Despertó, sintió sobre su piel la brisa de una veraniega mañana, seguida inmediatamente por la fría piedra bajo su espalda. Llevó una mano a su dolorida cabeza y abrió los ojos despacio, comenzando a verse a sí mismo, observó sus brazos, fuertes, con los músculos marcados y las manos grandes, pero con un aspecto algo delicado, no parecían haberse dedicado a ningún trabajo duro. Tras unos segundos mirando sus manos, se fijó en un pequeño tatuaje en el interior de su antebrazo izquierdo, un triángulo gris, parecía muy antiguo por el poco color, se quedó un instante observándolo y de pronto una idea cruzó su mente:
-¿Qué significa este símbolo? ¿Dónde estoy? … ¿Quién soy?
Con esta última pregunta miró súbitamente al suelo, estaba sentado y semidesnudo, tenía el torso descubierto, al igual que sus brazos era musculoso y firme. Llevaba unos pantalones grisáceos y unas simples sandalias, parecían cómodas y preparadas para largos viajes.
Una vez fue consciente de su cuerpo, comenzó a mirar alrededor, se encontraba en el centro de un patio porticado, con la espalda apoyada sobre un pozo, a su alrededor no había nadie, ningún ruido, quizás fuera un edificio abandonado, pero si fuera así ¿por qué él estaba allí?, demasiadas dudas pasaban por su mente, así que decidió levantarse, logró ponerse en pie, giró la cabeza y al darse la vuelta, sobre el brocal del pozo encontró un arco y un carcaj de piel, no recordaba haber utilizado un arco jamás, pero lo cogió y sus manos se adaptaron a él cómodamente. Mientras observaba el arco y las flechas, escuchó a sus espaldas un ruido y sin saber cómo, en un instante disparó una saeta que alcanzó en pleno vuelo una naranja recién caída del árbol, ante su atónita mirada la flecha se hundió en uno de los arcos, manteniendo la fruta sujeta al astil, aún sorprendido colgó el carcaj y el arco a su espalda y acercándose a la flecha, la separó de la pared y cogió la naranja en su mano, súbitamente sintió como un hambre atroz aparecía, ¿cuántos días llevaría allí? ¿Cuánto tiempo habría pasado desde su última comida? Decidió no pensar y comenzó a comer mientras recorría con su mirada aquel patio, parecía austero, sin flores, solo el suelo de tierra y un par de árboles frutales. Seguía mirando a su alrededor y observó ventanas rodeando el patio, todas circulares y pequeñas, del tamaño de una sandía, pero ninguna puerta. Paseó acabando la naranja y encontró en una esquina una pequeña puerta de madera, abierta de par en par, se aproximó a la puerta, observando la oscuridad del interior, se quedó un segundo junto a ella esperando que se acostumbraran sus ojos.
Cuando fue capaz de vislumbrar el interior se dispuso a entrar y lo primero que sintió fue un horrible olor, un olor que revolvió su estómago, ¿carne podrida?, pensó que habría algún animal muerto e intento buscarlo. Acabó de atravesar la puerta y vio una especie de saco marrón tirado en el suelo, el olor salía de allí, así que se aproximó pensando que se trataría sin duda de comida podrida, pero cuando estuvo bastante cerca su malestar fue aún peor, el olor se agudizaba así que, sin acercarse mucho lo movió con su pie para intentar darle la vuelta y al conseguirlo su cara cambió de expresión, una mezcla entre asco y compasión se adueñó de su cuerpo, aquello era… ¡una persona!
¿Qué le habría pasado a aquel pobre hombre? Ya no parecía humano, estaba hinchado y lleno de heridas, no sabía quién o qué le habría hecho eso, pero parecía un destino horrible para cualquiera, se fijó y descubrió algo de lo que no se había percatado, el saco que le cubría no era un saco, era un hábito, aquel hombre era un monje. Se dio cuenta de donde estaba, debía ser un monasterio, pero debería haber más monjes, ¿habrían sufrido todos el mismo destino?
Se dispuso a averiguarlo recorriendo la abadía y cada vez se sintió más desalentado, en cada sala encontraba más hermanos que habían corrido la misma suerte, ¿Cómo era posible que pasara aquello en un monasterio?
Acabó de recorrer aquel lugar y su esperanza se volvió nula, ni uno solo de los hombres consiguió eludir aquel destino, finalmente encontró al abad, arrodillado junto a su lecho, con el cuerpo apoyado sobre este, por la postura parecía haber muerto rezando. Cuando se disponía a salir de la habitación vió sobre una mesa un libro, se acercó a leerlo, era latín y no tuvo ningún problema para entenderlo, aunque al igual que con el arco, no recordaba haber aprendido este idioma.
