I

En el desierto

La cima de la duna parecía inalcanzable. Lanzaban zancadas de medio metro y sólo avanzaban unos pocos centímetros hundiendo sus pies hasta los tobillos con cada paso que daban. Ninguno de los dos mostraba síntomas de desfallecimiento, pero sí era evidente el cansancio de ambos.

El calor era insoportable pero aún peor era la intensidad de la luz. Largos años de sequía habían reducido de forma drástica el espectro de colores. Todo alrededor era gris y marrón, como el pueblo que habían dejado atrás hacía casi dos días. El pueblo de los tejados de color chocolate.

Sólo llevaban encima algunos dátiles y agua para tres jornadas en un par de odres también marrones y grises, como sus ropas, como sus manos y sus caras. Todo era marrón y gris.

Cuando por fin alcanzaron la cima de la duna, ambos, al mismo tiempo, se dejaron caer de rodillas, como si se hubiesen puesto de acuerdo. Así permanecieron inmóviles el tiempo suficiente para llegar a apreciar en toda su magnitud el silencio del desierto.

Ella fue la primera en romperlo a la vez que se quitaba su sombrero para abanicarse con él.

─Debe faltar poco para llegar ─dijo sin volverse hacia su compañero.

Él apuró el sorbo de agua que acababa de tomar y se quitó también su sombrero secándose el sudor de la frente con la manga de la camisa.

─Ya deberíamos de ver las montañas añadió entornando los ojos mientras escudriñaba el horizonte.

─¿Es aquello de allí? ─dijo ella señalando con el brazo extendido.

Él se giró en la dirección que la chica le señalaba y utilizó su sombrero a modo de parasol.

─Creo que sí. Deben de ser esas. Por lo que sabemos no hay otras.

***


II

Pueblo

Todo empezó por una travesura. Faltaban sólo unas semanas para la fiesta del pozo y los dos amigos pasaban la tarde sentados en el suelo en la parte exterior del muro que acotaba el límite exterior del huerto. No había puertas, pero nadie iba más allá.

Hablaban sobre la proximidad de la fiesta cuando Randul preguntó:

─ Luma: ¿de qué nos hablaran los ancianos este año el día de la fiesta?

─No lo sé. ─dijo ella sonriendo ─. Nos soltarán algún rollo, como de costumbre.

Llevaban juntos desde que eran capaces de recordar. Las casas de sus padres estaban en la misma calle aunque, debido al tamaño del pueblo la distancia nunca habría sido un obstáculo para ser amigos. Tenían casi la misma edad, algo raro en Pueblo debido a las restricciones marcadas por las leyes de natalidad. Esto fue lo que realmente los unió. Fueron creciendo en un ambiente enrarecido, pero los niños tienen la habilidad universal de adaptarse al medio. Así, con muy poco, pero felices en su escasez fueron creciendo casi como hermanos hasta convertirse en dos adolescentes. Los sentimientos sobre la relación existente entre ellos eran algo confusos. No obstante, el tipo de sociedad tan cerrada y férremente dirigida por los ancianos y el sistema de matrimonios concertados alargaba artificialmente la infancia.

─¿Hablarán del “asunto”? ─continuó él borrando la sonrisa de la cara de la muchacha.

─No lo sé ─. repitió ella con mirada ausente─ No creo. ¡Ven Randul! ─dijo levantándose con una nueva sonrisa y extendiéndole la mano a su amigo para ayudarle a levantarse.

─¿A dónde vamos?

─¡Ven! ─repitió ella lanzando una carcajada llena de frescura mientras tiraba de la mano del chico.

Corrieron hacia el pueblo y aflojaron el paso al llegar a las primeras casas. Él hizo el intento de preguntar otra vez hacia dónde se dirigían, pero ella se llevó el dedo índice a sus labios callando así a su compañero. Recorrieron las callejuelas que conformaban las apretadas casas de adobe hasta alcanzar la plaza del pozo, en cuyo extremo norte se alzaba la edificación más grande del pueblo: la Casa del Consejo de Ancianos. Rodearon la sede y se dirigieron a una pila de leña, básicamente palos, que se encontraba en la parte de atrás. Ante la mirada atónita de Randul, Luma comenzó a escalar el montón de maderas poniendo tanto cuidado en no hacer ruido como en que no se desmoronase bajo sus pies. Cuando estuvo a la altura del ventanuco se asomó con sigilo al interior tratando de ser invisible.

