#cuentosdeNavidad. Ser Santa Claus

Detestaba ser Santa Claus.

Era un trabajo tedioso. Embutido como una salchicha en un traje-trapo impregnado del sudor, las flatulencias y las vivencias generales de las decenas –sino cientos– de Santa Claus que me habían precedido, indiqué al siguiente crío que se acercara. Venía solo.

–¡HO HO HO! ¿Cómo te llamas?

–Dani.

–Dime, Dani. ¿Qué deseas este año por Navidad?

–Puedo pedir cualquier cosa, ¿no?

–¡Claro! ¡Es mi trabajo cumplir con los deseos de los niños que se han portado bien!

Lo bueno de la barba era que no tenía que fingir una sonrisa.

El niño bajó la voz.

–Quiero que mates a una persona.

Empecé mi carcajada de Santa Claus, pero cuando procesé la frialdad de sus palabras, se me congeló la voz.

–¿Dónde están tus padres, chico?

Me ignoró.

–Ehm… estas cosas… deberías hablarlas con ellos.

El crío se encogió de hombros y se levantó para irse.

Dudé. No era problema mío, ¿pero acaso podía dejarlo marchar en ese estado? Además, tampoco es que tuviera nada mejor que hacer. A mi propia hija la veía un par de veces al mes, con suerte. Podría haber luchado por la custodia compartida, pero tras la separación estaba tan derrumbado que simplemente asumí que todo había sido mi culpa. Ahora vivía solo, y al volver del trabajo solía quedarme dormido en el sofá, con el Netflix puesto y pringado de la cerveza que había dejado apoyada sobre la barriga. Esto, por lo menos, era un cambio.

–Espera. Voy a ayudarte. –El niño se volvió–. Necesito su nombre.

–Jaime Acero.

–Vale. –Había que mantener la conversación viva–. Ahora dime, este año, ¿cómo te has portado? Como sabrás, solo regalo a los niños que se han portado bien, y lo que me pides exige que hayas sido muy bueno. Y no se te ocurra mentirme, porque lo sabré.

Frunció el ceño.

–¿Cómo?

Llamé su atención a mi mano derecha, mostrándole que estaba vacía. Después la llevé a su oreja, chasqueé los dedos y produje una moneda con un envoltorio dorado.

–Magia.

Le entregué la chocolatina. Le dio varias vueltas antes de abrirla. Después me miró: tenía su atención.

–¿Cómo te portas en casa? –continué–. ¿Te portas bien con tus padres?

–Mi padre muchas veces no está en casa. Y mi madre… mi madre me gusta, supongo.

Me pregunté si había sido su padre el que lo había traído al centro comercial y lo había dejado tirado.

–¿Y en el colegio?

Silencio.

Bingo. Había intuido que Jaime Acero sería un compañero del colegio: mi hija se sabía el apellido de todos sus compañeros de clase porque la profesora los recitaba cada mañana durante el registro.

–Dani, si has hecho algo malo debes contármelo.

–Le di un puñetazo –dijo cabizbajo.

–¿A Jaime Acero?

Asintió.

Me limité a negar con la cabeza.

–¡Pero se lo merecía! –se justificó–. ¡Besó a una chica!

–Eso no parece algo tan malo…

–¡No lo entiendes! Ella… Gabriela no quería.

Me arriesgué con otra pregunta.

–¿Cómo sabías que Gabriela no quería, Dani?

–Ella me lo dijo. –Tenía la voz pequeña–. Me dijo que sus padres no la dejaban tener novio. Me lo prometió.

Por fin comprendí.

Esta no era una historia sobre venganza o retribución, sino sobre un corazón roto. Gabriela había rechazado a Dani excusándose con una promesa vacía, y cuando ella la rompió, Dani, enfrentado con la imposibilidad de que el objeto de su amor pudiera haberlo traicionado, desplazó su ira al recipiente más cercano: Jaime Acero.

–Dani, ¿estás seguro de que quieres deshacerte de Jaime Acero?

–Sí. ¿Por qué?

Me reí.

–Piénsalo de esta forma. ¿Te gusta Han Solo?

Afirmó enérgicamente.

Eso me hizo sonreír. También era mi favorito.

–Han Solo acaba consiguiendo a la chica, a Leia, ¿verdad?. Pero si recuerdas, a quien besa primero Leia es a Luke. ¿Y cómo reacciona Han? ¿Enrabietandose y quitándose a Luke de en medio? No. Se centra en lo suyo. Se convierte en un héroe. Salva a Luke al final de la primera película y se sacrifica por todos al final de la segunda. Y es entonces cuando ella se enamora de él y le dice te quiero. Las chicas quieren al héroe, Dani, no al villano. ¿Lo ves?

Dani asentía pero parecía decaído. En las pelis convertirse en un héroe estaba genial, pero en el mundo real conllevaba trabajo, y tiempo.

–Tengo una idea –le dije.

Cogí una carta oficial sellada con el logo de Santa Claus y escribí:

Yo, Santa Claus, Guardián Supremo de la Navidad, encomiendo a Dani, agente especial número 1, la misión super-secreta de castigar a los niños que han sido malos:

Jaime Acero

Luis Cabrera

….

–Cuando estés en el colegio –le dije a Dani–, deja sutilmente caer esta carta cuando alguna de las amigas de Gabriela esté pasando cerca. Asegúrate de que la coge y de que la lee. Tendrá mayor credibilidad si Gabriela la recibe de una amiga. – No era exactamente la acción de un héroe, pero sin duda era lo que habría hecho Han Solo–. Ah, y otra cosa. Dame tu móvil.

Nos saqué un selfie.

–Supongo que tendrás el Instant Gram.

–¿Instagram?

–Eso. Pues el mismo día en que la amiga de Gabriela recoja la carta, cuelgas esta foto, y ya verás lo que tarda Gabriela en decirte las palabras mágicas. ¿Ves lo que te digo?

Claro que lo veía. Sostenía la carta y el teléfono como si estuvieran hechos de oro puro. Se abalanzó sobre mí.

–¡Gracias, Papá Noel!

En este caso agradecí las gafas del disfraz. Disimulaban los ojos llorosos.

–Dani –llamó una voz masculina. Pertenecía a un hombre trajeado pegado al teléfono.

Dani salió como una bala.

–¡Papá! ¡Papá! ¡Mira lo que me ha dado Papá Noel!

Mientras caminaban, el padre continuó absorto en su aparato, pero a Dani no pareció importarle. Recontaba sus historias con la ilusión propia de un niño en Navidad.

Detestaba ser Santa Claus, pero ser Papa Noél no estaba tan mal.

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