La última página contenía lo siguiente:
<<Día 14 de Julio del año del señor 1348. Casi un año ha pasado desde que la muerte negra llegara a las costas de nuestra vecina ciudad de Mesina, durante este tiempo hemos ayudado a sus habitantes, abandonando incluso nuestra reclusión en este santo lugar para asistir a enfermos y llevar alimentos, y a pesar de esto nos hallábamos todos sanos, tanto de salud como de espíritu. Lamentablemente hace unas semanas uno de nuestros hermanos enfermó y desde entonces uno tras otro, todos han caído presas de este gran mal, soy el último de nosotros que aún puede respirar, pero siento que las fuerzas abandonan mi cuerpo, he rogado a Dios que envíe una solución al mundo pero yo no veré ésta, cierro el que probablemente sea el último registro en este diario y oraré deseando que mis palabras sean escuchadas.>>
Tras leerlo soltó el libro sobre la mesa, allí no había nadie que pudiera ayudarle a recordar quién era, así que decidió salir de allí, pero antes tuvo una idea. Con esas ropas nadie se fiaría de él, así que buscó un hábito limpio, se lo puso, acomodó el carcaj a su cinturón, el arco a su espalda y se dispuso a salir.
En cuanto puso un pie fuera del monasterio, empezó a escuchar murmullos, parecían gritos lejanos, muchos diferentes, no conseguía escuchar de forma nítida, habría alguna fiesta en un pueblo vecino, no sabía donde estaba, así que siguió el camino que se abría ante el monasterio, parecía muy poco transitado, al ritmo que la hierba crecía se preveía que en poco tiempo el camino desaparecería.
Anduvo varias horas siguiendo el camino sin saber a dónde se dirigía, pero las voces se hacían más fuertes, por lo que supuso que su dirección era la acertada, sin embargo a pesar de estar cada vez más cerca, le resultaba imposible distinguir ninguna voz entre la muchedumbre. Comenzó a ver el humo de hogueras a lo lejos, por lo que se apresuró para llegar antes del anochecer. De pronto notó que una de las voces sonaba más alta que las demás, así que se centró en ella, era la voz de una chica joven, entre sollozos decía
-¿Por qué no se dará cuenta de que mi corazón es suyo? ¿No se lo he dejado claro cada vez que he tenido la ocasión?, parece estar ciego, nunca me verá como yo le veo a él, ojalá algún día Paolo se fije en que estamos hechos el uno para el otro.
Podía escuchar la voz de una forma muy clara, pero ¿dónde estaba aquella chica? Comenzó a buscarla a través de los arboles guiándose por el sonido de su voz, finalmente consiguió encontrarla junto a un pequeño lago, sentada en el suelo y con las manos tapando sus ojos, llorando desconsolada. Se acercó a ella hasta tocarle un hombro con su mano. La joven giró bruscamente al sentir aquella mano y se levantó de un salto.
-¿Quién es usted? ¿Qué hace aquí? –comenzó a decir agitada mientras le miraba de arriba abajo, pareció relajarse un poco al ver el hábito, pero sin darle tiempo a contestar nada volvió a preguntarle, con voz más sosegada pero aún entrecortada por el llanto:
-¿Un monje? Me ha dado un susto de muerte… ¿Qué hace usted aquí? ¿De dónde viene?
-Perdón por haberte asustado, hace varias horas salí del monasterio hacia la ciudad y mientras caminaba escuché tus lamentos, así que me decidí a buscarte y ofrecerte mi ayuda con el problema que te angustia, podría hablar con ese Paolo al que anhelas, quizás si… –mientras hablaba, la chica le miraba extrañada y le cortó en seco.
-¿Cómo sabe lo de Paolo?, no he mencionado su nombre y usted no sé quién es ¿Me conoce de algo? ¿Me ha seguido? Diga la verdad ahora mismo o avisaré a los guardias. –De nuevo mientras volvió a sulfurarse y parecer asustada.
Él se quedó mirándola sin saber que pasaba e intentando que se sosegara le contestó calmadamente:
-Te juro que vengo del monasterio, confieso que no sé cómo llegué allí, desperté en el patio y antes de eso no recuerdo nada. Pero puedo asegurar que vengo de allí y que te he escuchado hablar de ese muchacho, eres la primera persona a la que he encontrado y esperaba que pudieras ayudarme a llegar al pueblo, por eso he seguido tu voz hasta encontrarte.