Hacía ya mucho tiempo de “El Desastre”. Ellos ni siquiera habían nacido cuando sucedió; eran descendientes de los pocos supervivientes que quedaron. Los viejos explicaban cómo sus abuelos les contaron que antes todo era verde y que corría un río por el valle donde estaba el pueblo. El pueblo no tenía nombre. Todos le llamaban así: Pueblo. Nadie llegaba ni salía de allí. No había nada con vida más allá de los montes que lo cercaban y ésta se limitaba a unas pocas palmeras y a un huerto comunal donde sólo crecían apios y cebollas.

En Pueblo no llovía nunca, pero estaba el pozo. Era la única divinidad que todos adoraban. Todo el mundo se ocupaba de su cuidado y de su limpieza. No era necesario protegerlo porque todos lo veneraban y a Pueblo no venía nadie.

La población de la villa en todo momento se mantenía constante. El Consejo de Los Ancianos se ocupaba de autorizar a las jóvenes parejas cuando podían concebir a sus hijos y saltarse esta ley estaba castigado con la peor de las penas. Los recursos eran críticos y el equilibrio entre la vida y la muerte era extremadamente frágil. En Pueblo la vida transcurría de forma lenta, aburrida y pacífica. Se cultivaba el huerto, se barrían las casas y poco más.

La única ocasión en que había lugar para fiestas en Pueblo era El Día del Pozo. Las familias presentaban a sus jóvenes sin pareja al Consejo de Ancianos y a menudo sellaban compromisos. Todos bailaban alrededor del pozo y, finalmente, se celebraba la Ceremonia de la Cuerda. La persona más anciana y la persona casadera más jóven añadían un tramo a la cuerda del pozo ya que cada año el agua se encontraba a más profundidad.

Sin embargo, algo estaba rompiendo esta aparente tranquilidad de forma silenciosa pero demoledora: la población estaba decreciendo año tras año. Algunas parejas ya no tenían descendencia, otras muchas tardaban años en tener hijos, los abortos eran frecuentes y cada vez más bebés nacían con malformaciones o raquíticos.

Este mal augurio, presente en la vida de todos los habitantes de Pueblo, llevaría Luma y Randul a emprender su aventura.

Toda la sala estaba iluminada con la luz tenue de las velas. Podía ver una parte del grupo de ancianos sentados en el suelo con las piernas cruzadas. Desde donde ella estaba sólo podía ver sus espaldas, lo que le hizo pensar que tampoco podrían verla y esto le permitió relajarse un poco.

De repente, una de las ramas que pisaba se rompió emitiendo un fuerte chasquido y haciéndole descender un par de centímetros. Retiró inmediatamente la cara de la ventana. El corazón se le iba a salir por la boca. Se quedó mirando a su compañero que a su vez la miraba con la tez descompuesta. Tras unos segundos eternos esperando ver si habían sido descubiertos, Randul le hizo un gesto animándola a huir. Ella, también por gestos y para desesperación del muchacho, le indicó que se esperase. Volvió a acercar su cara lentamente al hueco de la estrecha ventana y pudo oír cómo los hombres estaban conversando. Aunque los niños nunca hablaban con los ancianos, todas las voces le resultaban familiares y a algunas incluso era capaz de asociarles una cara.

─Somos los guardianes de la tradición. No podemos desvelar los secretos.

─Ya no es ningún secreto. ¡Todos lo saben!

─No lo saben; lo sospechan. Confían en nosotros.

─¿Y qué importa eso ahora?

Luma se pegaba a la pared como una lagartija. No se atrevía ni parpadear. Ni siquiera a respirar. Randul la miraba suplicante pero conocía su tozudez y sabía que ya no podía hacer otra cosa más que vigilar en silencio.

─Ya hay más muertes que nacimientos. Podemos callar, pero no ocultamos nada ─. continuó la conversación de los ancianos.

─Y además está el asunto del pozo. Este año cuando añadamos el tramo de cuerda todos verán que sobra. Creo que no es necesario recordar que el año pasado tocamos el fondo de la sima. Es cuestión de tiempo, de poco tiempo en realidad, que empiecen los rumores sobre el final del suministro de agua.

─A este ritmo, como mucho quedará agua para el próximo año ─añadió uno de ellos─.

─¿Qué importa que nos quedemos sin agua? ─dijo otro de los ancianos─ El incesto nos está dejando sin nacimientos.

¿Incesto? ¿Qué habrá querido decir con eso? ─Se preguntaba Luma con las piernas entumecidas por la inmovilidad.

Entonces Randul la sorprendió con una voz incuestionable:

─¡Vamos, venga, vamos!

