CAPITULO 1

El día está lluvioso, perfecto para hacer unas torta fritas*, piensa María al mirar por la ventana de su nuevo departamento con el mate* en la mano. María tiene 18 años, acaba de terminar el colegio secundario y en una semana comienza su nueva vida como estudiante universitaria. Está contenta, entusiasmada, pero al mismo tiempo, también preocupada porque es la primera vez que va a enfrentarse una situación muy difícil para ella: cocinarse todos los días. Al vivir siempre en su casa, con sus padres, no sabe ni cómo hacer las compras. Para ella ir al supermercado es ir a comprar cerveza y papas fritas para el viernes por la noche; y la cocina es el lugar de su casa donde su mamá y su abuela, los fines de semana, hacen los mejores manjares que jamás haya probado. Está malacostumbrada. Se encuentra sola, en el living de su departamento, y piensa cómo hará para salir de ésta situación. Por el momento no encuentra respuesta. Es sabado por la tarde, así que decide ir a comer algo al bar que está debajo de su departamento, justo al lado de su edificio. Y de paso ir conociendo la zona y a los que serán sus vecinos. Tiene la ventaja de vivir en una de las zonas con más bares de la Ciudad de Mendoza, la calle Arístides Villanueva. Sus padres decidieron alquilarle un departamento ahí por la cercanía a la Universidad de Mendoza donde estudiará diseño.

Agarra un paraguas y baja, y antes de llegar a la esquina la música de uno de los bares le llama la atención y decide entrar. Era un bar pequeño, con una barra en la que se podían ver las cubas con cerveza artesanal en un extremo, y en el otro una gran cantidad de frascos con granos de café de todo el mundo. La música estaba en el volumen justo, ni muy alta que no te deja conversar ni muy baja que no se distingue lo que uno está oyendo. Las mesas eran bajas con sillones y al fondo había un patio con mesas y bancos altos, para los fumadores. María cruza la puerta hecha un bollito, como avergonzada por ir sola, se acerca a la barra y pide una mesa para uno. El mozo* la mira, y le dice que las mesas son para dos o más personas pero que se puede quedar en la barra. Con resignación ella acepta y, al mismo tiempo, le pide una cerveza y unas papas bacon. No se dio cuenta, pero al lado suyo había una chica también sola, tomando una cerveza y leyendo un libro. ¿Quién lee un libro un sábado por la noche en un bar? Cuando el mozo llega con la cerveza y las papas de María, la chica que estaba a su lado le dice: “¿Tenés una mesa para dos y la compartimos?”. Si, responde él y la chica la mira a María y le exclama: “¡Vamos a sentarnos!”. María estaba muy sorprendida y no entendía nada de la situación. De repente se vio en una mesa con alguien que no conocía. Tenían dos cervezas, unas papas bacon y toda una noche para conocerse.

¡Hola!, soy Laura. Mucho gusto Y estira la mano en señal de buena educación—.

¡Hola!, me llamo María. Igualmente.

Después de un incomodísimo segundo María toma coraje y suelta un: “Es la primera vez que hago esto”.

Hacer qué? responde Laura.

Sentarme en una mesa de un bar con una desconocida.

Bueno, siempre hay una primera vez para todo. ¿Porque estás sola?

Tengo 18 años y acabo de mudarme sola en el edificio de la esquina. Empiezo la facultad la semana que viene y tengo un problema que no sé cómo voy a resolver.

No creo que sea mayor que el mío. Contame. ¡Tenemos toda la noche!

No se cocinar, ni siquiera sé cómo ir al supermercado a hacer la compra. Por eso estoy acá, porque si no venía me iba a dormir sin comer.

Yo soy celíaca, me enteré unos meses antes de terminar el colegio y por eso decidí estudiar nutrición.

—¿Que es la celiaquía? ¿Se cura?

Es una enfermedad que no se cura y significa que no puedo comer ni trigo, ni avena, ni cebada, ni centeno. Tengo que fijarme muy bien antes de comprar algo en el supermercado porque hay cosas que pueden tener restos de harinas y eso me puede hacer mal. Por eso estoy acá, porque es el único bar que tiene cerveza apta para celíacos.

