1. EL DESPERTAR

Las pisadas que seguían el camino a sus espaldas iban cogiendo cada vez más velocidad, acortando el espacio que separaba a la joven de aquél extraño personaje que le acechaba. Tras un intento fallido de tratar de averiguar quién era su perseguidor, tropezó con una roca y cayó directamente al suelo, lo que le obligó a levantarse rápidamente, todo lo rápido que puede uno levantarse ante una situación tan azarosa. Una vez en pie, una mano alcanzó su brazo y lo agarró con fuerza, pero el agresor se vio obligado a soltar a su presa cuando abrió la boca para asestarle un certero mordisco a la altura de la muñeca, provocándole un alarido desgarrador, lo que le dio unos segundos de ventaja que sin duda debía aprovechar. Aún en este momento, el rostro del encapuchado seguía a cubierto y ella pudo ver, en un instante, como las gotas de sangre se abrían paso hasta los dedos del desconocido, tiñendo por completo de rojo el anillo de oro que portaba en el dedo anular, un anillo cuya insignia le resultaba más que familiar. El desconocido era grande y muy fuerte, pero sus movimientos eran lentos y torpes, una cualidad que sin duda no podría competir contra la agilidad y ligereza propios de cada paso que daba ella. Dotada de una figura esbelta, cada atributo de su cuerpo estaba perfectamente cuidado, como si de una escultura tallada a mano se tratara. Los finos rasgos de su cara parecían que estaban hechos de porcelana; la tez de su rostro era clara, decorada con pecas a cada lado de sus pómulos que la dotaban de una dulzura encantadora, la misma que recorría por la comisura de sus labios. Su nariz seguía una forma perfecta, que desembocaba en sus dos ojos grandes y oscuros. Su pelo, negro como una noche sin luna, se erguía recogido en una coleta que se tambaleaba de hombro a hombro por cada zancada que daba. Se podía decir que su belleza era infinita, pero no era, ni mucho menos, su cualidad más poderosa. Siguió corriendo hasta que consiguió zafarse de su enemigo, perdiéndose entre la oscuridad del bosque…

La pálida luz proveniente del techo de la cafetería dio lugar al nuevo escenario, dejando atrás el vivo recuerdo de lo ocurrido. Ahora, lo que antes era una grotesca escena repleta de tensión, se había convertido en algo totalmente distinto. Cuando Michael logró despertarse del todo, dio un sobresalto sobre la mesa en la que yacía dormido hace unos instantes, golpeando con el antebrazo la taza de café, ya frío, que acabó derramado por todas partes.

-Chico, ¿estás bien? -preguntó la camarera.

-¿Eh? – él titubeó, desplazando la mirada de nuevo sobre la taza hecha mil pedazos en el suelo- sí, sí, yo… lo siento mucho, de veras.

-Bueno, no te preocupes… son cosas que pasan a diario. ¿Quieres que te traiga otro?

-No… yo…no, gracias.

El bullicio formado por la gente de la cafetería hizo que Michael levantara la cabeza para lograr entender dónde estaba, era la primera vez que se despertaba tan desorientado de un sueño. Pero eso no era lo que realmente le preocupaba, sino el hecho de que no era la primera vez que soñaba con aquella chica. Años atrás, de niño, ella se le aparecía cada noche impidiendo que el pobre chico fuera capaz de conciliar el sueño más de tres horas seguidas, pero apenas era otra niña de la misma edad de Michael, de unos seis o siete años. Ahora ella también había crecido. Su padre, un borracho empedernido cuya única compasión la ahogaba en una botella del whiskey más barato que jamás uno pudiera encontrar, nunca había hecho caso al pobre Mike cuando acudió a él, despavorido por los repetitivos sueños que no lograba entender; las únicas palabras que salieron de su boca fueron duros insultos hacia su hijo, que ya formaban parte de la horrible pesadilla que tenía que vivir el crío. “Por lo menos, siempre consigo despertarme del sueño, y ella nunca me ha hecho nada malo” solía pensar para normalizar la situación. Al pequeño le tranquilizaba el hecho de que aquella niña que aparecía en sus sueños también sufría como él, no entendía por qué, pero lo sabía. Era como una conexión, cuando soñaba con ella se transportaba a sus ojos, sus oídos, a su boca. Era capaz de oír todo lo que decía, de saber si estaba bien o estaba mal y cada día le venía a la mente, quería conocerla, ya que era la única en quien podía confiar. Años después se lamentaba de que todo fueran sueños de un niño y todo quedara en el olvido.

