El nacimiento que había cada invierno, era un campo de juego. Mi preferido era el camello del Rey Mago con quien recorría las dunas del desierto naranja hundiéndose en la textura alucinante de la arena.
Una mañana desperté y vi frente a mí un frasquito con un regalo precioso de mi hija: ¡arena del desierto naranja! Y en ese instante, el recuerdo añejo se apoderó del presente. La arena cayó del frasco a mi piel y el sueño emergió como una epifanía. La visión fue inevitable: ¡Prepárate Sahara!
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