Ella misma percibió el murmullo del grupo de personas que se acercaba por la calle. Se preparó para saltar pero ese pequeño movimiento fue suficiente para que la inestable maraña de ramas se viniera abajo provocando un estruendo que probablemente se habría oído en cien metros a la redonda. Se lanzó inmediatamente desde el montón de leña que se desmoronaba bajo sus pies aterrizando de bruces.

Rápidamente se levantó y se miró las palmas de las manos viendo cómo puntitos de sangre trazaban rayas cubriéndolas completamente. Escocía. No esperaron ni un segundo más: se lanzaron a correr sin mirar atrás.

El ruido alertó a los ancianos en el interior y a los vecinos que se acercaban por la calle. Éstos últimos fueron los primeros en dar la voz de alarma

─¿Qué hacéis ahí? ¡Quietos, no huyáis!

─¡Cogedlos! ─gritaban los ancianos desde el interior de la sala del Consejo.

Luma y Randul no dejaban de correr viendo cómo cada vez había más gente tras ellos. El griterío crecía tanto como el miedo que el muchacho sentía, por eso no podía salir de su asombro al ver cómo ella reía a carcajadas.

─¡Corre, corre! ─le decía a su amigo mientras giraba la cabeza para controlar la distancia que les mantenía a salvo de la muchedumbre que les perseguía.

Así llegaron hasta la últimas calles del pueblo. Unos metros más allá sólo estaba el desierto. Entonces ella, para desazón de su compañero, volvió a hacer algo inesperado: giró al llegar a la primera esquina giró de nuevo en la siguiente. De esta forma tomaron la dirección hacia el centro de la aldea corriendo en sentido opuesto a sus perseguidores pero por una calle paralela. Cuando Randul se detuvo para retomar el aliento se dio cuenta de que estaban de nuevo en la plaza del pozo. Levantó la cabeza para buscar a Luma y por poco no se le salieron los ojos de las órbitas: ¡Esa loca estaba bajo el umbral de la puerta de la Casa del Consejo de Ancianos! ¡Y se disponía a entrar!

Sólo los elegidos podían traspasar la gran puerta roñosa que guardaba los secretos de aquella polvorienta sociedad. Todos conocían el castigo que se aplicaría a quien se atreviese a contravenir la norma; aunque nunca había existido nadie que se hubiese atrevido a hacerlo.

─Luma, por favor…

Ella volvió la cabeza hacia él. Sus ojos apuntaban en su dirección pero no le estaban mirando. Y entonces la chica avanzó con paso firme y desapareció en el interior de la casa. Randul lo dio todo por perdido. El miedo no le permitía pensar. Así que se levantó e hizo lo único que no necesitaba razonamiento: siguió a su amiga.

Entró en la casona y se detuvo hasta que la vista se le acostumbró a la oscuridad. La planta del edificio estaba formada por dos muros concéntricos. El exterior era una pared gruesa salpicada de ventanas estrechas y alargadas El interior era una sucesión de paredes y huecos de tal forma que al entrar desde la calle no se podía ver la sala principal. Las oquedades coincidían con las ventanas del muro exterior para que los rayos del Sol pudiesen alcanzar alguna vez la sala central.

Tomó al azar el pasillo de la derecha hasta alcanzar un hueco que le permitió ver la sala principal. Allí estaba Luma. De pie, en el centro, observándolo todo. Se acercó a su amiga despacio, en silencio, podía escuchar los latidos de su propio corazón.

─¡Vámonos, Luma, por favor!

─¡Imposible, ya hemos llegado demasiado lejos!

─¿Eres consciente de lo que nos van a hacer cuando nos pillen?

─¡Por eso mismo! ─contestó ella firme pero tranquila.

El suelo de la sala estaba cubierto de pieles de animales (cabras que ya no existían en Pueblo pero que sus abuelos sí conocieron) con los mismos colores marrones y grises que todo en su mundo.

Los ancianos debían sentarse allí cuando celebraban sus reuniones. Ella los había visto esa misma mañana cuando los espiaba por la ventana. Pero ahora la sala le parecía más pequeña. Posiblemente el hecho de ver a los líderes dando voces y corriendo había provocado que su dignidad empequeñeciese junto con todo lo que les rodeaba.

Estaba haciéndose estas preguntas mentalmente cuando vió, a través de una de las separaciones que dejaba el muro interior una puerta en el muro exterior que no era por la que habían entrado en el edificio. Era mucho más pequeña y no tenía hojas que permitiesen cerrarla. Se acercó y de inmediato le sorprendió un olor familiar.

─¡Ven, vamos! ─le dijo a su compañero.