Uh, y yo que pensé que lo mío era un problema.

No te preocupes, yo te voy a ayudar. Te voy a dar los consejos que me dieron a mi apenas me mude sola y vas a ver que en un mes me vas a poder invitar a cenar.

—¡Es un trato! Y estrecharon la mano en señal de que así lo era—.

Había pasado media hora ya y sus cervezas y las papas se habían terminado. Pidieron otra ronda más de todo para poder seguir con la conversación.

—¿De dónde sos? pregunta LauraYo vengo de General Alvear, al sur de la ciudad.

Yo soy del sur del país, de Villa Langostura. Voy a estudiar diseño industrial. Elegí Mendoza porque desde chica siempre veníamos a pasar nuestras vacaciones a la casa de unos amigos de la familia.

Por eso vivís en esta zona, porque estas cerca de la facultad. ¡Eso es bueno! Por acá tenés un supermercado grande cerca y hay muchos mercados de barrio en los que podés comprar la fruta y la verdura.

—¿Y cuándo podés venir a mi casa para enseñarme a armar la lista del supermercado?

Rindo un examen en 3 días, vine a distenderme un poco. El miércoles si querés quedamos y te ayudo con la lista y vamos al supermercado.

—¡Buenísimo!, quedamos así. El miércoles nos reencontramos.

Se había hecho tarde ya y Laura tenía que volver a su casa porque al otro día debía seguir estudiando. Intercambiaron sus números de teléfono y quedaron en escribirse para arreglar el horario de su próximo encuentro.

Salen del bar, ya no llovía, y cada una toma para un lado distinto. Laura comienza a caminar a paso acelerado para llegar a su casa lo más rápido posible. María, en cambio, va caminando despacio y pensando en toda esta situación que le había ocurrido. Ni bien llegó a su casa, se puso el pijama y se acostó a dormir con una sonrisa en la cara, había sido un lindo primer día.

A la mañana siguiente se despierta y, como era de esperarse, no tenía nada para desayunar. Era domingo y los mercados de los que le había hablado Laura estaban cerrados. Volvió al bar, pero esta vez pidió un café, dos medialunas y un jugo de naranja exprimido. El sol brillaba en la mañana mendocina, y el mozo le ofreció si quería una mesa afuera. “Durante el día las mesas si pueden ser ocupadas por una sola persona” le dijo y la miro como reconociéndola. Los domingos en Mendoza son realmente distintos. Es fin de marzo, la época de vendimia* está terminando, no hace tanto calor y el otoño ya se empieza a sentir. La calle Arístides Villanueva se caracteriza por sus grandes plátanos, esos grandes árboles con hojas enormes que en esta época están entre verdes y amarillas y unas bolitas que cuando sopla el viento zonda* caen y se desgranan haciendo que todos los alérgicos sufran.

Se sentó en la mesa que le había recomendado el mozo y esperó su desayuno. A los pocos minutos se lo trae junto con el diario y ella lo mira y suelta un tímido gracias. “¡Que lo disfrutes!” responde él Nunca se había deleitado tanto con un desayuno. No había cosa que más le gustara en el mundo a María que desayunar un domingo por la mañana al rayo del sol y leyendo el diario, costumbre que había heredado de su papá. La bandeja era digna de foto: en el medio una taza blanca con un café con leche tan espumoso que cuando tomó el primer sorbo le quedó una barba blanca alrededor de su boca, una copa con jugo de naranja en un extremo y en el contrario un pequeño florero con una margarita. María es de las que se toman primero el jugo, para que las vitaminas no se escapen -eso siempre le dice su mama. Las medialunas, dentro de una canastita de mimbre, estaban calientes y en su punto justo de cocción: doradas y crujientes, como le gustaban a su abuelo. Todo estaba en el lugar que tenía que estar. Cuando terminó, pidió la cuenta y se fue. “¡Que tengas un lindo domingo!” se despidió amablemente el mozo. Y ella, avergonzada, le respondió con una sonrisa.

