Casi es la hora y mi impaciencia hace que los segundos se recreen en su avance por el reloj. Mientras reviso mi billete de avión a Venecia, pienso que te mataré si no llegamos a ver la ciudad antes de que el agua la engulla.
Ocho en punto y no tengo red, el taxi tampoco ha llegado. Suena el teléfono fijo, descuelgo y no es tu voz la que escucho, pero dice que ponga la televisión. Sólo leo los titulares antes de que todo se vuelva negro “11 de marzo. Atentado terrorista en la estación de Atocha”.
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