A estas alturas, la siguió temeroso pero sin protestar. Nada más cruzar el umbral comprobó que comenzaba una escalera labrada en la piedra. Comenzó a bajar seguida por su amigo. Pequeñas bujías situadas en hornacinas iluminaban la bajada. Los tramos de escalones se alternaban con otros de rampas con poca inclinación que debían ser pasillos naturales de la cueva en la que, efectivamente, se encontraban.

─¿Lo escuchas? ─preguntó Randul.

─Sí, ¿qué es? ─ella no dejó de avanzar.

─Suena como cuando nos asomamos al pozo.

─¡Es verdad! ─ ella estaba sorprendida por no haber reconocido ese sonido tan peculiar.

El sonido del agua iba creciendo y pronto pudieron comprobar que no se habían equivocado.

Llegaron a una gruta que para su sorpresa estaba un poco más iluminada de lo que la luz de las velas habría permitido. Por el centro de la sala natural corría lentamente un riachuelo de aguas impolutas con apenas una cuarta de profundidad y tan estrecho que se podía poner un pie a cada lado de éste sin mayor esfuerzo. El chico fue el primero en agacharse para meter la mano y llevarse un sorbo a la boca. Tras paladearla y comprobar que todo parecía normal, utilizó las dos manos para poder beber con el ansia que las carreras bajo calor de la mañana le habían provocado.

Ella se arrodilló junto a él. Primero lavó sus manos, para quitarse los restos de sangre y polvo productos de la caída desde el montón de leña, y luego su cara para refrescarse; acto seguido imitó a su amigo y bebió abundantemente.

Cuando hubieron saciado su sed y ya mucho más relajados, olvidando momentáneamente la terrible falta que estaban cometiendo, comenzaron a examinar más detenidamente la sala. Lo primero que les llamó la atención fue el origen de la luz: venía del techo de la cueva. Se acercaron y miraron hacia arriba quedando cegados durante unos segundos. Era sin duda la luz del Sol. Dieron un paso atrás para acostumbrarse más despacio a la nueva iluminación cuando, de repente, escucharon voces cercanas y nítidas.

De nuevo sintieron un escalofrío que los inmovilizó pero, en ella, la alegría por el descubrimiento que acababa de hacer fue más fuerte que el miedo:

─¡Es el pozo! ─Dijo ella en voz baja pero gesticulando como cuando se grita.

─¿El pozo? ─Contestó él casi susurrando.

─¡Claro! ─contestó ella recuperando un volumen conversación casi normal─ Estamos debajo de la Gran Casa y este hueco es el pozo.

Efectivamente, en esa zona de la cueva el canal que conducía el agua se ensanchaba hasta uno dos metros y era ligeramente más profundo. Esto era lo que permitía que todavía se pudiese recoger agua con el cubo.

─Y esos gritos supongo que serán de la gente que nos busca.

─Pues sí. Pero no tienes que preocuparte. ¡Nadie nos buscará aquí abajo! ─dijo ella sonriendo mientras agarraba la mano de su amigo.

Estaba exultante. Por primera vez en su vida se sentía libre y dueña de sus decisiones. Randul sin embargo sonreía al verla pero no acaba de tener claro el porqué. Al separarse de la luz del pozo y acostumbrarse de nuevo a la penumbra de las velas quedó ante ellos la imagen que les marcaría el rumbo que sus vidas tomarían de forma inexorable.

─¡Mira! ─dijeron al unísono.

Ante ellos se levantaba un enorme mural dibujado en una pared de piedra caliza de unos 12 metros de altura y probablemente otros tantos de ancho. Sin poder cerrar sus bocas, ambos comenzaron a escudriñar los detalles de la pintura que tenían delante. No tardaron mucho en comenzar a identificar alguno de sus elementos, pero permanecieron en silencio algunos segundos más.

─Eso de abajo es el pueblo ─comenzó él.

─Sí. Y esa es la Casa del Consejo ─dijo ella.

─¡Y eso es el pozo! ─dijeron ambos a la vez, lo que les provocó la risa.

El resto de elementos del mapa ya no eran tan evidentes. Encima del pueblo, yendo de lado a lado de la pintura había dibujada una hilera de montañas con un espacio en el centro ocupado por una figura inquietante que no dejaba mucho margen para la interpretación: una enorme calavera. Un poco más arriba se señalaba con un círculo otro pozo con algunos árboles. Y en la parte superior del mural aparecía otro pueblo.

¡No estaban solos! Había más pueblos además de Pueblo.

─¿Has visto? ─preguntó ella.

***

Sinopsis:

En un mundo yermo, un par de adolescentes trata de romper con las ataduras que les unen a una sociedad asfixiante al tiempo que comienzan con un proceso de auto descubrimiento.

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