Hace mucho tiempo, en el palacio Arwell, vivía una joven de 17 años llamada Annelise, que debido a la muerte de sus padres a causa de una enfermedad, se encontraba viviendo sola en una pequeña pero pintoresca casita.
Era una joven y talentosa zapatera, pues su padre le enseñó dicho oficio desde que era muy pequeña, y al caer sus progenitores enfermos, Annelise tuvo que encargarse sola de la zapatería de sus padres, cosa que continuó haciendo meses después de sus muertes, pues no solo era su sustento, sino también la manera más efectiva para sentirse conectada con ellos aún después de su partida.
Annelise vivía en una profunda tristeza, se sentía sola y anhelaba profundamente encontrar el amor verdadero, alguien que le diera color a su vida luego de su trágica pérdida, pero aún así, la joven mantenía una gran sonrisa y amabilidad para atender a sus clientes y nunca salía de su hogar.
Un día, un misterioso joven llegó a la zapatería de Annelise. Su rostro casi no se distinguía, pues usaba una capucha blanca sobre su cabeza y vestía una ruana algo vieja y descolorida.
El muchacho compró un par de zapatos marrones muy elegantes y brillantes, dicho calzado había sido elaborado inicialmente por el padre de Annelise, pero lastimosamente, el hombre murió antes de terminar su tarea, por lo que su joven hija se encargo de terminarlos.
Con pesar, la chica vendió los zapatos a aquel extraño joven, pues este había dicho que quería usar zapatos igual de elegantes que los que solía usar, pero mucho más cómodos y ligeros.
Por alguna extraña razón, este chico continuó visitando la zapatería de Annelise por varias semanas, comprando siempre zapatos elegantes y cómodos y luciendo siempre el mismo atuendo.
La chica zapatera no sabía quien era dicho joven, ni siquiera había visto bien su rostro, pero platicar con el cada vez que la visitaba, había llenado de color nuevamente la vida de Annelise, al menos por el instante que duraba su compra.
Un día, Annelise se encontraba fabricando zapatos, y mientras realizaba su labor, recibió la visita inesperada del muchacho, quién pidiendo perdón por interrumpirla, preguntó por su nombre.
Con algo de nerviosismo, Annelise le reveló al amable chico su nombre, y por primera vez, este le reveló su rostro a la zapatera.
Era un chico joven, apuesto y sonriente, con ojos negros brillando de felicidad.
Elián, el príncipe de Arwell, se había presentado ante la dulce Annelise, quien en un principio no era capaz de creer lo que ocurría.
Elián era un chico dulce, pero con una realidad algo complicada; sus padres pensaron que ya estaba en edad de casarse, por lo que lo comprometieron con una joven princesa de otro reino cercano, pero el joven no la amaba y sabía que no sería feliz si se casaba con ella.
Annelise logró entender a Elián y empatizar con el, ambos se hicieron amigos y cada fin de semana, el príncipe visitaba a Annelise a escondidas para platicar sobre sus vidas, logrando una conexión demasiado profunda entre ambos.
Para Elián, su relación con Annelise se había convertido en un medio de escape de su realidad, y para Annelise, hablar con Elián era una distracción de su triste vida sin sus padres, el entendía perfectamente su dolor y ella el de el.
Un día, Elián de repente dejó de ir a ver a Annelise, por lo que la joven, sin saber nada de el, estaba muy preocupada, pero un día logró entender todo.
La zapatera recibió un comunicado de los reyes de Arwell, padres de Elián, en el que le pedían a Annelise visitar personalmente el castillo para tomar las medidas de los pies de la familia real y así elaborarles un bonito calzado para la boda del príncipe.
Al leer esto, el corazón de la chica se arrugó, finalmente había entendido la razón de la ausencia del chico: Su boda se acercaba.
Por una parte, Annelise sabía que esto eventualmente pasaría, sabía que Elián se casaría con una princesa y no con ella, pues después de todo, ella solo era una zapatera mientras que el era un príncipe, pero aún así, la joven tenía una pequeña esperanza de poder casarse con el chico y vivir juntos para siempre, cosa que ya no pasaría.
Llegó el día de la visita.
Los reyes de Arwell recibieron amablemente a Annelise, aunque se sorprendieron mucho por su juventud.
La chica tomó las medidas de la familia real, ante la triste mirada del príncipe. Elián era consiente de lo que pasaba en los corazones de ambos, por lo que los dos chicos se encontraban tristes y un poco incómodos.
La visita terminó, la zapatera prometió entregar los tres pares de zapatos en una semana.
Cuando se disponía a partir, la muchacha fue abordada por el príncipe, quien le dijo lo mucho que la amaba, y con incertidumbre pero con decisión, dijo que encontraría la forma de romper el compromiso que tenía para casarse con ella.
Entre lagrimas, Annelise le confesó lo mucho que lo extrañó y lo mucho que lo amaba y por supuesto, dijo que quería estar con el.
Ambos se despidieron con un cálido primer beso.
Después de una semana, Annelise regresó al castillo para entregar los zapatos ya terminados, encontrándose con una grata sorpresa.
Ante la gentil mirada de aprobación de los reyes, el joven Elián le propuso matrimonio a la chica zapatera.
Elián había hablado con sus padres, confesándoles sus escapadas a escondidas al pueblo y el acercamiento que tuvo con Annelise, revelándoles que la amaba y quería estar con ella, cosa que sus padres ya sabían, pues conocían muy bien a su hijo y habían visto como miraba a Annelise durante su primera visita en el castillo.
Los reyes le permitieron a su hijo romper su anterior compromiso para casarse con Annelise, pues para ellos, la felicidad de Elián era lo más importante.
Fue así como los jóvenes se casaron, convirtiéndose Annelise en una princesa y viviendo juntos y felices.
Annelise nunca dejó de hacer zapatos para todos en el reino, pues era una de las cosas que más la hacían feliz, y gracias a Elián, logró recuperar la felicidad que la había abandonado con la muerte de sus padres.
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