Paramos en Zaragoza a hacer la compra. Seguro que estará todo más barato que en la playa, dijo mi padre. Todos teníamos once dioptrías y nos habíamos comprado lentillas desechables. Yo tenía dieciséis años y pensaba pasarme el verano mirando a las chicas y a los chicos en la playa, escondido tras mis gafas de sol nuevas.
Nos robaron todo, incluidas nuestras gafas y las lentillas de repuesto. A medio camino de vuelta a casa mi madre bajó la ventanilla y lanzó las gafas de sol a la carretera.
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