Diez años, cuatro meses, veintiséis días y un par de horas son el espacio que nos separa. Ya olvidé tu cara, pero no tu aroma y cada vez que cierro los ojos, o no, siento el olor flotar por la habitación. Ahogándome como si fuera ahora que te hubieras puesto aquel asqueroso perfume, ese que tanto odié.

Tengo tu dirección desde el segundo día después de tu desaparición, pero, no encuentro el valor para olvidar mi maleta, correr al aeropuerto y seguirte.

Por eso, aprendí a soñar.

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