A pesar de que sabía que aquella podía ser la última vez, Ariel no pensó ni un instante en las consecuencias. Segundos después dormía a la espera de que el sueño regresara a ella como tantas veces había hecho. Como el primer día, cuando la conoció.

En un primer momento pensó que se trataba de un sueño más, aunque la imagen, que en un principio había sido borrosa, con el paso de los días fue concretándose hasta convertirse en un eco que no solo veía durante el sueño, sino que la acompañaba una vez despierta. Como si la imagen fuera una puerta entornada por la que poder entrar al mundo en el que vivía aquella mujer que veía en sueños.

Un ser mitad mujer, mitad loba.

¿Qué querría de ella?, se preguntaba al despertar, durante el trayecto en metro hasta llegar al trabajo, en las reuniones del cuerpo de enfermeras, o en las guardias de fin de semana en la sala de urgencias. No sería hasta el final de la primera semana que no supo lo que aquella aparición quería de ella.

Si no me ayudas, moriré”, le dijo.

No vio ni escucho nada más, la imagen se desvaneció ante sus ojos. Algo en su interior le dijo que tenía que impedir que aquella visión se marchara y así lo hizo. Ariel corrió hacia el espacio en el que la mujer le había hablado. Recordando sus palabras saltó en su búsqueda.

Al interior de sus sueños, el mundo en el que ella vivía.

La mañana siguiente no recordaba nada del sueño, pero al ir al cuarto de baño se dio cuenta que su pijama había sido desgarrado por varias partes, sin embargo, no reparó en la pequeña marca que había en su cuello.

Los primeros síntomas de debilidad aparecieron en el trabajo, dos noches y dos sueños más tarde, durante el transcurso de una guardia de fin de semana. Dos jóvenes que conducían una motocicleta habían colisionado contra un turismo aparcado a la salida de la discoteca. Todo estaba preparado para su llegada, salvo ella. El ruido de la sirena de la ambulancia se introdujo en su cuerpo como si la fuera poseyendo lenta, muy lentamente.

Como en el principio de su sueño.

Cuando el ser mitad mujer, mitad loba la miraba.

Enseñándole una media luna…

Despertó horas más tarde. Ariel recordaba con claridad el bosque, la sensación fría del agua del lago en su cuerpo, la cueva, pero a partir de ahí todo era confuso, como en los sueños anteriores. El continuo goteo del suero la devolvió a la realidad. A la cama 2A de la habitación 111 del servicio de urgencias. Una compañera estaba sentada a su lado.

—¡Menudo susto nos diste anoche, Ariel! Creímos que habías sufrido un colapso.

Ariel no entendía aún como habían ido las cosas. Salvo por el suero y por lo que le refería su compañera, no entendía qué demonios hacía en la cama del hospital donde trabajaba.

—No hagas esfuerzos —le ordenó su compañera ajustando el manguito del catéter al ritmo usual—. Tendrías que ver la cara que puso el médico de guardia cuando vio tu hemograma. ¡Chica!, nunca había visto una caída tan drástica de glóbulos rojos como la tuya. ¿No pasaste la revisión la semana pasada?

Ariel no dijo nada.

—¿Alguna amante nocturna? –inquirió su compañera a la par que señalaba las marcas del cuello de Ariel— Deberías tener cuidado, no sólo los jefes nos chupan la sangre.

Nunca supo el tiempo que transcurrió hasta que Ariel decidió volver a quedarse dormida. La luz del sueño se deshacía en el silencio del interior de una cueva donde dormía un ser mitad mujer, mitad loba. Un silencio similar al que se producía cuando su madre le preguntaba por si tenía novio.

Esta vez el mutismo fue interrumpido por una voz femenina:

“Ayúdame…”

Y por la suavidad de unos colmillos que se hundían en su carne.

Se despertó sobresaltada. Si bien en un principio no supo dónde se encontraba, poco a poco sus ojos se acostumbraron a los ángulos y a las formas que formaban la habitación del servicio de urgencias del hospital. Intentó moverse, pero las manos de Ariel eran incapaces de responder a las órdenes que emitía su cerebro, como si su cuerpo fuera una marioneta inerte en ausencia del artista que mueve los hilos.

¿Se había enamorado por primera vez?

Ariel siempre se había negado a reconocer que se sentía atraída por las mujeres. Era una convicción subjetiva que formaba parte de ella como su promesa de no volver a fumar, de no utilizar una aplicación de móvil para encontrar pareja, o de no votar. Conocía muy bien los síntomas de la anemia. Pero era una novata en el campo de los sentimientos. Lo que recordaba a grandes rasgos era que un caso de anemia extrema podía resultar peligroso, incluso provocar la muerte. Como en el amor.

“Te necesito…”

¿Se estaría volviendo loca?, pensó antes de volver a cerrar los ojos.

Un mes más tarde, Ariel paseaba por el hospital con el alta médica y en plena forma, a tenor de los análisis sanguíneos que le practicaban semanalmente. Era viernes, las dos últimas ambulancias habían sido remitidas a trauma y hacía allí se dirigía. Nada fuera de lo común, por la hora. Una paciente aguardaba en una camilla frente a urgencias. Al pasar junto a ella, se paró a comprobar las constantes.

—Si no me ayudas, moriré –le dijo la joven antes de perder el conocimiento.

Y Ariel supo que tenía que hacer.

Etiquetas: cuento fantastico

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