Sobre la muerte

Déjame morir la muerte de un joven,
no una limpia y entre las sábanas del agua sagrada,
no aquella con una última palabra famosa,
solo una muerte tranquila, sin aliento.

Cuando tenga 80 y un tumor tome mi cuerpo
me podrían cortar al amanecer, pero antes
tal vez un coche deportivo rojo brillante
me lleve camino a casa en la madrugada
de vuelta de una gran fiesta.

O cuando tenga 92
y con cabello oscuro, teñido,
sentado en una silla de peluquería,
puede al salir, rivalizar con los gangsters
de la cuadra, mientras destruyen la vida de cientos,
y por vendetta me den una estocada corta y certera, dinamitándome por dentro.

O cuando tenga 105
y esté prohibida mi entrada en la caverna,
esa que mi amante
atrapándome en la cama con su hija
y temiendo por su vida
me envíe, trozando mis vísceras en pedacitos
y tirando cada órgano, menos uno.

Déjame morir la muerte de un joven,
de pie, lleno de vida, aunque no libre de pecado, bañado en
la cera de cientos de velas y de una muerte menguante,
pues no quiero una cortina dibujada por ángeles que me lleven,
no deseo que digan ‘qué buena manera de irse’, oh muerte.

Etiquetas: poesía

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