Crónica de un Inmigrante

Crónica de un Inmigrante

allen nebrija

20/07/2022

Crónica de un Inmigrante

José y Amalia era profesores venezolanos, sus sueños se habían truncado para el año 2015. Sueños que tenían desde adolescentes, pero que, al llegar a la adultez, se vieron obstaculizados por una vorágine económica que asolo todo auge de crecimiento profesional y laboral. En su compromiso y voluntad de seguir enseñando en la escuela pública, se percataron de que se estaba llegando a un clímax, en donde la situación económica y financiera se tornaba muy difícil y era insostenible para la pareja, la cual concebía esfuerzos ingentes para salir adelante, pero se dieron cuenta de que, si se quedaban en el país y en las condiciones en que se encontraba, tanto ellos como su familia, no lograrían sobrevivir. Así que, con gran pesar, se vieron obligados por las circunstancias y decidieron vender todas sus pertenencias y posesiones de su hogar. Finalmente lograron reunir 200 dólares, cuya cantidad según lo planeado iría a cubrir alojamiento, alimentación y transporte por varios días; pero a veces lo planeado no siempre emerge como se planifica. Así empezó la aventura, una aventura que iba a estar plagada por situaciones difíciles y por imprevistos desafortunados.

Al llegar a la ciudad de Bogotá, capital de la República de Colombia, tomaron un desvió hacia un pueblo agrícola denominado Gutiérrez, en el departamento de Cundinamarca, esto motivado por amigos y allegados que le comunicaron efusivamente que en dicho pueblo había trabajo y que era muy bien remunerado. Tanto José como Amalia al arribar al pueblo, esas personas que decían ser sus amigos les dieron la espalda. En vista de tal escenario lograron encontrar una habitación muy humilde y sobre todo ajustada al presupuesto que llevaban. No tenían cocina, ni nevera, ni cama; era como empezar de nuevo en un país que resultaba para ellos ajeno y extraño. Pero eso no era lo importante en ese momento. Lo que les importaba y preocupaba era conseguir trabajo lo más pronto posible, porque el dinero no les iba a alcanzar para tantos días.

Estando en ese pueblo y padeciendo las condiciones climáticas gélidas del territorio tuvieron que enfrentarse a la real situación que no iban a encontrar trabajo como profesores, debido a una retahíla de requisitos que tenían que cumplir y además estaba el hecho de que eran venezolanos y como las relaciones políticas entre los dos países no eran las más consonantes, pues eso fungía como un elemento perturbador a la hora de solicitar un trabajo. Sin embargo, se vieron en la obligación de trabajar en oficios que resultaban diferentes para ellos y que para los cuales no estaban acostumbrados.

A José le toco irse a trabajar al campo, a echar pico y pala, a preparar la tierra para sembrar, cargar sacos de abono y cargar palos por unos caminos escabrosos y empinados y estar sometido a los desdenes del mandamás y a un horario de trabajo esclavizante, que involucraba de lunes a sábado de seis de la mañana hasta las 11 de la noche, con un salario que era degradado por dos condicionantes que figuraban en el pueblo. La primera de ellas ser venezolano y la segunda por que los colombianos se valían de la necesidad y el desespero de los venezolanos por conseguir trabajo. Lo mismo fue para su esposa Amalia, ella tuvo que trabajar en un restaurante esclavizada de lunes a domingo desde tempranísimas horas de la mañana hasta altas horas de la noche, incluso ni compartía con su esposo una buena conversación, no porque no quería, sino porque nunca, casi nunca se topaban en la casa, aunque vivían juntos.

Así pasaron días, meses, incluso, un par de años, probando uno que otro oficio para ver cuál era el más apropiado y cual se ajustaba más a sus necesidades. Pero la realidad era diversa, la forma de vida, los patrones que fungían en la sociedad, el aire que se respiraba, la alegría y la solidaridad vecinal, no era lo mismo y eso era lo que hacía mella todos los días en el corazón de José y Amalia. Llevaban cuatro años por fuera, trabajando como burros y sin que nadie les reconociera su dedicación y su responsabilidad en el trabajo. Ellos estaban conscientes de que nadie los iba a compensar por todo el esfuerzo y sacrificio que habían realizado en su trabajo. Pero ya era hora de regresar a la tierra que los vio nacer, crecer y desarrollarse. Ya era hora de volver a la patria, emprender la lucha y volver al trabajo con más ahínco, mas espíritu y con más fuerza que nunca…

Basado en una historia real.

Jorje Luis González Pírela

C.I.13.461.720

Teléfono: 0412- 632-8728

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