Al pronunciar estas palabras se dio cuenta de que la cara de la joven se tornaba incrédula, con una mezcla entre incomprensión y temor, y mientras la observaba se concentró un segundo en un murmullo que aun escuchaba. ¡Era la voz de la chica! Pero ¿Cómo? Si sus labios estaban cerrados, era imposible, concentrándose un poco pudo escuchar de nuevo:
-¿Será verdad lo que dice? ¿Cómo ha sabido lo que estaba pensando, estaría hablando sin darme cuenta?
Se sorprendió de poder escuchar sus pensamientos, aquello era demasiado extraño, así que tuvo una idea y rompió el silencio:
-Te parecerá raro lo que voy a decirte, pero necesito tu ayuda –hizo una pequeña pausa mirando a la joven- Necesito que pienses en algún lugar muy concreto y que lo imagines con todo detalle, ¿podrías hacerlo?
La joven lo miró sin entender lo que estaba pasando, pero aceptó con un movimiento de cabeza y comenzó a imaginar, su mente fue rápidamente a su infancia, recordó la cocina de su abuela. Una pequeña sala en una fría casa, pero llena de luz, recordaba perfectamente la luz entrando por las ventanas y reflejándose en los muchos botes, de diferentes especias, que su abuela guardaba como un tesoro en una estantería. Una mesa con cuatro sillas era lo único que había en la cocina además de un par de estanterías y recordó a su abuela sentada en una silla junto a ella.
Mientras ella pensaba en todo esto, él estaba mirándola atentamente y comenzó a hablar.
-Por lo que veo ¿Querías mucho a tu abuela verdad? Estabas pensando en ella y recordando su cocina ¿es así?
Ella lo miró con los ojos abiertos como platos y casi tartamudeando le preguntó:
-Pe… Pero… ¿Cómo ha sabido eso?
-No podría explicarlo parece que nuestro señor me ha dado algún tipo de don, gracias al cual puedo adivinar tus pensamientos, no temas nada –dijo al darse cuenta de lo asustada que estaba- no te haré daño, pero no sé cómo puedo hacer esto ni cómo controlarlo, ni siquiera sé quién soy, por favor necesito que me ayudes, ¿crees que podrías hacerlo o conocer a alguien que pueda ayudarme?
La chica dudó, pero a pesar de todo, por alguna incomprensible razón decidió que podía confiar en aquel hombre, al fin y al cabo, si quisiera haberle hecho daño podría haberlo hecho desde el momento en que llegó y la sorprendió, así que agitó la cabeza respondiéndole:
-Mucho me temo que yo no podría ayudarle, sin embargo estoy convencida de que el padre Giuliano podrá ofrecerle su ayuda, siempre está dispuesto a hacerlo y es un hombre muy sabio, le llevaré hasta él.
Él sonrió al escucharla y con una dulce voz agradeció su ayuda y se dispuso a ponerse en camino, pero antes ella le dijo:
-Antes de comenzar a andar podría decirme su nombre, el mío es Andrea, es un nombre de varón, pero antes de mi nacimiento mi padre murió y mi madre para mantener su nombre me lo puso a mí. –dijo sonriendo.
-Para ser sincero –contesto él –al igual que no recuerdo como llegué al monasterio, tampoco soy capaz de recordar mi nombre, ni ningún momento de mi vida antes de hoy –dijo algo cabizbajo.
-De acuerdo, en ese caso para no levantar habladurías, diremos que es un monje recluido en el monasterio hasta hoy y que debido a su voto de clausura nadie le había visto, ¿qué le parecería tomar por nombre –hizo una pequeña pausa para pensar –Alessio?.
El hombre sonrió y asintió y ambos se pusieron en marcha dirección a la ciudad.
En poco más de media vieron a una ciudad aparentemente grande, pero que parecía inusualmente deshabitada. Al tener la ciudad a la vista decidieron que para simplificar su viaje, el monje fingiría haber hecho también voto de silencio, esto también le vino bien a él, ya que mientras más cerca se encontraban de la ciudad más le costaba pensar, las voces eran cada vez más fuertes y confusas, intentaba evitarlas todas para centrarse solo en Andrea pero le fue imposible.
