La Tacita de Porcelana

La Tacita de Porcelana

Victoria Buenache

03/03/2018

La acribillaron a tiros. Una intensa lluvia de cristal inundó el Café de la Luz. Millares de agujeros nacían sin cesar en el tapizado de madera. Ruido metálico. Olor a bosque quemado. Veinticuatro segundos, luego silencio, astillas, sangre, y La Tacita de Porcelana, marcada con el carmín rojo de sus labios, intacta en la mano muerta de Margot Lancí. Era ocho de enero de 1946. Amanecía. La nieve no daba tregua al pueblo de Barum desde año nuevo. A dos kilómetros de allí en el Bosque Lisvet, dos niños de tres y seis años esperaban a que Margot Lancí los salvara de su cruel vida.

El asesino, enmascarado, corrió hacia su furgoneta, arrancó y tuvo que esquivar a Miguel, que subía asfixiado por su peso la cuesta de Barum. Todas las caras que se asomaron por las ventanas de las casas al oír la metralleta, estaban ya presentes frente al Café de la Luz. Petrificadas y en profundo silencio. Miguel los apartó a brazadas. Paró en seco a medio metro de la entrada del Café de la Luz. Apretó los puños, y los dos huevos que había ido a buscar al corral para el desayuno de Margot Lancí se estrellaron en sus manos.

Dejó de nevar. El Sol se levantó del horizonte y apareciendo por la cuesta de Barum, derramó un haz de luz sobre la Tacita de Porcelana. Josefina la Costurera, gimió profundamente y se quedó con la boca abierta. Se escuchó el primer llanto. De Ruth aferrada al cuerpo de Jan, su marido y mano derecha de Margot Lancí. La gruesa voz de René el Médico de Barum, irrumpió para indicar a Miguel que debían llamar a la Comisaria de Norgen. Pero Josefina la Costurera levantó la voz.

— ¡Esto es un milagro! ¡Mira la tacita de mi niña sin un rasguño y el rayo del Señor iluminándola! ¡Es el alma de mi Margot!

Miguel avanzó despacio. Atravesó la entrada del café y llegó hasta el cuerpo de Margot Lancí. Se agachó hasta poder observar la Tacita de Porcelana frente a frente. Aún desprendía el vapor del café. René el Médico soltando aire por la nariz y sin parar de negar con la cabeza, insistió en irse a llamar a la Comisaria de Norgen.

— ¡Quieto ahí matasanos! —. Le impuso Miguel y se incorporó despacio. Subió y bajó sus manos del mentón a la frente, frotándose la cara varias veces. Restregó sus ojos compulsivamente. Dejó caer sus brazos y gritó desde las entrañas. Era la primera vez en su vida que gritaba.

—Ya no hace falta que llame a nadie doctorcito. Thor acaba de despertar a todos los comisarios del mundo— Susurró Monic la Morena al oído del médico, René.

— ¡Sinvergüenza!—Insultó con su gruesa voz a la encargada de la despensa de Barum.

—También habrá que dar hoy de comer a los paliduchos, digo yo. Así que a calmarse doctorcito y cada uno a lo suyo— Le contestó la morena.

Miguel salió de su ensimismamiento, se giró y se dirigió a grandes pasos al pequeño almacén al fondo del Café de la Luz. Cristales crujían a cada pisada. Escuchó el gemido de Cacao, su perro labrador, que salió de debajo de la barra del café y fue directo a la pierna derecha de su amo. Miguel le llenó de besos la cabeza y rompió a llorar en silencio. Continuo hasta la despensa, abrió el segundo cajón de una alacena y cogió un mantel. Regresó hasta la Tacita de Porcelana y dejándola visible, tapó el cuerpo de Margot Lancí.

Miró a la calle. Su Café de la Luz seguía en pie gracias a las cuatro gruesas vigas de madera de abedul que hace ochenta años talara en el Bosque Lisvet su padre. Y más allá de los travesaños, los siete únicos habitantes de la cuesta de Barum. Su única familia, quietos y esperando sus órdenes. Salió a la calle pulverizando cristales con cada pisada. Josefina la Costurera y Monic la Morena, entraron corriendo en el café bordeando a Miguel.

— ¿Cuántos niños tocaban hoy? ¿Alguien lo sabe? — Preguntó Miguel.