María, en vez de volver a su departamento, decidió caminar. “¿Que puedo almorzar hoy?”, pensó.No puedo seguir comiendo en bares. Tengo que encontrar una solución” hablaba consigo misma. Caminó hasta llegar a la que sería su facultad, camino que haría todos los días. Cuando llegó, dio media vuelta y volvió por la vereda de en frente. En la próxima esquina decidió doblar y tomar un camino alternativo para llegar a su departamento. Así descubrió un mercado y su cara se iluminó. El olor a pan recién horneado la atrajo hasta la puerta. Entró con una sonrisa que ocupaba todo su rostro. ¡Buen día! dijo al cruzar las cortinas de plástico color rojo. Desde adentro se escuchó una voz muy dulce que le respondió: “¡Buen día, enseguida estoy con usted!”. Mientras esperaba le hizo una radiografía mental al lugar. Era un mercado antiguo, de esos que están en el barrio hace años, se notaba por la decoración: fotos antiguas, cortinas blancas pero amarillentas por el sol, un mostrador con una caja registradora original y dos sillas de cuero negro. Una radio sonaba de fondo, con las noticias de la ciudad. Había mucha mercadería, de todo tipo, era casi como un mini supermercado. En una esquina estaba la fruta y verdura, y en la otra la panadería. Era un sueño hecho realidad, pensó María.

Buen día, ¿en qué le puedo ayudar? le dijo el hombre.

Buen día, quiero algo para almorzar. No sé qué puede ser. Tengo un problema, no se cocinar, por lo que tiene que ser algo ya listo, que solo tenga que calentarlo cuando llegue a mi casa. ¿Usted me puede ayudar?

Si puede esperar 15 minutos mi esposa está terminando las empanadas* y se las puede llevar calientes, listas para comer.

¡Si, espero lo que sea necesario! Quiero una docena, así guardo para la cena también.

Elisa, ¿podes preparar una docena de empanadas para una niña con cara de preocupada que está aquí?

Desde adentro, otra voz dulce responde: “Si Alfonso, ahora las pongo en el horno”.

María lo mira a Alfonso y le dice: “¿Tanto se me nota la preocupación? Hace dos días llegué a la ciudad, soy del sur del país. Mis padres me alquilaron un departamento muy cerca de acá, vivo sola. La semana que viene empiezo la facultad y tengo un grave problema que es que no se cocinar, ni siquiera se hacer la compra en el supermercado”.

Pero mijita*, ¡eso no es un problema! No se preocupe. Con mi señora somos los abuelos del barrio: Alfonso y Elisa, todos los jóvenes nos conocen así. Te damos la bienvenida al barrio y a nuestro mercado. Podes venir cuando necesites algo, cualquier cosa. Nosotros estamos aquí para ayudar a todos los estudiantes que están lejos de sus casas. “Elisa!!!! grita Alfonso con fuerza ¿Podes venir un segundo que te presento a una nueva nieta? Ella es…” y se queda en silencio.

María, perdón. Mi nombre es María.

María, ¡se llama María!

Hola María, buen día. Enseguida te traigo tus empanadas.

Cuando María tuvo enfrente a los abuelos no lo podía creer. La típica postal de pareja que hace mucho tiempo que están juntos y se nota que son felices. Ella con el pelo corto de un color rubio como el sol, la piel muy blanca, los ojos color marrón y los labios delicadamente pintados color rosa pastel. Tenía puesto un delantal celeste con flores pequeñas y un pañuelo haciendo juego en la cabeza. Él tenía el pelo color blanco, sos ojos eran tan celestes como el cielo y tenía una sonrisa hermosa. Los dos transmitían tanta paz que María no dudo ni un segundo en que los abuelos del barrio iban a ser un gran apoyo en esta nueva etapa.

No pasó mucho tiempo y Elisa le trajo sus empanadas, las envolvió con papel blanco y le dijo: “No te doy una bolsa porque están muy calientes y se van a humedecer. Te aconsejo que las lleves así”. María le pagó a Alfonso, agarró las empanadas y se fue. “Gracias por todo abuelos, fue un placer conocerlos” se despidió contenta.

