ni muchos menos se le hubiera atribuido semejante patrimonio. Por casualidad, se descubre la existencia de una hija del testador, con lo que el testamento queda anulado. Con el tiempo, la hija del testador y el protagonista entablan una buena relación de amistad, en principio y amorosa después.

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