— Dos Capitán. A las nueve. En el Bosque Lisvet. Debería ir ya a por ellos… — Jan se desembarazó de su mujer Ruth y corrió al interior del café. No veía el momento de entrar a mirar el cadáver de su amada líder.

René el Médico, dio la espalda a todos y comenzó a andar apresurado hacia arriba de la cuesta de Barum. Hacía su casa de fachada azul.

— ¡Que no vas a llamar a ni dios carajo! ¿Me escuchas con tus dos orejas de escuchar? Esto lo escondemos aquí. Esto es cosa de nosotros — Le increpó de nuevo Miguel.

— ¡Pero qué locura es ésta! —La muerte de Margot Lancí no será suficiente para esos criminales. Esperan la notificación a la Comisaria. Si no llamamos vendrán y Barum no será más que un pueblo lleno de cadáveres. ¡Entre en razón! No sea necio por favor Don Miguel.

— Entra tú ahí y mira esa tacita, pero con tus dos ojos de mirar bien ¡Eh! ¡Entra te digo! ¡Eso es una anormalidad carajo!

René el Médico entró en el Café de la Luz refunfuñando y negando una y otra vez con la cabeza. Al entrar, encontró a Monic la Morena levantando con aprensión una y otra vez, la parte del mantel que cubría la cabeza ensangrentada de Margot Lancí. La Morena vencía su asco y volvía a intentarlo. Mientras tanto Josefina la Costurera, ojos cerrados y manos en plegaria, no dejaba de gemir “¡Mi niña Margot, mi niña!” balanceándose con los dos pies muy juntos. Jan, mano derecha de la Señorita Lancí, iba y venía dando zancadas y soltando improperios de la barra de madera agujereada del café, al cuerpo sin vida de su líder. Su mujer Ruth seguía en la calle tiritando.

Miguel se acercó a Ruth y la besó en la frente. Frotó su espalda con sus grandes manos y la atrajo hacía el interior del café. Ruth, que no había dejado de llorar, hizo un quiebro e intentó salir corriendo en dirección a su casa, hacia el medio de la cuesta de Barum. Cacao ladró. Miguel no la dejó ir. Mirándola con cariño rogó a “Ruthi” que le acompañara. “Voy a necesitarte pequeña” le dijo. Ella agachó la cabeza y sintió que su estómago se salía por la boca. Comenzó a dar arcadas, vomitó y se desmayó. Miguel voceó a Jan su marido, que corrió hasta el Capitán y recibió sus tres órdenes.

Primero: “Lleva a casa a tu mujer; despiértala y dale un par de sopapos, si hace falta muchacho; métela en la cabeza que tiene que estar lista en menos de una hora para enterrar a la Señorita Margot Lancí y hacerse cargo de los paliduchos”. Segundo: “Recoge a esos dos inocentes del bosque más rápido que un águila muchacho”. Y lo tercero que le dijo fue: “Antes de que llegue la noche tenemos que arreglar este sin dios en el café y no cuento con el tiquismiquis del matasanos, así es que ponte alas”. Jan asintió a todo con la cabeza, recogió de los brazos de Miguel a Ruth su mujer, y salió surcando la nieve hacia el medio de la cuesta de Barum. Hacia su casa de fachada verde.

Miguel volvió al interior del Café de la Luz con Cacao siempre a su derecha. Lo que escuchó nada más entrar, le hizo recordar a los teatreros que estuvieron en la cuesta de Barum el año anterior: La ignorancia es el mal mundo. Intentó olvidar ese pensamiento, “¿Era julio? ¡Qué más da carajo!”. Les ayudaron a reconstruir las cinco casas que aún hoy constituían el pueblo. “Que bien nos vendría hoy esa panda de locos”. Una mañana mientras él, Margot Lancí y sus cómplices se afanaban en pintar las fachadas de colores, aparecieron en la cuesta de Barum cantando. Miguel no sabía en qué idioma. Se instalaron en la orilla del lago, al final de la cuesta de Barum. Esa noche encendieron una hoguera y una melodía de violín, guitarra y cascabeles, resonó entre las dos montañas que abrazaban el Lago Tiny.

