Alejandro Bejarano clínica mental de reposo Benedicto XVI, desierto de Sabrinki, a las afueras de Bogotá D.C, enero de 2022.
Hay una tarea que todo escritor, más o menos sensato, y en el sentido de lo común puede aguantar. Escribir para un enemigo, porque la frontera entre lo empático y lo antipático es tan débil que se puede llegar a confundir, mi relación con Alejandro Bejarano fue así, él con sus anillos, sus diplomas y galardones, yo, a mi juicio tonto. Cuadriculado y poético hasta los huesos. La editorial, mejor dicho el Director ejecutivo, me pidió hiciese su reseña para la feria del libro, yo, no le conocía, igual no me importaba. Simplemente busque en la computadora, me arrojó las cosas que él había escrito, algunas reseñas de sus amigos, y por qué no, terminar la reseña con un chiste, un algo soso y flojo, para romper el hielo.
Ahora le veo simpático escribir para ellos, para los escritores, los famosos, para que sean saludados a nombre mío. Ella nunca se imaginó que me conocería el día que entregara mi escrito en la puerta del apartamento de Alejandro, creo que nadie se espera un ramillete de flores. El escrito era supervisado por él, editado por él, y desechado por él. Lo he realizado mil veces, me tomé en la cafetería de la esquina, mientras hacía tiempo, como veinte cafés, mi hígado tiene una gran sensibilidad para la escritura y cuando algo le cae pesado. Me invita al escusado para librarme de las malas lecturas y de las malas críticas.
La tarde rebozaba de lluvia y tan pronto cruce la puerta de la recepción, sentí que debí quedarme en el baño de la mugrosa cafetería, tal vez y solo tal vez llenando un crucigrama o releyendo una página de horóscopo, sería más fructífero y sutil, a propósito soy Aries. El ascenso y el ascensor no son lo mismo, medité mientras la máquina para curar la pereza, para ayudar los ancianos y para besar a una chica, me llevaba al octavo piso.
Recuerdo que la señora Otilia, me abrió la puerta, ella era la señora de la cafetería en la editorial y hacia trabajos de limpieza a domicilio.
—Hola, le dije a regañadientes, siempre esconde el azúcar, por las mañanas, para que nadie se acomode mucho en las bancas de la salita adjunta a la cafetería.
—Hola johncito, que lindo verlo por acá, no me diga que trae, el encargo del director…sería una gran tragedia si no sirve… ¿cierto?
Alejandro atravesó el umbral de su apartamento, que olía a él, olía a dulce y pino. Creo que sonrió, digo creo porque me distraigo con facilidad y además porque no habría de haberlo hecho, apenas me conocía y sí me esperaba era lo menos que podía haber expresado. La verdad resultó pasmosa cuando días después escuche, que en cuanto le entregue el dichoso sobre con mi trabajo mediocremente maquillado, a Alejandro, su sonrisa se fue al diablo. Y yo solo conteste entre mí, al escuchar aquello “ sí están bueno, ¿Por qué no lo hizo él? ”
Cuando retorne al ascensor o máquina para la pereza, luego de estrechar la mano del escritor, y notar que tenía un anillo como Héctor Lavoe, y una cadenita como Nicanor Parra, me entro una sensación de miedo, la mirada cómplice de Otilia, su sonrisa al cerrar la puerta, fueron sospechosamente dicientes de mi fin.
Abrió el ascensor, no sin antes aprisionar el botón como diez veces y en él fondo estaba el ramo más hermoso de flores frescas, por la lluvia, que un hombre con el alma desvalida pudiese encontrar. En el sexto piso y descendiendo, luego, de varios intentos de apertura de la puerta, apareció ella.
Yo, ya tenía el ramo en las manos, y ella lo miraba sin mirar, en su brazo reposaba una cartera fiel copia de diseñador, le hacía juego con los zapatos y el reloj.
—Le pregunte ¿a el uno?- mirándola directamente a los ojos, si me hubiese acordado de un verso de Gabriela, de seguro la fulmino, la cereza del postre-pensé. Pero preferí preguntar algo frívolo-¿Conoce al afamado escritor, y vanguardista Alejandro Bejarano del 802?
—Sí, lastimosamente sí, y no es tan vanguardista y tampoco es tan famoso, es un cafre.- añadió la chica.
—Yo, soy un conocido de él, no soy su amigo, es más no me cae bien, para ser sincero me pareció un…
La puerta del ascensor se abrió y le pase inmediatamente el ramo a ella, porque mi zapato se atoró en el escalón, a la salida de la máquina cura pereza. Fue un reflejo, como si le conociera de toda la vida y ella lo recibió sin objeción, todo salió tan natural. Fue raro.
Ella, me miró, yo le miré, y mi mano rozo, juro por Dios que sentí su piel y mis labios casi en los suyos y…allí me desmaye.
El altavoz grito: “Familiar de Alejandro Bejarano es solicitado en la sala 3”.
Me he despertado luego de un rato creo yo, los médicos hablan de su trabajo, la jornada, el salario y lo injusto que es la muerte y el azar. Yo pensé en lo injusto que somos con la muerte y con el azar, pero más en lo justos que somos con los médicos, su jornada, su salario y su profesión.
—¿Don Alejandro, como se siente hoy?-pregunto la enfermera que ya está por salir de turno, tiene en una mano mi historia clínica y en la otra el teléfono, una voz masculina le hace el reproche que lleva mucho tiempo esperándola y que las velas del pastel de seguro llegaran a apagarlas no a prenderlas.
—¿le paso su ordenador, para que escriba su reseña?-pregunto la chica, la misma del ascensor que acabo de entrar.
—¿yo? ¡yo no soy escritor, el escritor es Alejandro! respondí –Además-añadí- cuando las máquinas escriban lo que yo dicto, se acabaran las excusas.
—Precisamente, señor, como el escritor Jhon Cruz dijo: Somos números y códigos, porque todos, somos máquinas.
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