Mi abuelo acomodó sus lentes y comenzó con la lentitud que le entregaban los años a desarmar el reloj de pulsera marca Cortebert. Fue pieza por pieza colocada minuciosamente sobre la mesa. Luego limpio cada una de ellas, reemplazó el segundero que estaba estropeado y lo armó con la misma lentitud que hizo para desarmarlo. Luego se lo puso en su muñeca. Lo observo detenidamente, se lo acercó al oído para escuchar su tic-tac y se acomodó a esperar a quien era a esta altura su último cliente.
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