Ponte en mi lugar.

Ponte en mi lugar.

Carpenter

22/06/2022

Todo el mundo tendría que probarlo. Se empieza por cobrar tarde un mes, otro, todo el año, pero te  ingresan una nómina, un mes después del vencimiento. Cuando te has acostumbrado y del barco empiezan a saltar algunos grumetes, la mujer del administrador se va en un bote salvavidas remando con una indemnización estratosférica. Le acompaña el jefe de contabilidad, capitán económico para más señas. Sin timón amenazamos ruina.

Tu caso no sale en las noticias, la burbuja ha explotado y las constructoras van a la deriva. No hay buenos samaritanos, las calles hablan demasiado.

-¡Siempre habéis ganado mucho dinero los albañiles!

-¡Señora! Soy carpintero metálico, fachadista y cristalero. Tres al precio de uno, por el salario del convenio. 1350 euros netos mensuales paga extra incluida y cuando llueve me mojo, no como los demás. Bajo el sol me bronceo por partes, es julio y corro mi propio Tour de Francia. Tengo una hipoteca, un coche de segunda mano, unos gemelos y mi mujer limpia portales. No le pise “lo fregao”.

Todo el mundo tendría que probarlo. Pones una denuncia por impago en el organismo correspondiente. Dos semanas después te dan una cita. La inspección no se va presentar en el centro de trabajo para no agravar la situación. Si el elefante entra en la cacharrería las sanciones nos harán más complicado el cobro. Entrevistan a la empresa y da su versión de los hechos. Te citan de nuevo, ha pasado un mes, una nómina más sin cobrar. Es un bache, hay mucho trabajo en cartera, tenga confianza. Les conceden el beneplácito de treinta días para comenzar a ponernos al día. Otra nómina que no llegará y van cuatro. Eres el malo de la película, no te han tratado como una denuncia anónima. ¿Para qué sirve la ley de protección de datos?

Todo el mundo tendría que probarlo. Acudes al banco a renegociar tu préstamo hipotecario. El gestor de cuentas piensa que te has llevado tu nómina a otra entidad. La ventanilla te delega a su izquierda, es la hora de los reintegros. Se lo explicas a la mesa mientras aumenta la cola. Ya no te pueden mantener las condiciones, te van a cobrar por la tarjeta sin crédito. La devuelves. Las actualizaciones acaban con la libreta. Si quieres una nueva te piden doce euros. El director no recibe. Cuando el sin salario llama a la puerta, las comisiones entran por la ventana. En el futuro los cambiaran por un asesor virtual, sobrará oficina, personal y se quedará el de la corbata. Lo prejubilaran a los cincuenta.

Todo el mundo tendría que probarlo. Te has quedado sin empleo. La situación va para largo, las puertas se cierran con un “ya te llamaremos”. Otras ni siquiera se abren, eres mayor para el puesto, la crisis de los cuarenta. Seis meses después baja la prestación. Haces todos los cursillos, alguna chapuza en B e incluso una oposición. No vales para estudiar, ya te lo decía tu madre. Vas a pedir ayuda a la ONG de turno. No quieres dinero, no quieres comida, quieres un trabajo. De eso no les queda, y de lo otro te dan la posibilidad de venderte el piso e irte de alquiler. Volverías al pueblo, pero no hay colegio, no hay médico, ni acceso asfaltado. La casa no tiene tejado, el huerto está yermo. Es un despoblado del Sobrepuerto.

Todo el mundo tendría que probarlo. Te acuerdas de una antigua deuda. Les vencía una letra del adosado de extrarradio. Pensaste… la familia es lo primero. Ese año tampoco te irías de vacaciones. En la mesa de Nochebuena no cabía el plato del préstamo ni el cubierto de los intereses, “tengamos la fiesta en paz” te susurraba el villancico. No es un buen momento para devolverte el dinero te dicen tras la verja de la entrada. Aparcan sus dos coches en la calle. El garaje es ahora su nueva bodega. Si se entera de algo te llamará. En su multinacional la plantilla está completa. Nunca sonará el teléfono. Las próximas navidades legumbres de bote y turrón duro de marca blanca, made in banco de alimentos.

Todo el mundo tendría que probarlo. Consigues trabajo en la hostelería. Alguien se fija en tu breve experiencia con la bandeja. Patearás la terraza de nueve de la mañana a cierre, de martes a domingo. Es temporada media. Los desayunos se juntan con los almuerzos, estos con las comidas, se unen a los cafés de la tarde, alguna merienda, cervezas en la previa, fútbol con la cena, celebran las victorias y ahogan las derrotas. Siete horas de descanso ininterrumpido entre jornadas. Llega el veranito y el lunes no se cierra. El sueldo, enemigo del convenio, las horas extras no se remuneran… no querrás tenerlo todo en la vida, para eso comes y cenas de pie en la despensa. El buen servicio te lo pagan con las propinas, pero el bote se vacía con el panadero en escena.

Todo el mundo tendría que probarlo. Las comandas en cocina marean. Les crecen los enanos, el pinche se larga a fumar por la trasera, se ha quedado sin caldo la paella, los calamares se queman. En la terraza se duplican las mesas, estarían hibernando en alguna nevera. Cambiamos la marinera por flambeado de marisco pero el cliente reniega.

-Arroz negro para la doce y me faltan unas bravas, unas rabas, dos raciones de croquetas y la sangría de la cuatro.

Las chicas de la veinte piden más pan, dos cubiertos y sus correspondientes cañitas, se les han adosado sus suegras.

-Niño no te olvides de lo mío, o te pongo una mala reseña. Me he quedado con tu nombre.

-¿Cuál?.

-El de tu jeta.

-Caballero podría ser su padre, en la terraza está prohibido fumar y si me haces el favor me despejas la mesa y pagas en la barra. Llevas dos horas con la misma cerveza y tengo una reserva.

Tendrías que probarlo, pero no apetece ni escucharlo. Cambias de canal, tú te lo has currado… o no.

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