Alista o las etiquetas.

No soy una persona inteligente, soy del montón, nada especial.

Cuando era niña, siempre pensé que no era normal, que era diferente. Algo me decía que yo no era como las demás. Quizás porque siempre se burlaron de mí en el colegio.

Recuerdo un día que, agobiada por esa obsesión, busqué mi partida de nacimiento. No sé qué esperaba descubrir en aquel papel.

Cuando la encontré, sufrí una gran frustración, todo parecía normal.

Mis padres jamás hicieron alusión alguna a lo que siempre he sentido, a lo que siempre he temido: ser diferente.

Pasaron los años y mis padres murieron. Cuando ocurrió, ninguno de los dos me desveló ningún secreto. Fue una nueva decepción.

Han pasado muchos años y ya no tengo miedo a ser diferente. Sé a ciencia cierta que lo soy.

Ahora, me sucede lo contrario. En ocasiones tengo pesadillas, sueño que me despierto y, horrorizada, advierto que soy normal, común, habitual.

Sé que eso es imposible. Soy alista, una neurotípica atípica.

No deseo ser una persona normal, habitual o vulgar. Siempre supe que era diferente. Y es que, desde el  punto de vista neuronal, se denomina neurotípico al más abundante, o del que hay mayor número de individuos. Es un valor de frecuencia, no de NORMALIDAD.

Josefina

Recuerdo el día que me presentaron a Fina. Apareció acompañada de unas amigas que conozco de toda la vida, y se unieron a nosotros en la terraza del bar.

Era una muchacha extremadamente delgada, con una cara preciosa y unas manos largas, desmesuradamente largas. La forma en que las movía, la forma que adoptaban ante cualquier gesto, me decía a gritos que ella tampoco era una neurotípica.

Llevaba el pelo graciosamente recogido con un pañuelo de flores rojo, que me recordó inmediatamente aquellos carteles de Rosie the Riveter (aquella mujer con pañuelo rojo de lunares y mono de mecánico que enseña bíceps), símbolo del feminismo durante la segunda guerra mundial, que yo había visto en internet.
Al contrario que Rosie, Fina no tenía apenas músculos, pero sonreía de una forma maravillosa.

También recuerdo que, durante mucho rato, solo reía los comentarios del grupo, aunque a veces su rostro mostraba señales de que no comprendía lo que en ese momento se estaba contando.

Todo fue bien hasta que, cuando consiguió el coraje necesario, empezó a hablar. Nos habló del cielo, del sol, de los planetas, del sistema solar, de la Vía Láctea, de las galaxias, de los agujeros negros, del universo… Sin duda, era un tema que conocía, que le apasionaba. La gente, rallada, empezó a desfilar, hasta que al final nos quedamos solas ella y yo. Ella siguió hablando sin parar, ajena a todo.

A mí me daba igual de lo que hablase; solo con ver su cara, la emoción con la que me contaba todo aquello, valía la pena estar allí.
De pronto, como si hubiese salido de un trance, se dio cuenta de que estábamos solas, de que los demás habían marchado. Su semblante se oscureció, percibí su tristeza, percibí su dolor y de una incipiente angustia. Retorció sus largas manos durante un instante y empezó a darse cachetes.
—Cuéntame más —le dije— sobre esas ondas gravitacionales que has mencionado. ¿Qué son, de dónde salen?

Después de mirarme, como si no hubiese pasado nada, me contó lo que era el horizonte de sucesos en los agujeros negros, pero esta vez, en medio de su discurso, me dijo que era autista. 

Yo le contesté que era Alista, una neurotípica atípica.

En sus ojos me pareció ver la luz de mil estrellas.

Nota: Las etiquetas,( TEA, AUTISMO, ASPERGER, NEUROTÍPICO ALISTA, ETC. ) no ofenden, solo pretenden definir, dotar de significado. Son aquellas personas que las usan de manera despectiva las que buscan ofender.

Etiquetas: microrrelato

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