Estaban todos juntos en el Café de la Luz terminando la cena que Monic la Morena les había preparado, exhaustos por el día de trabajo, cuando René el Médico insistió en que debían bajar al Lago Tiny a ver quiénes eran aquellos individuos, preocupado por la posibilidad de que fuesen una banda de malhechores. Margot Lancí, que soltaba una carcajada cada vez que el médico hablaba, dio un último sorbo al café de Su Tacita de Porcelana y le contestó que era una idea genial que aquel día acabase con un baile. Y se dispusieron a bajar al lago a descubrir a los “hombres malos del doctorcito”. Todos, menos Josefina la Costurera que “ya estaba de vuelta”. Dijo que recogería la mesa, se encargaría de cerrar el Café de la Luz y luego hablaría con Dios un rato. Que más falta le hacía al Señor escuchar sus súplicas que la música de unos herejes.

Llegaron al final de la cuesta. Atravesaron dos metros de prado y pisaron la arena del Lago Tiny. Se detuvieron en seco, menos Cacao, que moviendo la cola a una velocidad que jamás hubiera podido imaginar Miguel, iba y venía de la hoguera a su amo ladrando y saltando como si le hubieran poseído diez mil garrapatas.

“Hombres malos bañándose en pelotas”, eso es lo que vio Monic la Morena, que corrió hacía el agua mientras se quitaba los pantalones dando trompicones. Margot Lancí que ya llevaba un par de minutos dando palmas, se acercó despacio a los artistas sorprendida de la presteza con la que una jovencita tocaba el violín. Ruth agarrada al brazo de Jan, echó una mirada al grupo de teatreros y volvió la cara para observar la reacción de su marido. Él intentaba soltarse sutilmente del brazo de su mujer y seguir a Margot Lancí. René el Médico parloteaba sin cesar a “Don Miguel” agarrándole por el hombro.

—Le exijo que como primer habitante de Barum y en cualquier caso responsable del pueblo, les diga a esos indecorosos, vagos y maleantes que no sirven para nada provechoso a la humanidad, que recojan sus bártulos y se vayan inmediatamente. Además, debe llamar al orden a la Señorita Lancí y pedirla respeto. Nos encontramos aquí en pos de una misión, que por si Usted no es consciente todavía, nos puede llevar a la muerte y requiere de una seriedad y un compromiso que estoy dispuesto a aceptar solo, y sólo sí… — Miguel le cortó.

— ¡Que te calles carajo! ¿Pero tú ves con tus ojos de mirar bien, a ese mojigato sosteniendo con los pinreles y dando vueltas en el aire a esa chiquilla? ¡Que se retuerce como si no tuviera huesos la muchacha!

— ¡La ignorancia es el mal mundo!

Esa es la frase que escuchó Miguel salir de la boca de René el Médico, por primera vez en su vida, la noche que los teatreros llegaron a la cuesta de Barum y que por segunda vez y no menos importante para él que la primera, escuchó al entrar en el Café de la Luz de la misma boca, frente al cadáver de una mujer al que él admiraba y quería. Una frase que desde la primera vez, le había hecho preguntarse, una noche detrás de otra, con pesar, si él, que nunca había estudiado nada, era culpable de las desgracias de alguien. Él, que casi no sabía leer. Él, que en uno de sus viajes, siendo un joven vigía nocturno, uso un pequeño libro religioso que su madre le había dado antes de partir, para prender una pequeña hoguera y no perder congelados los dedos de sus manos. Si en verdad, también él debía ser condenado por el mal que recibían esos niños indefensos a los que Margot Lancí libraba de las maldades del orfanato de Norgen.

No. Él no era culpable de nada de eso. Salió de sus pensamientos y avanzó decidido a responder, por primera vez, sobre ese asunto de la ignorancia y el mal a René el matasanos. Pero justo en ese momento, Josefina la Costurera caía arrodillada ante la Tacita de Porcelana, gritando ciego una y otra vez al médico. Monic la Morena, agarró a la costurera por los sobacos intentando levantarla y diciéndola que se iba a clavar cristales en las rodillas. Miguel que iba directo al médico, cambió de rumbo y se dispuso a ayudar a Monic la Morena que no podía con los setenta y seis quilos de su hermana Josefina. La pusieron en pie. Miguel la ordenó abrir los ojos “¡Cuánta mojigatería nena carajo!”. René el Médico corrió a coger el único taburete que quedaba en pie cerca de la barra y se lo acercó a Miguel, que sentó a Josefina sobre él como quién coloca a una muñeca de trapo en una estantería. Josefina la Costurera se dobló hacia delante mascullando sin sentidos. Monic la Morena recogió uno a uno los brazos colgantes de la costurera y se los colocó sobre las piernas. Después resopló, miró a Miguel y cuando se disponía a decirle que ella se iba a la despensa a preparar la comida del día, Miguel habló:

—Hay que empezar por limpiar esto ¿vale morena? El muchacho está a por los niños y espero que Ruthi no tarde en volver. Si le parece bien al señor médico, — dijo sarcásticamente— me ayuda a poner el cuerpo de la Señorita Margot Lancí sobre la barra. Cuando el muchacho esté aquí cavaremos, ya veremos dónde, y la enterraremos. Y sobre lo que pasa con esta tacita, pues… Ya veremos qué pasa con esta tacita. De momento voy a cogerla y a guardarla en la alacena.

Al oír la palabra tacita, Josefina la Costurera se incorporó de un brinco, abrió bien los ojos y se colocó a la izquierda de su hermano, a la derecha estaba Cacao. René el Médico se cruzó de brazos y se puso al lado de Josefina. Monic la Morena, se colocó al lado del perro. Atentos, Miguel se dispuso a separar con cuidado la Tacita de Porcelana de la mano de Margot Lancí. Pero no había manera. La Tacita de Porcelana seguía aferrada a tres dedos de Margot Lancí. Un par de tirones suaves. Nada. Un tirón más fuerte y apareció el antebrazo agujereado de Margot Lancí. Monic la Morena se apresuró a coger el mantel y a taparlo con rapidez.

— ¡Con hilo de seda te remiendo yo cada agujerito mi niña! ¡Ay mi niña, todo el cuerpo, todito el cuerpo te lo va a remendar tú Fina!— dijo Josefina la Costurera entre sollozos.

René el Médico pidió a “Don Miguel” que le dejara intentarlo. Echó un ojo al reloj de cuerda que le regaló su viuda y susurró, “No es posible aún el rigor mortis. Cuarenta y cinco minutos escasos desde la muerte. Inconcebible”. Lo intentó. Nada. No había manera. Era algo irracional. Se dio cuenta además, que el café de la tacita estaba congelado, pero calló su observación. Miguel apartó al médico y mirando con atención la Tacita de Porcelana, pensó que si había que cortar por la muñeca se cortaba y punto. Entonces encontró la mirada de su hermana Josefina. La costurera tenía los ojos inyectados en sangre. Le miraba como empezó a mirarle desde que podía recordar siendo un niño, leyéndole el pensamiento. Un escalofrío recorrió el cuerpo de Miguel. Cacao ladró.

Jan el muchacho, apareció en la puerta del Café de la Luz con una niña en brazos y un niño a su izquierda. Y el silencio se apoderó de la cuesta de Barum.

SINOPSIS

Margot Lancí, diplomática y enfermera del gobierno, junto a su amante el coronel Frank Mören, presencian el asesinato a sangre fría de un niño en un callejón cercano al orfanato de Norgen. Conmovida, Margot Lancí decide elaborar un plan para liberar y dar cobijo a todos los niños que le sea posible, apoyada por su amante. Busca concienzudamente a sus cómplices y un lugar cómo base para la organización, Barum, pueblo escondido en el Bosque Lisvet a las afueras de Norgen, la capital. Su objetivo se concreta y se pone en marcha felizmente. El Café de la Luz es el corazón de Barum. En él, se reúnen y elaboran los pasos a seguir cada día; comen, viven… La mañana del ocho de enero de 1946, Margot Lancí es asesinada en el café. Su mano sujeta una Tacita de Porcelana, que intacta ante los impactos de metralleta, hace que los seis únicos habitantes de Barum sus leales colaboradores, pongan en duda la realidad, su compromiso con los huérfanos, sus convicciones y la continuidad de la vida en la cuesta de Barum.

ARGUMENTO

La Tacita de Porcelana es una novela que aborda la discordancia humana ante una situación caótica e inexplicable, vista desde el valor, la razón, la fe, el amor, los celos, el desinterés, la ignorancia, el humor… encarnados en los personajes. La pérdida de sentido vital sin un líder y el problema que esto origina respecto al objetivo común que les une. Una novela donde la intimidad se desnuda, la realidad se distorsiona, y dominan el secretismo y el misterio.

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