Algunas personas miraron extrañadas al monje, hacía tiempo que no veían a ninguno, pero a pesar de mirar curiosos nadie pregunto, todos volvían rápidamente a sus tareas. Pasaron por la taberna aunque parecía casi vacía, solo un par de beodos junto a varias jarras de cerveza. Anduvieron por la calle principal que conducía a la puerta de la catedral, era un bello edificio, muy grande, por lo que muy suavemente para no ser escuchado, preguntó a la joven que le acompañaba:
-Este lugar es demasiado grande para un solo párroco, debe haber mucha gente que le ayude ¿no es así?, no me gustaría que mucha gente conociera mi historia al menos hasta que la conozca yo mismo.
Ella sonrió amargamente, recordando:
-Hace algún tiempo esto estaba siempre lleno de hombres de fe, sacerdotes, monjes, viajeros que venían de paso y descansaban en este santo lugar… Pero desde la llegada de la enfermedad, la mayor parte de la gente huyó o murió, primero pensamos que la ciudad estaba maldita y por ello enfermábamos y moríamos, pero pronto llegaron noticias de que pasaba en muchos más lugares, así que no quedó nada por hacer, algunos se retiraron a monasterios a orar, o volvieron a sus hogares y finalmente aquí solo quedó el padre Giuliano, que curiosamente fue uno de los últimos en llegar, pero se hizo cargo de la comunidad tras la muerte del anterior sacerdote.
Mientras hablaban llegaron a la puerta de la catedral con el sol ya oculto tras el horizonte. Andrea sonrió a Alessio mientras se despedía:
-El padre Giuliano estará finalizando la eucaristía, seguro que hablará con usted, pero yo debo irme ya, a mis padres no les gusta que siga en la calle después de anochecer.
-De acuerdo, muchas gracias por acompañarme hasta aquí, prometo que tan pronto como pueda te recompensaré por todo –dijo él, tras esto giró la cabeza y se adentró en la catedral.
Al cruzar el umbral sintió una paz inmediata, todas las voces se callaron de repente y por fin pudo relajarse, comenzó a recorrer con sus ojos las paredes del templo. El edificio era aún más hermoso por dentro, la luz de las velas luchaba con la oscuridad y se reflejaba en las paredes que estaban decoradas con algunas imágenes de santos y sus milagros, Alessio se quedó sentado en la parte de atrás, mientras esperaba que acabara la celebración, mientras contempló cada una de las pinturas, algunas le resultaban familiares, probablemente había recibido una educación católica, aunque por supuesto casi todo el mundo recibía este tipo de educación. Se quedó pensando cómo habría sido su infancia, en qué lugar habría crecido, seguramente no sería aquí, porque ninguna de las personas con las que se había cruzado le había reconocido.
Estaba absorto en sus pensamientos y no se dio cuenta de que había acabado la misa, la poca gente que había asistido ya salía por la puerta y el sacerdote, que ya se había percatado de que estaba allí, ser acercó para saludar a su nuevo feligrés, cuando estuvo a su altura le saludó con una potente pero fina voz:
– Buenas tardes hermano, es un placer verle, hace demasiado tiempo que no recibimos la visita de hombres de fe.
– Buenas noches padre – dijo sobresaltado – no me di cuenta de que había finalizado, discúlpeme. Lo cierto es que le estaba buscando, tengo un problema y una joven me dijo que usted podría ayudarme.
– Haré todo cuanto esté en mis manos para ayudarte, pero ya es tarde, ayúdame a cerrar la puerta y luego acompáñame a mi hogar, no es demasiado grande ni lujoso, pero por tu hábito deduzco que no necesitarás más de lo que humildemente puedo ofrecerte. Además seguro que después de un largo viaje agradecerás un lecho cómodo y algo de comida caliente y buen vino.
Alessio sonrió agradecido y se levantó para ayudar al sacerdote, una vez de pie y junto a él pudo apreciar que era un hombre alto, le faltaba poco para alcanzar su propia altura, tenía además un porte viril y fuerte, a pesar de su pelo cano y las arrugas de su piel, que hacían suponer que rondaría los sesenta años. Ambos se dirigieron a la puerta principal, la única abierta y tras salir cerraron cada uno una de las grandes hojas.
-RESUMEN-
Alessio poco a poco descubrirá que su origen no es el que él creía. Con la inestimable ayuda de Giuliano, quien se convertirá en su amigo y confidente; y de varios viajeros, descubrirá que su origen y su destino están unidos. Paso a paso intentará descubrir la verdad y parar a su temible hermano, que ha desatado un mal mayor que él mismo.
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