A la hora de la verdad, siempre pasaba algo que le impedía dar el paso definitivo. Él, solo, frenaba su ímpetu de demostrarme su amor. Su cobardía escondida durante meses la había confundido con desinterés, engaño o juego descarado.

A estas alturas, el rito de la seducción se había acabado al igual que el fin de cualquier fiesta con un rimel corrido por las lágrimas. Sabía que me amaba.

Sus amigos le delataron esa noche en el bar cuando sorprendieron a todos los presentes con la canción de Chiquetete. Fue toda una declaración intencionada de amor pero, en lugar de haberla expresado él, por sus mejores amigos. Me acuerdo de ese momento con una sonrisa agridulce. Todos estábamos estupefactos porque la canción del cantante flamenco sorprendió a todos los presentes del bar de rock y, hasta algunos, incluida yo, le dijimos al colega que la volviera a poner a modo de burla.

Al día siguiente, inducida por mi tremenda curiosidad, busqué en Google canciones de Chiquetete para encontrar justo la que puso su amigo.

Esa cobardía de mi amor por ella https://youtu.be/OEer4UiKgi4…, no me lo podía creer, me amaba tanto y lo escondía en lo más profundo de su ser.

Una semana después quedamos. Por primera vez no ponía excusas ni me daba plantón. En mi cabeza no podía creer lo que estaba viviendo. Él estaba allí, pero al entrar a mi coche para irnos a tomar algo, las primeras palabras que salieron de su boca, con un tono irónico, «mujer araña», me dejaron inquieta. «¿Por qué dices eso?», le pregunté sin hallar respuesta. Toda la cita me estuvo lanzando preguntas sobre lo que le habían dicho de mi, su amiga, así como las mentiras de mi ex, al que había rechazado de la peor forma, y se estaba vengando de mi desde hace meses «el buen hombre», como le gustaba llamarse.

La conversación no paraba de girar sobre dimes y diretes. Estaba cansada de tanto chisme. Quería oirle hablar de proyectos, de sueños futuros, o simplemente bailar esa bachata, que sonaba, apretada a él. Su comportamiento era extraño, medía mis palabras al milímetro, como buscando el acertijo de la adivinanza. Hablaba en clave. Me decía que su amiga era una buena chica, sin terminar de aclarar que le inquietaba, sin preguntarme porqué ya no saludaba a su amiga. Cuando salimos del bar y llegamos al coche, yo temblaba del frío, me cogió la mano y la acarició. Yo me abalancé a sus labios como una leona cazando a su presa. El primer beso resultó desacompasado y se lo dije, lo cual le estimuló a intentarlo de nuevo. El segundo beso fue impresionante y definitivo para irnos a mi casa y terminar el juego que iniciamos dos años antes. Nos amábamos, nos amamos y nos amaremos siempre. Pese a todos, pese a todas, pese a la vida, pese a la decepción… Es algo profundo y sincero. Una simple mirada a los ojos entre los dos nos lleva a una dimensión diferente, que para el tiempo, en el que solo estamos él y yo.

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