Desde pequeño había mostrado continuamente impresionantes habilidades psicológicas, como un enlace peculiar con el entorno o con otras personas; era capaz de ver cosas que otros niños no veían, podía entender lo que pasaba y por qué pasaba en cada momento, incluso en ocasiones podía prever cosas que no habían ocurrido aún, para él era como una intuición, pero en realidad era algo mucho más extraordinario que eso. Él tenía un don, una semilla latente en su interior que se iba desarrollando a la par que se iba haciendo mayor. A los nueve años estaba tomando un vaso de leche en la cocina del viejo apartamento donde desgraciadamente convivía con su padre -si a una persona como ésa se le podía atribuir un cargo tan importante-, cuando pudo ver algo, una especie de visión que le nubló la vista por un corto instante e hizo que se le cayera el vaso al suelo. En ese corto momento pudo ver muchas cosas, vio a su amigo Richard cayendo de su bicicleta, fracturándose la muñeca; vio al equipo de fútbol de su colegio perder el campeonato; pudo ver cómo abrazaba y besaba a Rosa, la hija de los vecinos de su mismo bloque y también pudo ver cómo su padre se sacaba el cinturón para azotarle con la hebilla como castigo por haber tirado el vaso de leche al suelo. Sorprendentemente, cada cosa que vio se hizo realidad, pero no había ningún orden cronológico similar entre lo que había visto y la realidad. Asimismo, ese ansiado beso con Rosa no se dio hasta pasados cuatro años, cuando ambos tenían trece; no tuvo tanta suerte cuando descubrió que el injusto castigo de su padre tuvo lugar cinco minutos después de haberlo visto, sin darle tiempo apenas a reaccionar.

En un principio, le asustaba la idea de ser diferente al resto, ser un “bicho raro”. Siempre había tenido una madurez mucho más desarrollada que cualquier niño de su edad, pero en él vivía algo totalmente distinto, algo que no comprendía y que se le escapaba de las manos… y no podía saberlo nadie, sobre todo no podía saberlo su padre.

La madre de Michael murió en el parto y él le odiaba por eso, no pasaba un día sin que se lo recriminara. “Tú, niño asqueroso. Tú mataste a tu madre”. Definitivamente el hecho de que ella no estuviera ahí había marcado los primeros catorce años del chico, hasta que un día el borracho de su padre decidió que ya no quería seguir con su lamentable vida y lo encontraron muerto en su vieja furgoneta, con la tapa de los sesos esparcida por el techo del vehículo y el instrumento suicida colgando de su mano derecha. . Los agentes lo tuvieron claro, respaldados por las evidencias forenses. Un varón, de unos cincuenta años, ebrio como una cuba, con un posible marco depresivo que decide meterse un revolver del 38 en la boca y apretar el gatillo. Los siguientes cuatro años estuvo bajo responsabilidad de los servicios sociales, y con dieciocho años decidió cruzar el país para irse a vivir con el único familiar que le quedaba, su tía materna Arianna. En los estudios, Mike siempre había destacado por encima de la media de cada instituto por el que había pasado, obteniendo el graduado escolar con una nota honorable que sirvió para que le concedieran una beca en una de las mejores universidades del país, en el condado de Sallow. Su paso por la facultad había sido un paseo para él y se licenció de la carrera de psicología a la edad de 23 años. Ciertamente, su calidad de vida aumentó de una manera considerable a partir de la adolescencia, y en los diez años siguientes a la muerte de su padre no había vuelto a soñar con “ella”, ni siquiera volvió a tener las premoniciones, cosa que no le habría venido nada mal en ciertas ocasiones… ¿Qué persona en su sano juicio no querría tener ese tipo de visiones para poder ver lo que cambiaría o no su destino?… “una persona normal, quizás.” Pensó. Por lo tanto, podía decir que era un chico totalmente normal, con un pasado oscuro y confuso, pero normal. Ahora, con veinticuatro años volvía a soñar con esa chica y volvía a hacerse la misma pregunta que le atormentaba desde pequeño: “¿quién carajo es ella?” Y lo más importante, “¿por qué se vuelve a aparecer? ¿Quién demonios es el hombre que va detrás de ella?” Sean cuales sean las respuestas a sus interminables preguntas, no las iba a encontrar en aquella cafetería de mala muerte. . Él sabía que los sueños no iban a desaparecer nunca, por lo que se propuso algo que nunca se había planteado: iba a dedicar todo su esfuerzo a encontrarla, porque por primera vez estaba convencido de que era real. Por primera vez quería demostrar que no estaba loco como le habría dicho su padre y como se había sentido él desde pequeño. Ahora tenía que enfrentarse a sus miedos y adentrarse en un mundo nuevo, desconocido, un mundo donde era difícil diferenciar entre el bien y el mal, entre lo real y lo imaginario… Hundió la mano hacia lo más profundo del bolsillo de su cazadora y sacó un billete, se lo entregó a la camarera y se esfumó de la cafetería.


SINOPSIS

El joven Michael, que desde pequeño había mostrado un sorprendente don, era capaz de muchas cosas y era consciente de ello. Pero ni siquiera él era capaz de saber todo lo que podía hacer, algo que iría descubriendo poco a poco. Intrigado por el regreso de la chica que llevaba toda su vida apareciendo en sus sueños, el chico necesitaba aceptar la propuesta que le planteaba una vez más su destino: adentrarse en la búsqueda de la verdad, en el origen de sus peculiares dotes y sobre todo en la búsqueda de esa chica. Así conocería un mundo nuevo, repleto de magia, fantasía, amor, acción… una gran conspiración que abraza la trama de la novela y que acompañará a los personajes en este largo viaje, en el que la ficción se mezcla con la realidad.




Tu puntuación:

URL de esta publicación:

OPINIONES Y COMENTARIOS