Las nubes tienen forma, el futuro no

Las nubes tienen forma, el futuro no

Clark Peterson

21/03/2022

Estoy tirada con una amiga en la loma que da a Av. Del Libertador, al lado de la flor de metal junto a la facultad de derecho. Con Lorenza nos habíamos amigado después de una típica pelea de jovencitas rencorosas y un domingo a la tarde habíamos quedado en encontrarnos ahí, para ver el atardecer y todo eso. Ese día me levanté con la idea de verla y que me contara del destrato que había tenido con su novio, un tipo cincuentón que ni daba. No sé qué vería ella en el tipo, porque ni plata tenía. La había entusiasmado el halo que tiene al hablar, una voz gruesa que retumba. Eso sí tenía a su favor, una se sentía encantada por esas volutas de humo que hacía con el cigarrillo, tenía una forma de hablar haciendo volutas que no podía ser de este mundo. Era hipnótico, un encantador de serpientes. Yo lo conocí una vez, en el bar Vikingo de Belgrano.

La cuestión es que veíamos pasar los autos desde la loma y Lorenza me dice “mirá el atardecer”, pero casi no se ve porque lo tapan los edificios. Apenas se alcanza a dibujar la sombra de un balcón francés recortado contra el sol. No me animo a decirle que no lo veo y solo atino a pasarle el brazo por la espalda.

“Marcos es un desquiciado” me resonó por toda la cabeza. No era la primera vez que la oí decir eso, era un deja vu constante, si esa cosa pudiera existir. Toda la secuencia, la del sol, la de Lorenza hablando, el balcón francés, de la embajada, el embajador, las volutas de humo la voz gruesa y de contrabajo, todo se me sucedió como una película, pero de diapositivas estáticas, que sólo duraban unos segundos y luego pasaban a la otra, como los proyectores cuando éramos chicas.

Lorenza y yo somos amigas desde que la vi el primer día de primer grado en el Santísimo Corazón de Jesús, se me acercó y casi que me golpeó el hombro. Soy Lorenza, había dicho, con voz que delataba urgencia de amistad. Tenía prolijas trenzas y unos anteojos culo de botella impresionantes

Desde esa niña a un: “Marcos es un desquiciado”. ¿Qué rápido que pasó todo no? Es increíble. El manto del tiempo nos cubre a todos, como el puñado de nubes que nos tiraba una lluvia de verano.

Me imagino a este Marcos encima de ella sudando los whiskeys que se tomó y me da arcadas. Lorenza siempre salió con tipos más grandes, más «armados frente a la vida» como decía ella. Deseo ser como ella, si, si me sincero apenas por unos segundos queda evidente el juego mental al que me estoy sometiendo.

Me pica la espalda por estar acostada en el césped y me recuerda a la casa de mi padrino Carlos que nos tirábamos con mis primos a mirar las estrellas. En mis recuerdos era un bosque. Todo en la infancia parece más grande, así que para mí era un bosque frondoso, con peligros a cada paso. Nunca volví a la casa de mi padrino, pero mi recuerdo era de libertad, corretear entre los árboles y asombrarnos. La famosa mística de la infancia.

Lorenza sigue hablando, yo le presto la oreja, pero mi cerebro está en otra parte. Qué Marcos le dijo esto, que le dijo lo otro, todo me resbala como la lluvia. Una señora con un caniche paseaba y el perro se ahorca casi hasta el punto de asfixia. No estaba acostumbrado a andar con correa. Quizás nunca se acostumbraría. Para la señora era un adorno, algo de que hablar en las reuniones con amigas y, sobre todo, alguien a quien ella podía imponer sus condiciones de ese amor, NO, SIT, STAND, ROLL.

“El sábado pasado cayó a las 6 de la mañana, no tenía ubicación en tiempo y espacio” me reí del vocabulario técnico. “Borracho y drogado. Pero después Marcos comenzaba a sollozar y a temblar y a decirme que ya no lo haría más y llenarme de besos que me cubrían toda, con esa ternura que era sólo de él y el enojo se me pasaba. Él es un buen hombre, la mamá lo cagaba a palos cuando era chiquito, una vez temblando me lo contó, estaba hecho un ovillo”.

Se hizo un silencio en el que pensé en criollitas, y una piña colada tirada sobre el piso en el departamento de Devoto. Tarareé mentalmente una canción, para pasar el momento incomodísimo.

Ahora el sol ya se escondía de golpe. Estaba viviendo la vida de ella, de Lorenza, y no me daba cuenta. Mi vieja gritándome en la plaza, mi tía que todos los domingos preguntaba por el noviecito de la nena, amasándome los cachetes como amasaba las pastas.

Ya sé, ya se, la loma y el tránsito. Y Lorenza que habla sin cesar, como conectando con una entidad paranormal. En realidad, le encantaba escucharse, tiene un narcisismo tamaño XL. Es el legado de tener padres narcisistas. Recuerdo a mi mamá hablar y hablar y hablar y cada vez escuchándome menos, hasta el punto del monólogo que me paseaba desde remedos hasta inversiones inmobiliarias y precios de alquileres. Y por supuesto, la cotización del dólar. La plata de la manutención, que mi viejo no podía, que andá a saber que está haciendo con la guita, y todo un sinnúmero de razones que alimentaban el tanque interno de resentimiento que le iba llenando la vida.

Ella no puede evitar sentirse el ombligo del mundo, ya sea para bien o para mal. Es el síndrome del «todo me pasa a mí». Y si una hizo o dejó de hacer tal cosa, esa acción tiene graves resultados en el futuro. Pero no del futuro íntimo y personal, sino el futuro de una comunidad, de una nación, del mundo. Cuando uno es joven se piensa que el mundo responde a sus conductas. La revelación de la patética finitud del humano es suficiente para quitarle las ganas de vivir a una.

La lluvia se detuvo y las nubes dejaron lugar a uno tímidos rayos de sol. La flor de la facultad de derecho cobra vida como un autómata destinado a la adoración de rey sol. Otro artilugio mecánico. Lorenza terminó de hablar y me dio un beso largo y húmedo. Era mi premio por escucharla. A veces lo hacía y yo no preguntaba, me limitaba a levantar los talones y contraer los gemelos. Me daba cuenta al día siguiente porque me dolían.

Las palabras de Lorenza brotaban sin parar, como espasmódicas, y yo me dejaba bañar hasta quedar empapada, por dentro y por fuera. Me conformaba con eso, era nuestra relación. Imaginé a Marcos como un muñeco de papel maché, porque si bien era el novio de Lorenza, en estos encuentros él era quien se quedaba afuera, el que adoptaba un rol pasivo, pero a la vez unificador. Yo le hablo bien de Marcos, le digo que aguante, que es un buen hombre, y otras cosas que sé que son mentira. Es que sin Marcos, ¿qué sería de nuestros encuentros, de nuestras charlas? Temo que se espacien cada vez más, tengo miedo de quedar en el olvido, en el limbo de una amiga más, alguien que se saluda en cumpleaños y navidades, de compromiso.

La acompañé hasta tomar un taxi. Me dio un beso en la mejilla. Yo sabía lo que eso significaba. «Hasta la próxima vez que te necesite». Le dije la dirección de casa al taxista y suspiré aliviada.

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