Nos habló de la planta de los directivos: la partía en dos un pasillo infinito como una recta olímpica y paredes desmesuradas, altas como las del patio de una prisión. Había una única ventana de frente, al final del pasillo, vertical y fina como la colada de un volcán. La densa gravedad de la atmósfera se entremezclaba con un imperceptible tufo a humedad, dotando a la estancia de una fisonomía propia de tanatorio abandonado, lo que convertía el acto de respirar en un esfuerzo casi doloroso. Nos contó también que la tarde era nublada, de una oscuridad gris que asomaba sobria y gótica por la ventana escueta, marcando el preludio de algo urgente y a la vez insano. El silencio oscuro y rocoso era quebrado únicamente por una ficticia tranquilidad que se desmoronaba con el chirrido de las ancianas bisagras de las puertas de los despachos. Tenía un nombre en clave, un apodo: la morgue. Ser llamado a la planta de los directivos no anunciaba nada próspero.

Cuando tamborileó con los nudillos en la puerta el presidente le invitó a entrar con un austero “pase, por favor, siéntese”.

―Como habrás podido saber por los comunicados corporativos los resultados de los últimos trimestres no están en sintonía con los objetivos marcados por la estrategia de la casa.

―¿Me vais a despedir?

―Bueno, eh… como comprenderás cuando se producen coyunturas como la actual las decisiones a tomar no son siempre fáciles…

―Según la última revisión anual soy el empleado de la compañía con mejores ratios de productividad y desempeño, así como el compañero mejor valorado por todos los equipos.

―De un tiempo a esta parte los criterios a ponderar en una empresa ya no se pueden ceñir únicamente a cifras, a puntuaciones. Hoy en día los accionistas, la sociedad, demandan que se genere un clima, una responsabilidad social corporativa, unas políticas de conciliación…

―Claro, y como yo no tengo hijos es más fácil echarme a mí, a alguien que no pinta nada en la foto de esa artificial conciliación y responsabilidad, sin cargas familiares, antes que a otro con hipoteca y niños, aunque sea un inútil integral.

―Sabes que somos una gran familia, miramos por nuestra gente.

―Yo ya tengo una familia.

―Sé que tienes una familia. Sabes a qué me refiero: no queremos dejar a nadie atrás… pero los cambios culturales, el rumbo que está tomando el mundo respecto a la conciliación laboral, a las cuotas de paridad, nos hacen balancear las políticas de igualdad tanto o más que el rendimiento económico de nuestra cuenta de resultados. Es importante la imagen que se proyecta a terceros… Tú ya me entiendes.

―Me echáis porque hago bien mi trabajo y no doy problemas. ¿Y dónde queda la meritocracia? ¿Y el esfuerzo?

―No lo veas así, como una amenaza. Yo te diría que lo abordases como una oportunidad. Eres joven, cualificado, resiliente, sin cargas… No tendrás problemas para reincorporarte al mercado laboral. Es más: te redactaremos una carta de recomendación, contactaremos con nuestros proveedores para posibilitarte un futuro nada disruptivo.

―Lo que necesitaba era oír algo distinto de ti, no que redactes nada. Mis funciones y competencias son mi mejor aval. Ah, por cierto: te puedes meter la resiliencia y la disrupción por…

―No seas cruel. Debemos estar donde está la competencia, donde nos exigen nuestros socios preferentes… no podemos flaquear en la batalla de la integración, la sostenibilidad…

― Por favor, respóndeme a una duda que me tiene intrigado: cuando en la empresa sólo queden mediocres para trabajar, con todos los derechos y ninguna obligación, ¿de qué servirá haber izado las banderas de todas las causas nobles, de qué servirá tener millones de seguidores en redes sociales, de qué habrá servido respaldar todas las corrientes actuales que ya se está viendo sirven únicamente para blanquear la imagen de la compañía?¿Crees que la empresa va a salir de las pérdidas dejándose llevar por soluciones simples a problemas complejos?

―Las cosas no salen siempre como uno quiere.

―Con tu permiso, me levanto y me voy.

―Espera. Una última cosa antes de marcharte… Me ha llamado tu madre, pregunta si irás a comer este domingo a casa. Vienen tus hermanos también, con tus sobrinos…

―Dile a mamá que no puedo ir, que estoy muy ocupado buscando un trabajo nuevo.

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