Salió del mercado con el paquete en la mano y no aguantó sus ganas de comer las empanadas. Mendoza se caracteriza por ser una ciudad con muchas plazas y ella estaba justo en la esquina de una. Buscó un banco, se sentó, abrió el paquete y comenzó a devorarlas. Además de tener mucha hambre, tenía muchas ganas de probar las empanadas de la abuela Elisa. Todo mendocino sabe que si al terminar de comer empanadas tenés las manos llenas de aceite es porque estaban bien hechas. Una empanada mendocina bien hecha debe comerse de parado o sentado con las piernas abiertas, para que el jugo del relleno no manche el mantel ni la ropa que llevamos puesta. No queremos escuchar a nuestra abuela gritar: “¡Cuidado con el mantel blanco!”.

Ya era la hora de la siesta y, en Mendoza, ésta es sagrada. María decide volver a su departamento, tenía que organizar todo para comenzar la semana. Faltaba poco para su primer día de facultad. Preparó el mate y se sentó en el sillón de su departamento frente al gran ventanal que daba a la calle. Eso era lo que más le gustaba de su nuevo hogar: una gran ventana donde podía mirar afuera e imaginarse todo lo que sucedía, crear historias en su cabeza sobre las personas que veía pasar, reflexionar acerca de todo lo que le estaba sucediendo, recordar viejas anécdotas y dejarse sorprender por lo que pasaba en otras ventanas.

Argentinismos:

Ordenados según aparecen en la historia.

  • Torta fritas: Es un bocado dulce típico de la gastronomía Argentina, así como de otros países en los que adquiere diferentes nombres. Se trata de una masa redondeada y achatada que se fríe y se espolvorea con azúcar. Su gusto recuerda a los buñuelos.
  • Mate: Es una infusión hecha con las hojas de la yerba mate. Se sirve generalmente en una calabaza a la que se le denomina “mate” y se toma a través de un sorbete llamado bombilla. Es parte fundamental de la cultura Argentina como también en otros países de América del Sur como Uruguay, Paraguay, sur de Brasil y sur de Chile.
  • Mozo: Camarero.
  • Vendimia: Tiempo en el que se cosecha la uva que servirán para la producción de vino. La Fiesta Nacional de la Vendimia es una festividad tradicional de la provincia de Mendoza, Argentina en la que se celebra el esfuerzo que los viñateros llevan en sus viñas a lo largo del año.
  • Viento zonda: Es un viento argentino, seco y cálido que sopla con intensidad en la región de Cuyo y eleva las temperaturas hasta los 40º. Para los mendocinos es muy molesto porque debido a la intensidad de sus ráfagas arrastra ramas, hojas y polvo de la montaña y hasta puede provocar daños materiales como incendios o interrupción de los servicios telefónicos, por ejemplo.
  • Empanadas: Son un clásico de la gastronomía argentina. Es un tipo de pastel realizado con una masa criolla o de hojaldre rellena con una mezcla de carne, cebolla y condimentos generalmente cocidas al horno o fritas.
  • Mijita: Expresión que viene de “mi hijita”, utilizado por los mayores para referirse a una joven en una conversación.

SINOPSIS

En la Ciudad de Mendoza – Argentina María se acaba de mudar a un departamento sola porque va a dar comienzo a su carrera universitaria. La única condición que le puso a sus padres que tenía que tener el departamento en un gran ventanal que diera a la calle. Ella es una adolescente tímida, un poco introvertida y tiene miedo por esta nueva etapa que le toca vivir. Pero a la vez está muy ansiosa y entusiasmada porque es una apasionada de su carrera: el diseño industrial. No sabe cocinar, ni siquiera ir a hacer la compra al supermercado, pero hasta el momento esto no era un problema ya que vivía con sus padres. Desde ahora se hará todos los días la misma pregunta: ¿Qué puedo comer hoy? Su primera noche, cuando se tiene que responder a ésta pregunta su mente se nubla y decide ir a buscar un bar para cenar. Allí conoce a Laura, una joven con una alergia alimentaria que, en vez de desanimarla la empujó a estudiar nutrición para poder ayudar a gente con su mismo problema. Recetas en la ventana es una novela fresca y entretenida; una historia llena de personajes que se unen por el gusto por la buena comida, las recetas e ingredientes como el amor, los buenos momentos y la amistad, pero también secretos, tristeza y una tragedia.

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